Hoy se cumplen 127 años de la muerte en La Habana, de aquel a quien José Martí escribió el 15 de enero de 1871: “De aquí a 2 horas embarco desterrado para España. Mucho he sufrido, pero tengo la convicción de que he sabido sufrir. Y si he tenido fuerzas para tanto y si me siento con fuerzas para ser verdaderamente hombre, solo a Ud. lo debo y de Ud. y solo de Ud. es cuanto bueno y cariñoso tengo".
Cuánto debió haber sembrado ese maestro, cuánto debió haber entregado, inspirado, para que un ser excepcional como Martí, le reconociera y agradeciera tanta influencia en su personalidad y proceder.
Rafael María de Mendive fue poeta, literato, abogado, director de la Escuela de Instrucción Primaria Superior Municipal de Varones, fundador del colegio San Pablo; escribió para periódicos y revistas de la época como Guirnalda Cubana, Revista Habanera y Diario de La Habana; perteneció a la Sociedad Económica de Amigos del País. Su casa era centro de reuniones literarias y patrióticas, por lo que a consecuencia de las manifestaciones revolucionarias en el capitalino teatro Villanueva el 22 de enero de 1869, lo encarcelan en el Castillo del Príncipe y luego destierran a España.
Mendive también amó, tuvo hijos, padeció. Pero, sobre todo, era un maestro, un educador, un formador, que inculcó en Martí y en muchos de sus otros discípulos, entre ellos Fermín Valdés Domínguez, amor a la Patria y a la libertad, al ser humano; mostró y trasmitió respeto, justicia, vergüenza conocimiento, sensibilidad.
Y es más que sabido y comprobado, que no hay como un buen maestro para influir en la conducta humana, en los sentimientos y el compartimento de un niño, de un adolescente, de un joven. El dúo Martí-Mendive no es un caso único ni aislado. La Historia universal y nacional atesora no pocos patrones de excelentes pedagogos y discípulos. De hecho, Mendive fue alumno de José de la Luz y Caballero, fundador del Colegio del Salvador, donde practicó modernos métodos de enseñanza.
En la Cuba actual se habla, se opina, se publica, se debate, sobre pérdida de valores, insuficiente preparación de estudiantes y profesores; sobre la responsabilidad compartida de la familia y la escuela, la imperiosa confluencia de padres y maestros, de lo insustituible de la misión de ambos, del necesario aprendizaje dialógico, científico, participativo; de la enseñanza amena y vívida de la Historia de Cuba, de la educación formal, el correcto uso del lenguaje, de predicar con el ejemplo, frase aunque antiquísima, muy real.
Entonces, en este contexto, inevitablemente, Mendive y Martí acuden a nuestra mente, tienen que estar presentes. Recordar, retomar, releer sus preceptos debe ser, para cada maestro, para cada educador, para cada ser humano de bien, un ejercicio de profesionalidad, de humanidad, de dignidad.
No importa si el maestro es de los llamados emergentes porque se prepararon para impartir clases ante un reclamo imperioso de la Revolución, y conozco algunos magníficos, o si lleva décadas haciéndolo. Lo primordial es que día a día vaya al aula con amor, deseos de enseñar y aprender; con vocación imprescindible, con respeto hacia él, hacia lo que hace y hacia los que están escuchándolo y evaluándolo.
De seguro, al pasar los años, muchos de sus estudiantes podrán rememorar de ellos, como Martí de Mendive en carta a Enrique Trujillo, publicada en el periódico El Porvenir el 1º de julio de 1891, lo maravilloso de las clases de Historia que impartía con gran gusto y lo prodigioso que era cuando se sentaba a hablar a sus alumnos de fuerzas en las clases de Física, y atría profundamente a los presentes.
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