Puedo asegurar que en pocas ocasiones me he sentido tan triste como este viernes. A pesar de ello, es un privilegio siempre hablar sobre Eusebio.
Es difícil, porque es tal la envergadura, la variedad, la riqueza, la originalidad, la osadía, el rigor y la grandeza de Eusebio, que no puedo menos que confesar que estas palabras no son más que una aproximación muy limitada de quien es uno de los más grandes cubanos de todos los tiempos.
En pocas personas como en Eusebio Leal Spengler he hallado el modo armónico en que se articulan tan diversos componentes del conocer, sentir, amar y pensar a Cuba.
Pudiera decirles que su obra es grandiosa, sin embargo, no creo que sería original si dijera que ha recibido la investidura de Doctor Honoris Causa y Profesor de Mérito de 20 universidades nacionales y extranjeras; y ha pronunciado conferencias magistrales y académicas en más de 74 universidades en no menos de 45 países, colocando la imagen científica y cultural de Cuba en lo más egregio de los espacios académicos de diversas partes del mundo. A su vez, ha recibido altas condecoraciones de por lo menos 29 naciones.
Sin embargo, estos títulos y condecoraciones no expresan las esencias del hombre que nació en un solar de La Habana, que se ganó la vida como mensajero de una farmacia y que llegó a tener una cultura poco común antes de titularse de una universidad.
Su esencia era la de un hombre de pueblo que vestía humildemente la ropa de un trabajador, que andaba La Habana hablando con cada una de las personas humildes que se le acercaban y que soñaba en reconstruir para darle al presente las dimensiones extraordinarias de nuestra historia. Simplemente, es un gran hombre de pueblo.
Ha recibido los títulos más importantes, los que no llegan en pergaminos, que no los otorgan los académicos, sino los que él más ama y reconoce, que son los que le confiere una multitud de pueblo impresionado y agradecido, no ya por la palabra, sino por la reducción de la pesantez de la piedra y el ladrillo o de la construcción pétrea y vivificadora de la obra.
Esta llena más que las pupilas, las mentes amplias y agudas y los corazones sensibles y nobles ante la exorbitante riqueza del rescate urbanístico y humano de la huella de los hombres, que construyeron la imagen que de La Habana o de otras ciudades y localidades cubanas disfrutamos hoy.
El quehacer de Eusebio, ante todo pensado, después organizado, con posterioridad espiritual y culturalmente materializado, que todos podemos observar al peregrinar por Cuba y por su capital, está inscrito ya como patrimonio de la humanidad. Ha sido una voluntad férrea, una inteligencia dedicada y certera, y un conocimiento profundo lo que le ha permitido a este hombre domesticar el pasado y convertirlo en joya del presente.
Su dirección, al frente de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, recoge la restauración y terminación de 80 obras de patrimonio cultural, 14 hoteles, que rememoran espacios y momentos de la cultura cubana en tiempos diferentes reunidos en un todo por el presente que contempla, un centenar de instalaciones turísticas y 171 obras sociales, a lo que se añaden 3 092 viviendas beneficiadas.
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Todo ello en un periodo de diez años, y no incluyo aquí lo que ha hecho en el último lustro. Al referirse a su obra siempre destaca, con humildad y agradecimiento, lo que significaron para sus logros los diálogos y el apoyo de Fidel.
Es Eusebio Leal uno de los más fructíferos escritores de nuestro tiempo. Sorprende la cifra de sus obras. Estamos hablando de 3 531 registros, que abarcan hasta 2010. Hago esta acotación, porque faltan aún diez años de producción intelectual en el conjunto que señalamos.
Es muy variado el conjunto: artículos, folletos, discursos impresos y libros. Todos responden a un conocimiento adquirido en esas incesantes búsquedas, que parecen no haber dejado tiempo al descanso o, quizá con más propiedad, al disfrute del tiempo en crecer por dentro para ayudar a otros a encontrar caminos para identificarse a sí mismos e identificarse con su propia cultura.
Si se observa con detenimiento, no hay palabra flácida, ni perdida, ni colocada inadecuadamente en su oratoria y en su escritura.
