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sábado, 2 de noviembre de 2024

Dos serios aspirantes al Coral

Se trata de los filmes El club, de Pablo Larraín, y Una segunda madre, de Anna Muylaert...

Pedro Antonio García Fernández en Exclusivo 12/12/2015
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Por mucho que el crítico trate, al carecer del don de la ubicuidad, no puede ver todos los largometrajes, óperas primas y muestras alternativas que desea en esta 37º edición del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano (FNCL), que se ha caracterizado por los filmes dignos, no grandes y trascendentales, pero buenas cintas a secas.

Entre las concursantes hay dos que me han llamado poderosamente la atención, que resaltan sobre las demás. Me refiero a El club, de Pablo Larraín, y Una segunda madre, de Anna Muylaert, que hasta el momento de redactar estas líneas han recibido una unanimidad favorable tanto del público como de la crítica especializada.

Pablo Larraín es un viejo conocido de los cinéfilos cubanos. Dos de sus filmes, Tony Manero (2008) y No (2012), se alzaron con el Primer Coral; Postmortem (2010), con el segundo. Ahora nos trajo una cinta que parece una diatriba contra la Iglesia Católica pero que a la vez es una metáfora de la sociedad chilena actual: El club.

En una casa de un apartado puerto costero viven cuatro curas, separados del sacerdocio por “conducta impropia” (pederastia, venta de niños y otros delitos), junto a una monja cuidadora. La llegada de un quinto presbítero sancionado conmociona la estabilidad de la casa y la alta curia envía una especie de inquisidor-inspector a ella.

Larraín es un maestro del medio, sobre todo en la conducción de actores, y para El club se agenció la complicidad de Daniel Villalobos y Guillermo Calderón para que conformaran el guion junto con él, aparte de un talento como Sergio Armstrong en la dirección de fotografía, relevante soporte dramático al filme.

En este último aspecto, las secuencias en la casa se plasman desde tonos azulados y grisáceos, con un adecuado uso de planos frontales y a contraluz, para subrayar la atmósfera densa y opresiva en que sobreviven los personajes.

Pero no solo oculta “sus ovejas negras” la Iglesia para salvaguardar su prestigio: similar expediente utilizan la oligarquía y los altos mandos militares chilenos para mantener ocultos, escondidos y sobre todo, impunes, a quienes cometieron graves violaciones de los derechos humanos contra la población civil en épocas pasadas.

Muchas veces los familiares de las víctimas han tenido que denunciar a estos criminales, “retirados” cómodamente, para que comparezcan ante la justicia. 

Como siempre en sus películas, Larraín buscó un reparto de lujo, encabezado por su amigo y compañero de filmes anteriores, Alfredo Castro, convincente como el Padre Vidal. Pero al revés, en Postmortem, Antonia Zegers se le fue por encima. Su Madre Mónica es de lo mejor visto en el último cine chileno.

Verdadero ángel del mal, de un pasado probablemente tan turbio como el de sus compañeros “de retiro”, es una monja que a veces actúa como una laica, maternal y pérfida, que no pestañea en mentir, chantajear y llegar hasta la violencia, matar incluso, si es preciso. Una actuación que le hace candidata al coral de mejor actriz.

Tanto Roberto Farías (No) como Marcelo Alonso(Tony Manero, Postmortem) habían trabajado ya con Larraín. Farías, a quien también hemos visto en pasados festivales en La buena vida y Violeta se fue a los cielos, asume con excelencia el papel de Sandokan, quien de niño fue abusado por un cura.

Desde su aparición en pantalla, botella en mano, frente a la casa de los sacerdotes, el filme se impulsa y nos lleva galopando de la mano hasta su conclusión. Por otra parte Alonso, como el Padre García, en plenitud de forma, nos regala otra muy orgánica interpretación. 

En Una segunda madre, como ya señalé en otra publicación, se aprecian ecos lejanos de La nana, un filme visto aquí hace años y que le agenció un Coral de mejor actriz a su protagonista Catalina Saavedra. Pero el filme de Anna Muylaert va mucho más allá que su antecesora.

Esta realizadora llega a la vivisección de la oligarquía brasileña, signada por su “clasismo”, su desprecio a la clase trabajadora, por muy progresista que se proclame. El avance de la plebe en el Brasil actual le consterna y le preocupa, no por gusto en estos días buscan un “impeachment” para derrocar a la populista Dilma Rouseff.

Evitando la retórica, Muylaert va subrayando el clasismo que apuntábamos, sobre todo a través de su personaje Bárbara, interpretado convincentemente por Karine Teles, quien se nos había perdido de vista desde su actuación en Madame Satá (2002)

Lo mismo nos pasaba con Regina Casé, quien se comporta orgánica, como siempre, al personificar a Val, la criada. No la veíamos desde Yo, tú, ellos, Primer Coral de la edición de 2000 del FNCL, aunque nos llegaban noticias de su presencia en la TV brasileña.

La sensación sin dudas es Camila Mardila (El otro lado del paraíso). Aclamada por su buena actuación como Jessica, quien al decir de la propia realizadora, “simboliza a ese Brasil pos-Lula, la clase baja que ha podido estudiar gracias a las ayudas y que por eso tiene rebeldía para continuar conquistando espacios”.

Estas dos cintas constituyen, a mi entender, dos serias aspirantes al coral de su categoría. Pero bien saben los asiduos lectores de este portal que no siempre el jurado coincide con mi criterio. Esperemos, pues, su irrevocable dictamen el domingo próximo.


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Pedro Antonio García Fernández

Periodista apasionado por la investigación histórica, abierto al debate de los comentaristas.


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