Mi familia es la única en Cuba que viaja a otro país en Ómnibus Nacionales. Lo hacemos unas cuántas veces al año, por vacaciones y fechas especiales. Y es toda una aventura.
Alguien con los pies puestos en la tierra diría que eso es imposible: ¡si este país está rodeado de mar por todas partes, no hay fronteras terrestres! Pero mi hija no opina lo mismo, y quién querría tener en la tierra los dos pies, antes que volar con la imaginación de ese ser dulce como panetela.
Dice mi hija que sus abuelos viven en otro país, un país llamado Matanzas. Nosotros, por el contrario, vivimos en el país de Luyanó. Ya tengo cuidado con avisarles con antelación de ese viaje trasnacional, porque la ansiedad que ella y su hermano experimentan los días previos es capaz de desquiciar al más centrado de los adultos.
Hay que ver su emoción cuando los despierto para partir; a esa hora no hay ganas de dormir más, ni lío para escoger la ropa, como pasa casi siempre en los días del círculo. Si los dejo, ni desayunan. Pocos aeropuertos han visto su grado de alegría y fascinación ante la terminal de ómnibus, sus anuncios, sus guaguas… y la perspectiva de llegar al fin al país de Matanzas,
Lo más gracioso que tiene ese país es que no empieza en Pueblo Nuevo, ni en Peñas Altas, ni siquiera a una cuadra de la casa de los abuelos, sino en su misma escalera.
Hay que entender la fascinación por ese territorio: tiene muy cerquita una playa, tan adecuada para sus edades, que le dicen “el charquito”; tiene una abuela y un abuelo sin ninguna de esas prisas de mamás y papás que trabajan; también, batido de mamey y chambelonas, jugo de mango, y ni asomo de un círculo infantil por todo aquello. Hay, además, una inestimable colección de vasitos plásticos de colores, que le gana la pelea a cualquier juguete tradicional.
No es que el país de Luyanó no tenga sus encantos, pero para mis hijos, ¡nada como el país de los abuelos!, una nación donde hay una prima y tías y tíos, y donde ellos campean a sus anchas, saboreando ese privilegio de ser los más chiquitos de la gran familia.
–Mamá, ¿me prometes que en las vacaciones vamos otra vez al país de los abuelos?
–Sí
–¿Y cuánto falta?
–Bastante, Nani, no me preguntes a toda hora
–¿Pero lo prometes?
–Que sí
–Ahhh. Viste, hermano, lo prometió
Habrá que ir pensando en los boletos. ¡Qué afortunados quienes crecen con un país de los abuelos!
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.