Al que se asoma a su obra plasmada en palabras, no le quedará más remedio que reconocer que, paso a paso, descubre y se identifica con las propuestas de Eusebio, del doctor Leal, porque en ellas están contenidos descubrimientos hallados en innumerables documentos materiales y espirituales.
Se observa la incansable indagación y el rescate permanente que sostiene la obra creadora de Eusebio. Algunos títulos, hablo ya de libros, constituyen un imprescindible legado de una época, ya aparentemente lejana, pero que expresan un mundo de ayer que explica, en cierta forma, el mundo de hoy.
Estas son espléndidas rememoraciones que constituyen ya parte de nuestra historia. Libros como Fiñes, Fundada esperanza, Para no olvidar, Legado y memoria y El Diario perdido de Carlos Manuel de Céspedes, constituyen aportes innegables, rigurosamente recogidos y pensados, no para una historia muerta, sino para el pensamiento vivo de la creatividad presente y futura de nuestro país.
Existe un género literario que por su complejidad suele ser de difícil dominio, la oratoria. No creo exagerar si afirmo que el discurso oral de Eusebio constituye ya uno de los legados más importantes que será objeto de estudios en los próximos años.
La oratoria, como género, constituye uno de los más difíciles, porque aúna el conocimiento de un tema, la elegancia del discurso, la belleza del lenguaje, la lógica armoniosa del contenido, lo poético que deleita y la dialéctica que enseña.
Como pocos en nuestra historia más reciente, Eusebio Leal ha desarrollado la oratoria de modo extraordinario y muy personal. Ha aportado a la Academia y a la tribuna el arte de decir.
Viene a mi memoria el momento en que lo conocí con carretilla en mano y su exclusivo modo de vestir con ropa de trabajo gris. Aquellas búsquedas arqueológicas e históricas, llevaban a muchos, burlonamente, a pensar que aquellos sueños de reconstrucción eran como los de Calderón de la Barca.
Hoy puede parecer que todo fue fácil y en mi opinión fue muy difícil perforar una realidad bruta con la punta fina de la voluntad, del ingenio y del conocimiento.
Al escucharlo percibe el interlocutor que más allá de lo que la Academia enseña, está la búsqueda incesante de un autodidacta que disfruta traspasar los límites de las disciplinas.
Quizá, como él mismo se ha llamado, ha sido un hijo de su tiempo, de este tiempo de temeridades, que el futuro juzgará con la fría lógica que otorga la distancia; pero ello es un privilegio no de los dioses, sino de los hombres.
También recuerdo ahora cuando al entrar en un aula universitaria, hace ya no sé cuántos años, me lo encontré sentado como estudiante de la carrera de Historia. Le era necesario el título que tanto se exige, pero sus conocimientos sobrepasaban ya a los de un licenciado.
Aquí buscó los métodos, las sistematizaciones, las teorías que la academia discute y promueve. El joven profesor disfrutaba y aprendía del grato diálogo con el sabio historiador sin título.
Habanero, supo amar su ciudad y trabajar en el rescate y prevalencia de sus valores materiales y espirituales. Pero al observar en conjunto su obra en esta urbe puede también entenderse la amplitud de su visión. Museos, bibliotecas, escuela, hogares, colegio, le dieron al proyecto una calidez, que hizo revivir la ciudad que solo tenía sentido como el hábitat de nuestro espacio humano.
Recordando una frase de José de la Luz y Caballero, pronunciada en 1832, al referirse al Obispo Espada, me gustaría decir que Eusebio «me hace gustar el noble orgullo que es habanero el corazón que en mí late». Y esa «habanidad de habanidades» no es otra cosa que el hecho de que Cuba late también con el corazón habanero y el mundo entero contribuyó a la riqueza de sus calles.
Él es fiel a sus apellidos, Leal a sus ideas y a sus principios, Spengler, que el que escribe traduce a capricho como espléndido en su entrega a Cuba, a su Revolución y al legado patriótico de todos los constructores, de esta, como el título de uno de sus libros: su siempre PATRIA AMADA.
Al recorrer las calles de nuestra Habana, así como la de otras muchas ciudades cubanas, seguiré sintiendo la presencia de Eusebio y escuchando su voz firme y encantadora. No te vas, te quedas, en el alma de los que amamos, creamos y creemos en aquellos valores éticos que tú también ayudaste a sembrar.
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