La Liga de Campeones tiene los días contados. La Asociación Europea de Clubes (ECA, por sus siglas en inglés) y la Unión de Asociaciones Europeas de Fútbol (UEFA, por sus siglas en francés) iniciaron conversaciones con la finalidad de crear una nueva competición sobre la que gire el balompié a nivel continental. De acuerdo con lo publicado por varios sitios, entre ellos el diario El español, en la Asamblea General celebrada por ambos organismos en días recientes, se abordó la posibilidad de insertar en el calendario competitivo una Super Champions o Superliga que albergue única y exclusivamente a la aristocracia futbolística del Viejo Continente.
El campeonato entraría en vigor a partir del 2024 y aunque el presidente de la ECA y directivo de la Juventus de Turín, Andrea Agnelli, reconozca el carácter prematuro de las negociaciones, ya se habla del formato. Esta contaría con dos etapas, una primera preliminar de liguilla por grupos y una posterior ronda de eliminatorias. Además, existiría la opción de una restringida segunda división en la que los mejores clasificados tendrían la oportunidad de ascender mediante la fase de promoción.
Tales acontecimientos reafirman la veracidad de los documentos filtrados a finales del pasado año por el portal Footbal Leaks, donde se conoció que 16 grandes equipos (Real Madrid, Barcelona, Manchester United, Bayern Munich, Juventus, Chelsea, Arsenal, París Saint- Germain, Manchester City, Liverpool, Milan, Atlético de Madrid, Borussia Dormund, Olimpique de Marsella, Inter de Milan y Roma) habían acordado abandonar la Champions League (UCL) para enrolarse en la aventura de la Superliga Europea.
En realidad, este siempre ha sido un viejo anhelo entre los poderosos. Tanto desde el llamado G-14 como desde la actual ECA, los clubes miembros han abogado por jugar en un circuito que sustituya a la Liga de Campeones. ¿Motivos? La eterna búsqueda del evento capaz de generar mayor número de ingresos y patrocinadores mucho más relacionados con la proyección del fútbol actual.
Similar situación se vivió a finales de los 90, cuando la entonces Copa de Europa se quedó pequeña para una industria que crecía de manera vertiginosa, lo cual dio al traste con el nacimiento de la UCL. Poco más de dos décadas después, los hechos se repiten. La élite surgida de los cambios implementados se cree ahora con el derecho de reclamar porciones más grandes del pastel. Pues los directivos consideran que las ganancias se mantienen muy por debajo en comparación con lo recaudado anualmente por certámenes como la NFL, la MLB o la NBA.
Interesante resulta el apoyo de la UEFA a todo esto, histórico enemigo confeso a los intentos de “nuclear” el poder económico y la calidad deportiva. Con el francés Michel Platini como presidente, la máxima entidad rectora del deporte rey en Europa trató de mantener la Champions como la justa de referencia. Otorgar cuatro plazas a las ligas más importantes (España, Inglaterra, Italia y Alemania) y ofrecer sustanciosos beneficios monetarios a los conjuntos participantes fueron partes de los “mimos” implementados. Con Aleksander Caferin en el poder, se dio un vuelco al asunto. Ante el temor de perder a quienes más aportan económica y deportivamente hablando, Caferin decidió aplicar aquello de que si no se puede con el enemigo, lo más inteligente resulta unírsele y, de paso, obtener ganancias.
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Todos de seguro hemos soñado con una competición destinada a enfrentar a los mejores. Visto desde dicha perspectiva, la Superliga cobra un atractivo especial, convirtiéndose en el principal argumento de quienes la defienden. Sin embargo, tal “ventaja” pudiera terminar en un arma de doble filo. Habría que estar de acuerdo con Ignacio Palacios-Huerta, catedrático de la London School of Economics, exdirectivo del Athletic de Bilbao y miembro del comité científico de la ECA, cuando afirma que un mismo enfrentamiento repetido seis veces al año pudiera ocasionar el tedio en la afición y la pérdida de todo el encanto. La magia de competiciones como la UCL radica, entre otras cosas, en hacer coincidir en muy pocas ocasiones a las selecciones de renombre.
La puesta en marcha de la “Liga de ligas” afectaría sobremanera las lides domésticas, pues con la salida de las mejores oncenas se perdería calidad deportiva, audiencia y, por supuesto, ganancias por conceptos de marketing y derecho de transmisión. Aún más cuando se rumora que cederán su espacio de los fines de semana.
Siguiendo la misma línea, la abismal distancia entre los seleccionados pequeños y grandes pudiera hacerse insalvable. De no conseguir el financiamiento necesario, los elencos de menores aptitudes jamás podrán contar con un proyecto capaz de incluirlos en la selectividad. El título de Premier League conseguido por el modesto Leicester City en la campaña 2015-16 constituye la muestra fehaciente de que se puede triunfar sin grandes recursos, pero las probabilidades de repetir una hazaña así disminuyen cada vez más.
Otra de las cuestiones negativas resulta la saturación de una agenda que da poco margen al descanso y al cuidado físico de los jugadores. Sin contar Copa del Mundo, Eurocopa, Liga de Naciones o Mundial de Clubes, un futbolista juega por temporada la para nada despreciable cifra de unos 600 partidos. Número que aumentará de llegar a concretarse la novedosa versión de la Champions.
Como vemos, el fútbol contemporáneo camina por una cuerda peligrosa. Si buscamos tener un torneo único y global este es el camino. Pero si aspiramos a defender las ligas y los clubes que representan ciudades, regiones y culturas, vamos en sentido contrario. Un nuevo certamen se está gestando y con él, los fantasmas de un futuro dudoso.
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