Cuando Albert Einstein revolucionó el mundo de la física a principios del siglo XX—entre otros argumentos—por sus postulados sobre la relatividad del tiempo; lo hizo tomando como sistema de referencia aquellos cuerpos capaces de registrar velocidades cercanas a la de la luz.
Sin embargo, poco más de una centuria después un sueco atrevido pretende instaurar a base de buen fútbol la percepción maleable del paso de los años incluso en quienes—sobre todo ahora—apenas logran desplazarse con cierta celeridad. Evidentemente, Einstein sabía muy poco sobre balompié y Zlatan Ibrahimović ignora por completo cualquier lógica relacionada con el devenir de los calendarios. Su llegada al AC Milan de Italia confirma la encantadora sospecha de disfrutar de un juego empeñado en trascender 90 minutos.
Tras dos temporadas de semiretiro en la Mayor League Soccer (MLS) de Estados Unidos, el nacido en Mälmo asume el rol de apaga fuegos en un conjunto cada vez más desentendido de las siete Champions y los 18 scudettos conquistados en un pasado no tan lejano. El para nada insignificante registro de 38 anotaciones en igual número de partidos en canchas norteñas le valió el pasaje de regreso al equipo que lo viera debutar en la campaña 2010-11.
Ibra recién se incorpora a un club calado por una crisis administrativa y deportiva que tiene en la zona noble de la institución su único culpable. El plan de Li Yonghong, entonces dueño de la institución rossonera, de reflotar el Milan con una estrategia de marketing basada en una supuesta base social de fanáticos chinos resultó inviable y derivó en un caos administrativo sin precedentes.
Luego de ocho años sin levantar el título de la Serie A, el fichaje de Zlatan apela a la memoria afectiva de una afición empeñada en revivir glorias del pasado y sirve de bálsamo a la dirección del club, desde hace mucho errática en su política de contratación de entrenadores (Inzaghi, Seedorf, Mihajlovic, Gatusso, Brochi, Montella…) y jugadores (Higuaín, Calhanoglu, Rodríguez, Leao…).
Con el regreso de las leyendas Paolo Maldini y Zvonimir Boban a los puestos de gestión y planificación, el cuadro milanés inició su periplo competitivo con la plantilla más joven del campeonato doméstico y con el exseleccionador del Inter de Milan, Marco Giampaolo, al frente del banquillo. Siete jornadas después, Giampaolo saldría por la puerta de atrás con resultados lamentables y en su lugar asumiría Stefano Pioli, hasta el momento, con números similares a su antecesor.
Seguidor confeso de los métodos de Josep Guardiola, Pioli en más de una entrevista ha manifestado su gusto por la presión alta y el control del esférico, nada más alejado de lo visto en San Siro. Ibrahimović se coloca eje de un proyecto pobre en cuanto a variantes tácticas y capacidad para acoplarse e interpretar distintas situaciones; y se antoja la nota discordante de una delantera que padece de la media goleadora más pobre de las últimas tres décadas.
Con el veterano ariete se garantiza sobre la grama experiencia, competitividad liderazgo y, quizás, una decente factura de chicharros. Pero nadie debe perder de vista las exigencias de una liga muy distante de la MLS, que se define por antonomasia por el férreo marcaje y la fortaleza de las piernas de los centrales.
Su presencia rompe con la predisposición de adquirir cromos con proyección a mediano plazo, engaña a la utopía de colarse en posiciones europeas y posterga la ansiada renovación ideológica y generacional. Entidad y jugador simbolizan el declive y la añoranza. Zlatan se antoja el reflejo de una franquicia incapaz de seducir a nuevos intérpretes y de pelear por un escaño en la élite continental. Con el perdón de puristas y nostálgicos, este resulta el enésimo chiste del mal gusto protagonizado por el calcio.
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