-¿Cuántas veces tengo que decirte que aprietes el tubo de pasta dental por abajo y no por el medio? ¡Ya estoy cansada de lo mismo!
-Y tú, ¿cuándo vas a dejar de roncar por las noches? ¡Yo también estoy cansado de oírte!
Podemos estar en la sala de nuestra casa o caminando por la calle y de repente, escuchar un “diálogo” como este. A veces podemos hasta reírnos, pero estamos convencidos de que esos reclamos y exigencias son propias de una relación de pareja en la que el tiempo (o tal vez otros motivos) han lacerado el sentimiento esencial. Nos asustamos y tratamos de aliviarnos con el pensamiento de que a nosotros no nos sucederá lo mismo, aunque en nuestro subconsciente permanecerá el temor, pues no pocas veces hemos escuchado que la rutina, la convivencia, el día a día, puede ser el peor enemigo del amor, si así lo permitimos.
Sin embargo, no es en la sala de la casa o en la calle donde escuchamos ahora ese “diálogo”. Estamos sentados en una silla, en el lado de las mujeres o en el de los hombres, y frente a nosotros, en un pequeño escenario, se encuentra la pareja que llena nuestros oídos de quejas y súplicas, en franca representación de un matrimonio que enfrenta una crisis, una más dentro de su ciclo vital, en el que se mezcla el cariño, con la obstinación y las contradicciones.
Y nos reímos, claro, porque los actores Anabel Suárez y Hamlet Paredes encarnan los papeles de Ángel y Angélica y son capaces de hacernos mutar de la preocupación al divertimento, de la incertidumbre a los aplausos con las situaciones que nos presentan en la puesta en escena Dos de amor, de martes a jueves en el Café Teatro Bertolt Bretch.
Es una obra simple, podemos pensar teniendo en nuestras manos el plegable con la sucinta información. Otros datos son que fue la tesis de Dramaturgia de Lilian Ojeda, egresada del Instituto Superior de Arte y que Anaysy Gregory Gil, decidió llevarla a las tablas para darnos la oportunidad de ver la obra y el desempeño talentoso de jóvenes artistas.
Pero cuando transcurren los primeros minutos de la puesta en escena, nos basta para saber que de simplezas nada, que estamos ante una cruda realidad de la que podemos ser protagonistas en cualquier momento de nuestras vidas, si nos dejamos tomar en brazos por la rutina y el desgano.
Hombres y mujeres se sientan por separado en las sillas para medir mejor sus reacciones y una especie de “competencia” reñida se adueña de actores y espectadores que, afortunadamente, nos conduce al final a reflexionar en los porqués y las soluciones de nuestras crisis emocionales.
¿Se acabó el amor?, nos preguntan Ángel y Angélica. Con el paso de los años, ¿se puede salvar el amor?, nos preguntamos…Y en la búsqueda de las respuestas nos quedamos una hora formando parte de un cuadro que bien pudiera ser el nuestro.
Lo mejor es que después, cuando nos levantamos de los asientos y aplaudimos unos minutos como muestra de reconocimiento a la entrega que nos hicieran, tomamos a nuestra pareja de la mano, que tan lejos de nosotros estuvo sentada, y la agarramos fuerte, la besamos y caminamos hacia el Coppelia, la parada de la guagua o hacia el parque del frente, intentando decirle sin palabras que eso que pasó en el escenario no nos pasará.
Todos lo hacen al salir y me atrevo a pensar que no pocos de los que planificaron esa salida para “salvar” distancias y problemas que ya tenían, salieron más unidos y convencidos. Es que una obra como Dos de amor puede estremecernos en medio de las risas y el divertimento.
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