En su compás musical hay algo de abrazo, de alegría contagiosa, de fiesta colorida, que de alguna manera es también una mezcla extraña, genuina, diferente…, “sazonada” a través de los siglos por el cantar campesino en nuestra isla. Guitarra, tres, triple, laúd, clave, güiro y guayo marcan el ritmo, mientras, los intérpretes moldean sus décimas, improvisadas o no.
Así ha crecido y florecido el punto cubano, convertido en una composición poética y musical con raíces profundas en la identidad nacional, que inició su andar criollo en el siglo XVIII, nacido de la transculturación de tonadas y versos cantados traídos a Cuba por emigrantes españoles, fundamentalmente canarios y andaluces, aderezado luego con pizcas africanas que le dieron el toque verdaderamente criollo.
Reconocido por la UNESCO, el pasado día 6 de diciembre, como parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, el punto cubano “es un elemento esencial del patrimonio cultural inmaterial cubano, abierto a todos, que propicia el diálogo y expresa los sentimientos, conocimientos y valores de las comunidades que lo practican”.
Aunque característico de las zonas rurales del país, el también conocido como punto guajiro, en el transcurso de los años se ha extendido al resto de la población. “Las familias que dominan esta disciplina forman grupos, fabrican sus propios instrumentos y organizan y promueven las representaciones”.
Las técnicas y conocimientos sobre esta práctica musical se transmiten fundamentalmente por medio de la imitación, por ello resulta muy común ver en los más insospechados escenarios, incluso a pequeños de pocos años de edad, que dominan y cultivan esta manifestación; en tanto, Casas de Cultura de todo el país imparten un programa de enseñanza, con talleres animados por los propios practicantes del género.
Voces inconfundibles como la de nuestra entrañable Celina González —autora e intérprete— han marcado hito en la historia del punto cubano. Imposible resulta no emocionarse al escuchar alguna grabación de la época donde nos sorprende con la sencillez y profundidad de sus décimas, también aglutinadoras del sentir de un pueblo:
Yo soy el punto cubano que en la manigua vivía/ Cuando el mambí se batía con el machete en la mano/ Con el machete en la mano/ Tengo un poder soberano que me lo dio la sabana/ De cantarle a la mañana, brindándole mi saludo/ A la palma, al escudo y a mi bandera cubana/ Y a mi bandera cubana.
Controversias inolvidables se registran en la historia de este género en Cuba, así como nombres imprescindibles, que junto al de Celina —conocida como la reina del punto cubano—, han dejado una estela en nuestro patrimonio musical. Entre ellos podemos mencionar a María la Matancera, Nena Cruz, Justo Lamas, Merceditas Sosa, José Sánchez León y otros.
Ha sido el programa de televisión Palmas y Cañas —desde su creación en octubre de 1962— un escenario desde el cual semanalmente el punto cubano y otras manifestaciones de la música campesina han entrado a la sala de nuestros hogares. Allí encontraron asidero inolvidables controversias como las que por más de treinta años nos regalaron Justo Vega y Adolfo Alfonso.
Sublime y nuestro, el punto cubano ha trascendido ya el guateque campesino para “colarse” también en los “escenarios” de la humanidad.
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