Diego Armando Maradona es de esas figuras que no se sabe si odiar o querer. Por un lado, los nostálgicos seguidores se deshacen en elogios y alaban cada pase, gambeta o gol salido de aquellas piernas prodigiosas. Por otro lado, los dolidos, los moralistas traicionados, los que no pudieron soportar los disparates y la arrogancia de un “pibe” creído -con razón- pero creído al fin, gustan de poner el dedo donde duele más y prefieren hablar de su adicción y de sus broncas. Si algo logró hacer el “Pelusa”, además de ganar títulos, fue cosechar enemigos con la misma facilidad con que celebraba trofeos.
Siempre se supo, si no el mejor, al menos, uno de los más importantes dentro de la cancha. Por eso, estuviera en el Boca Juniors, en el Barcelona, en el Napoli o en cualquier otro equipo, no se cortaba ni un pelo para hablar de cuanto le molestara e, incluso, alguna que otra vez tuvo la osadía de pedir para su conjunto, siempre con la justificación de ganar, a tal o más cual jugador.
Desde bien temprano, Maradona destacó por su habilidad y exquisito trato de balón. (Foto: Guetty Images).
La historia de Diego es así, tan fascinante como contradictoria, tan real e increíble como cada anotación que celebró, como cada título que levantó. Cuentan que jamás hubo un romance igual. Como buen argentino, Maradona supo conquistar la esférica y no precisamente a golpe de tango, sino de pura virtud. Su velocidad endiablada, su sexto sentido para saltar en el preciso momento, su habilidad para burlar la marca, su disparo certero…su zurda, su zurda.
Todo eso caracterizó el juego del hombre que revolucionó para siempre el mundo del fútbol. Hace ya más de cuatro décadas del debut en primera división con aquel irrepetible Argentino Juniors. El caño que hiciera nada más salir y la automática respuesta de los aficionados con el clásico “Ooooole”, sería el recibimiento para el niño de 16 años que encantaba por su descaro y soltura. En un abrir y cerrar de ojos, el desconocido Maradona se convirtió en el fenómeno con la tortuosa misión de enloquecer semana tras semana a la exigente afición.
Con apenas 11 encuentro en primera división, Diego fue convocado por la selección albiceleste para disputar un partido contra Rumanía (Foto:Guetty Images).
Su paso por la selección nacional difícilmente sea desconocido por alguien. Aunque sufrió como un loco no asistir al Mundial del 78 por ser “aún muy joven”, supo aprovechar las revanchas de la vida y ocho años después pudo levantar la Copa del Mundo y, de paso, dejar para el imaginario futbolístico una de las jugadas más hermosas de todos los tiempos.
Así es Diego dentro y fuera del estadio. Lo que siempre le faltó de estatura lo tiene de bocón y cabezota. Eso sí, nunca se le podrá reprochar falta de entrega o de compromiso por la camiseta. De él, dirán que “endiosarse” muy rápido lo llevó a la barbarie de atentar contra sí mismo. Sin embargo, lo que para muchos es lanza para el repudio, para otros representa un símbolo de grandeza y de voluntad deportiva al resurgir cuando todos daban por acabada tan extraordinaria carrera.
Desde el título de México 86'', ninguna selección argentina ha conseguido ganar un mundial (Foto: EFE).
Con los demonios exorcizados y unas libras de más, Diego sigue siendo portada, aunque ya no juega. Ahora se limita a levantar polémicas con sus comentarios y comportamientos. Poco le importa si arremete en contra de la política de su país, del mal funcionamiento de la FIFA o de las aptitudes de Lionel Messi como futbolista: le preguntan y habla. Tal como "ensayara" en 2010 con la albiceleste, ahora orienta sus “dotes” de estratega en el modesto Dorados de Sinaloa, un club de ascenso mexicano salido del anonimato desde la llegada del “Barrilete Cósmico” al banquillo y, hasta ahora, no le ha ido mal.
Aunque nunca lo pretendió, Diego Armando Maradona encarna la estirpe de los “tocados por el cielo” que todo amante del balompié quisiera ser. Por eso, entre elogios y rechazos, él vive tranquilo y sin el menor de los remordimiento. Porque sí, sabe que falló, pero, al menos detrás de un balón, supo pintar sonrisas y llenar de alegrías a miles de personas a la vez y, sobre todo, nunca defraudó.
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