Otra vez toca escribir sobre un suceso que nos define, ese que plantea que estamos en el mapa y que, como comunidad, hay una trascendencia entre nosotros. Más allá de que vayamos o no ese día al centro de la plaza de armas, entre el fragor parrandero, más allá de que nos marchemos quizá para siempre de este mundo, más allá de ser o no remedianos. El pequeño gran orgullo nos llama a escribir sobre las fiestas: hecho serio del cual dependemos como seres, para la sana dicha de una villa y del mundo.
Una vez, estando en medio de una redacción, tuve la desgracia de escuchar, de boca de una dizque periodista jefa, que no era “para tanto”, a propósito del nombramiento de las parrandas como Patrimonio de la Humanidad. La ignorancia, lo malévolo del universo, dan la medida de lo inmenso de hechos y personas que padecen difamación y daños. Nuestras fiestas, únicas, llegan a su 200 aniversario y han pervivido por encima de diferencias políticas, religiosas, resentimientos, incautaciones indebidas, escándalos fiscales, demagogias. El pueblo las sostiene en sus hombros, en ese gesto de Atlas, que no cesa de amar, a pesar de que duela. Hay un momento, en la madrugada ya del 25 de cada diciembre, que habla de lo simbólico y real que entrañan las parrandas: los sansarices, simpatizantes de uno de los bandos barriales, deben alzar físicamente la mole de su carroza para que esta doble la esquina y así se corone el triunfo. Luxaciones de miembros, sudores, gritos, llantos y finalmente el parto y los colores de un cielo repleto de fogosas excitaciones por el logro colectivo.
- Consulte además: Doscientos años sin soledad, las parrandas de Remedios
Las parrandas merecen titulares en los medios de mayor alcance. Recuerdo en lo personal a muchas agencias extranjeras acá, desde BBC hasta AFP, cuyo corresponsal en Cuba, por cierto, montó una exposición en el Archivo Histórico de Remedios con todas las fotografías que le tomó a las fiestas, a lo largo de décadas de asistencia. El suceso se repite de la mano del afamado artista del lente Julio Larramendi, quien recién hizo un catálogo de lujo, con imágenes que acompañan el 200 aniversario parrandero y textos de grandes de la cultura acerca del fenómeno, así como análisis antropológicos de diversos especialistas. Hemos sabido no solo conservar, sino también que la gloria se prolongue a lo largo del mundo. Los procesos genuinos, los que vienen desde adentro, llevan la marca de los dioses, esa que nos permite amar sin temor a estar equivocados.
(Tomada de Archivo Digital de Remedios).
Siempre ese sentimiento de apego a las raíces que nos hace mejores, el que no deja que, yéndonos, dejemos de ser cubanos. Un amigo me relata que, estando él en Venecia en la Plaza de San Marcos, reconoció a una remediana. La señal que de inmediato sirvió para unir a ambos coterráneos fue el silbido de la música de las parrandas pronunciado por él, uno que funciona como contraseña y que forma parte de la polka del barrio San Salvador desde que fuera compuesta, a mediados del siglo XIX, por el músico popular Pedro Morales, famoso por su mote de “el del cornetín”.
Remedios tiene eso y más: junto a las procesiones católicas o las salidas de barrios, solemos ver estandartes que dicen “Familia Carrillo” o “Familia Seigle” en alusión a los clanes que fundan y sostienen, a la sangre que corre por los cuerpos, dándonos un sentido más allá de las fiestas. Nos acompañan, además, los Rojas, que son, desde su ancestro Don Manuel, muy remedianos. Jacinto, uno de los descendientes de aquel conquistador ibérico, defendió ante las autoridades en 1600 y pico la existencia de Remedios “como república” o sea villa, ante las amenazas piratas y conspiratorias.
Poseemos la cualidad de que la mayor parte de nuestras calles, que antes eran santos católicos, se refieran a escritores y periodistas lugareños. Así, están Alejandro y Andrés del Río, Teodosio Montalván, José León Albernas y muchos más. Ellos, incluyendo a uno de sus mayores exponentes, Facundo Ramos (español de origen por cierto), defendían las fiestas, con ahínco, desde sus columnas en la prensa local por entonces muy ilustrada y de un gran alcance en la región. Uno de los grandes generales de las guerras cubanas, Francisco Carrillo, amigo personal de Martí, era ya en sus años mozos un sansarí que armaba partidas de muchachos con las banderas de su barrio por las callejuelas de la villa. Y otro, ya en pleno siglo XX, Carlos Carrillo, llamado “el León de los liberales en Remedios”, no dudaba en lanzar, despiadado, decenas de palenques cuando ganaba las elecciones como alcalde. Por esta última razón, mi bisabuela le negó una vez el voto a su partido: “es que me destrozas las tejas con tus voladores”, le dijo ella.
(Tomada de Archivo Digital de Remedios).
No hay aquí suceso mayor. El mundo contempla azorado cómo una bandera roja y otra carmelita levantan las emociones de un pueblo. Las parrandas son nuestro lenguaje ritual, ese que pervive aunque no podamos celebrarlas, aunque se silencien por un año, dos, tres o cientos. Ahí reside la verdadera tradición y no en hechos banales que puedan ser vistos con desdén por otras personas insensibles e ignorantes, pocas por suerte. Las fiestas, como catedral de la cultura, como iluminación eterna de Cuba, como base de una era que no culmina mientras caminemos los remedianos sobre la faz del mundo.
En la parranda ideal, esa que imaginamos tantas veces, podemos ver a los que habitaron esta villa épocas atrás. Les damos la mano, agradecidos. Oímos los mismos sonidos y ritmos. Compartimos la bebida armoniosa de la gloria. Remedios va, así, más allá de la muerte, hacia la fiesta que nombra a la ciudad elegida y única.
(Tomada de Archivo Digital de Remedios).
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