Deteniéndose en cada una de las condiciones que propician la propagación de la fiebre amarilla e identificando a la hembra del mosquito Aedes Aegypti como causante de esa enfermedad, el doctor Finlay expuso ante el incrédulo auditorio de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana su nuevo descubrimiento.
El célebre documento que presentó llevó por título El mosquito hipotéticamente considerado como agente de transmisión de la fiebre amarilla.
Seis meses atrás había explicado en la Conferencia Sanitaria Internacional efectuada en Washington, una revolucionaria teoría acerca de su contagio mediante un vector biológico, y como mismo le sucediese en su intervención con los estudiosos cubanos, fue objeto de rechazo por la comunidad científica internacional, que no creía posible que un pequeño insecto pudiese causar males tan graves a la humanidad, pasando el germen del mal de un individuo enfermo a uno sano.
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Muchos años pasarían hasta que fuese avalada la certeza de sus postulados. Pero el prominente investigador no solo tuvo que enfrentar a aquellos que desacreditaron su teoría, sino además a quienes intentaron robarle el mérito.
Durante la intervención estadounidense en Cuba con la que se iniciaba la etapa neocolonial en la Mayor de las Antillas, el gobierno de esa nación interventora decidió sanear el país, que se encontraba bajo la plaga de la fiebre amarilla. Para ello envió a La Habana una comisión médica, que presidida por el comandante Walter Reed, no logró controlar la epidemia.
Ante tal escenario, Finlay donó a Reed larvas del mosquito con el fin de que este verificase su tesis. Sin embargo, la preocupación del doctor cubano solo sirvió para que intentasen arrebatarle su tan significativo descubrimiento.
Finlay también llevó a cabo concluyentes estudios en el área del tétanos infantil y de la propagación del cólera en La Habana. En 1872 fue elegido Miembro de Número de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, y en 1895, Miembro de Mérito de esa institución. Luego, entre 1902 y 1908 estuvo al frente de los servicios de Sanidad en la Cuba.
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Bautizado como Juan Carlos Finlay, pero reconocido por toda Cuba y el mundo como Carlos J. Finlay, puesto que así firmaba, el eminente doctor está hoy más presente que nunca en la cotidianeidad cubana, en tiempos en que la pandemia de la COVID-19 arremete con toda su fuerza en Cuba, y nuestros científicos y personal médico laboran sin descanso en esa batalla contra la muerte.
Su excelsa obra y tenacidad forman parte también de su legado a las generaciones de cubanos que dedican hoy sus días a salvar vidas en esta tierra y en otras latitudes.
Precisamente, siguiendo el ejemplo de Finlay, hoy la ciencia en nuestro país ha podido desarrollarse a pesar de los contratiempos generados no solo por la pandemia sino también por el criminal bloqueo impuesto por el gobierno de los Estados Unidos.
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Tras 17 meses de lucha constante contra la COVID-19, el 85 % de los medicamentos utilizados son de fabricación nacional. Entre ellos podemos mencionar, como la Biomodulina T, el Nasalferón, Jusvinza, el Itolizumab.
Asimismo, destacan los cuatro sistemas diagnósticos basados en la tecnología SUMA y los ventiladores pulmonares desarrollados por nuestros investigadores.
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Además, unido a la constante actualización de los protocolos y tratamientos médicos para combatir la pandemia, Cuba cuenta con cuatro candidatos vacunales contra la COVID-19 y una vacuna, Abdala. A la par, se llevan a cabo dos ensayos clínicos en edades pediátricas.
Sin dudas, hoy la ciencia cubana es “el homenaje más hermoso a Finlay”.
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