Dialogar, dialogar… No basta una sola vez, es preciso insistir, repetirlo, “dialogar” hasta el cansancio y después del cansancio. El diálogo constante es lo que evoca el título del último libro de Alfredo Guevara –el último, literalmente, y no solo el más reciente; para dolor de sus lectores, del cine cubano, de la cultura de este y muchos otros países del mundo; para tragedia tremenda de estos tiempos y los que vienen, tan necesitados de la herejía sabia y consecuente–.
En el Salón de Mayo del Pabellón Cuba, sede de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) que mucho frecuentó Guevara en los últimos años, la presentación del libro devino homenaje para un hombre querido y admirado.
Eduardo Torres-Cueva, Ricardo Alarcón de Quesada y Fernando Martínez Heredia, acompañaron a Luis Morlote y Jaime Gómez –presidente y vicepresidente de la AHS, respectivamente– en las palabras de presentación.
Alarcón evocó su recuerdo de la figura de Alfredo en la Universidad de La Habana, cuando lo conocía por referencias, por la marca que dejó en su facultad de Filosofía y Letras, como estudiante y como líder, con el compromiso ante los ideales que abrazó siendo adolescente y a los que mantuvo lealtad irreductible. Habló de su defensa de la creación, de su aspiración a un país de hombres y mujeres capaces de crear por sí mismos, libres, porque no hay creación donde hay moldes estrechos. Y por último, el ideal libertario como sustancia esencial de su vida. “Es el fuego que da y dará energía a mi alma hasta el último día”, citó Alarcón.
Torres Cueva abordó su dimensión de martiano, y su mirada a la Revolución Cubana en tanto proceso de raíz martiana, como construcción espiritual más allá de lo mero material. Así, han sido esencia de un mismo ejercicio cultura y política. Ya apuntaba el propio Alfredo que el refinamiento de la primera, es garantía de solidez en la segunda.
Alfredo –destacó Fernando Martínez – negó la idea de que el hombre de pensamiento no es de acción, ese prejuicio anti intelectual. Alfredo fue el intelectual revolucionario por excelencia, produjo y aplicó conocimiento, teorizó a partir de la práctica y para ella. No hay tal contradicción entre el pensamiento y la acción.
Fernando elogió su honestidad a toda prueba, y la valentía. Y añadió “Hay que ser como él porque hace falta en Cuba”. Hace falta gente como Alfredo, joven en tanto revolucionario –ya describió él la condición de revolucionario como la sine qua non para ser joven–. Gente que, como él, no dicte consejos a las nuevas generaciones, sino que intercambie sobre bases de respeto, y sin otra voluntad de seguir participando de la construcción colectiva de país, en función de este tiempo.
Jaime Gómez anunció que el presente no se trata de un libro para los jóvenes, sino con ellos. No atesora un testimonio, no transmite una memoria de tiempos lejanos ni recopila viejos documentos. Nace de la necesidad de dialogar sobre el presente y vislumbrar futuro, que Alfredo concretó en encuentros diversos con jóvenes de todo el país.
“Siento que este libro activará sentidos en la imaginación de la gente. Estimulará el ideal de belleza” –dice Jaime–. La belleza como abstracción estética y ética, la belleza consustancial a la creación, a la eclosión del espíritu, a cualquier nacimiento.
Este libro no habla, pues, de cine, sino de economía, de sociedad, de lo cotidiano, en reflexión y acción. Critica maneras de hacer prensa y política que son inoperantes. Apela al socialismo, incongruente con la fealdad, la miseria y la ignorancia: “El socialismo debe ser cultor de la belleza (…) …un socialismo juvenil, desenfadado y bello”, dijo este hombre grande, protagonista siempre, y nunca mero observador.
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