Ciertamente, la mayoría de los cubanos somos cinéfilos. Pienso en ello en las afueras de los cines nacionales, tanto en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, como en las jornadas dedicadas al séptimo arte de otros países, o simplemente en las tardes y noches de proyección que habitualmente tienen nuestras salas. En parte le debemos esta afición a la primera institución cultural creada por la Revolución Cubana luego del triunfo de 1959: el ICAIC.
A solo tres meses de haber arribado al poder el nuevo gobierno, el 24 de marzo, con conocimiento de que el cine constituye “un instrumento de opinión y formación de la conciencia individual y colectiva y puede contribuir a hacer más profundo y diáfano el espíritu revolucionario y a sostener su aliento creador”, se dicta y aprueba la Ley No. 169, la cual establece: la creación del ICAIC como organismo de carácter autónomo, personalidad jurídica propia y domicilio legal en la capital de la República, a la vez que precisa el carácter, estrategia, propósitos y tareas que marcarían el joven cine revolucionario, bajo la guía del presidente fundador del centro, el cineasta Alfredo Guevara.
De esta forma se reconoce que “es el cine el más poderoso y sugestivo medio de expresión artística y de divulgación y el más directo y extendido vehículo de educación y popularización de las ideas”, pues precisamente, “el cine, como todo arte noblemente concebido, debe constituir un llamado a la conciencia y contribuir a liquidar la ignorancia, a dilucidar problemas, a formular soluciones y a plantear, dramática y contemporáneamente, los grandes conflictos del hombre y la humanidad”, más aún en una sociedad donde la mayoría de la población era analfabeta y solo podían acceder a las instituciones educacionales y culturales aquellos cuyos recursos económicos o posición social se los permitiese.
Por otra parte, se reconocía también que “la Industria Cinematográfica y la distribución de sus productos constituyen una permanente y progresiva fuente de divisas”, sobre todo porque en un país que estaba renaciendo luego de los estragos que los procesos de conquista y colonización, los negocios ilegales a gran escala, la malversación de los recursos del Estado y materias primas, que había dejado a su paso el República Neocolonial, se hacía urgente dar un impulso a la economía.
Así nace una institución que durante más de seis décadas ha contribuido decisivamente en elevar el nivel cultural del pueblo cubano, así como a llevar nuestras tradiciones y el trabajo de los realizadores nacionales a ser reconocido en otras latitudes, sin perder nunca su condición de manifestación artística, libre de la servidumbre y capaz de instruir e informar y al mismo tiempo, engrandecer la historia patria a través del abordaje de temáticas y figuras que han escrito grandes páginas en la vida y destino de esta isla antillana.
Pero el ICAIC no solo se ha encargado de la cinematografía nacional, sino que también cuenta en su archivo con numerosos filmes extranjeros que han dejado importantes huellas en el cine, lo cual ha hecho posible que los cubanos podamos acceder y disfrutar de ellos.
Desde sus inicios, esta institución cultural ha trabajado intensivamente en promover el desarrollo cultural de la población y lograr que el cine fuese disfrutado por los cubanos aun cuando viviesen en los más recónditos parajes de nuestra geografía.
Tal propósito fue materializado cuando comenzaron las proyecciones en los pueblos y caseríos, a los que se debía acceder en camiones, sobre mulas o lanchas y hasta donde llegaron los medios necesarios para que los pobladores pudiesen disfrutar del séptimo arte. De esas experiencias se nutrió Octavio Cortázar para producir el documental Por primera vez (1967), donde refleja la visualización de un cine móvil en las montañas orientales.
Por otra parte, el ICAIC ha sido cantera y motor de no pocos profesionales del ramo, contribuyendo decisivamente en su formación, consolidación dentro de este arte, e impulsor y apoyo del trabajo de grandes de la talla de Humberto Solás, Tomás Gutiérrez Alea y Santiago Álvarez, este último creador del Noticiero ICAIC Latinoamericano, una de las mejores experiencias del centro, la cual lo dotó de un alto reconocimiento internacional.
El trabajo de la institución no se limitó a la producción de un cine de ficción, documental y animación —en este último género juegan un papel decisivo los Estudios de Animación del ICAIC— sino que también, en busca de proveer a esa cinematografía nacional —sobre todo el documental— de la música necesaria, se funda el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, dirigido por el destacado compositor e intérprete Leo Brouwer, a quienes acompañaban Silvio Rodríguez, Noel Nicola, Pablo Milanés, Sara González y Eduardo Ramos.
El ICAIC es, sin discusión, la autoridad cinematográfica nacional, pues desde su creación se ha mantenido como la principal productora de largometrajes, documentales y animados en el país, además de llevar bajo su égida a la Cinemateca de Cuba, los Archivos Fílmicos, varios festivales de cine, a la vez que se ha encargado de la promoción y distribución del cine hecho en Cuba.
No obstante, la verdadera proeza del ICAIC ha sido trazar las pautas de un nuevo modo de hacer cine, pobre, pero con las herramientas comunicativas necesarias para transmitir claramente, con un lenguaje eficaz, el mensaje. Ello lo ha llevado a instituirse como una de las riquezas culturales cubanas, testimonio de la trayectoria histórica de esta nación.
En este 2020, para celebrar sus 61 años, el ICAIC entrega el Premio Nacional de Cine, por su larga y sostenida carrera en el ámbito cinematográfico cubano, a Senel Paz y a Francisco (Paco) Prats.
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