Empeñado en camuflarse entre los restos de tardes de domingo y noches de entresemana, al tiempo le ha dado por arrancar de las canchas con brusco encono a figuras hasta entonces supuestas inmunes al paso irreversible de los calendarios. El uruguayo Diego Forlán quizás sea el más reciente ídolo con asiento en la eternidad, donde los criterios y las valoraciones de manera irremediable ya se hacen estériles y la imaginación se funde con la realidad.
Acaso por llevar consigo la mística inherente de una tierra que en forma de literatura y de goles tanto placer nos ha regalado o sencillamente, por encarnar la gracia de una generación huérfana de grandes títulos pero maravillosa, la carrera deportiva del nacido en Montevideo se resume en la épica del atrevimiento y en la engañosa sencillez del trabajo duro.
Jamás conoció oficio diferente. Desde la cuna el balompié resultó el motivo de pan en la mesa y el orgullo familiar. Con su abuelo, Don Juan Carlos Corrazo, como uno de los grandes estrategas y protagonista de la gloria de la selección celeste, y con su padre, Pablo Forlán, estampa de veneración en el histórico Peñarol, a Diego se le hizo imposible hallar la felicidad fuera de las doctrinas que se profesan con un balón.
El Independiente de Avellaneda de Argentina constituiría el prólogo de una historia marcada para siempre por la frialdad innata de los auténticos killers, el nacimiento de una leyenda asociada a unas piernas comparadas con la temeridad de un cañón y la bendita clarividencia de ubicarse allí donde la zaga rival termina por lamentar. Diego se fraguó romántico del gol. Encontró rutas insospechadas para ridiculizar a los arqueros y de a poco se hizo digno de heredar el simpático mote de “Cachavacha”.
Sir Alex Ferguson lo intuyó condimento excepcional para aquel Manchester United de los extraclases David Beckham, Ruud van Nistlerooy, Ryan Giggs, Ole Gunnar Solskjaer y otros tantos. Sin embargo, Old Trafford se quedaría con las ganas de saborear la implosión de un Forlán que, por juventud o por el rol demasiado “inglés” designado a cumplir, de ningún modo consiguió adaptarse. Con los fantasmas de otra promesa quedada en nada, la irrisoria suma de algo más de tres millones de euros lo llevaron al Villarreal, equipo que bajo la tutela de Manuel Pellegrini se colocaría entre los elencos punteros de España.
Con el Manchester United el ariete uruguayo disputó 98 partidos y anotó 17 goles (Fuente: Tomada del sitio del Manchester United)
En su primera campaña con el “submarino amarillo” el charrúa anotó 25 chicharros para adjudicarse la Bota de Oro, dejar anonada a media Europa y avivar la sospecha sobre la necesidad de contar con un buen par de corazas cuando las cosas no salen bien. Luego de tres temporadas en el Madrigal (hoy estadio La Cerámica), cayó en la órbita del Atlético de Madrid con la misión de suplir la salida de Fernando Torres. Esta vez en compañía de Javier “Kun” Agüero y tras un comienzo dubitativo, volvió a erigirse con 35 tantos máximo artillero de las grandes ligas y, de paso, regresó a los colchoneros al mapa continental al conquistar la Europa League con su firma en dos anotaciones.
Diego Forlán llegó al Atlético de Madrid como el segundo fichaje más caro realizado entonces por el club en toda su historia (Fuente: Sitio web Futbolete)
La Copa del Mundo celebrada en Sudáfrica en 2010 devino el clímax de su trayectoria, seis oportunísimos bombazos de manufactura extraordinaria, un liderazgo hasta entonces desconocido y el acompañamiento de un conjunto con más garra que talento le valió para adjudicarse el Balón de Oro del certamen.
Con la resaca de haber protagonizado un campeonato de ensueño, su paso por el Inter de Milán, el Internacional de Porto Alegre, el Peñarol o el Cerezo Osaka cuanto menos se antojaron un mal y cruel chiste para quien más tarde que pronto asimiló el fin de su camino. Aun así, debe encarar sin complejos la cruz de considerársele uno de los mejores uruguayos de toda la historia porque, aunque colmado de trofeos, la verdadera esencia de su juego trasciende las apariencias y yace por antonomasia en el anonimato de minutos pasados.
Puede que nunca haya gozado de un estilo vistoso o de la técnica más depurada. En última instancia, Diego Forlán representa el fin de una época y de una cosmovisión que tomaba al fútbol de pretexto para morir y nacer cada noventa minutos.
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