Una amiga me dice que lo respeta a lo tremendo porque, en tiempos donde el mercado se las arregla para marcar tantas pautas, Fidelito Díaz Castro asume la ruta temeraria de vivir como piensa.
Vivir como se piensa y no al revés, como aconsejan cuerdos y cautos, siempre sale demasiado caro, en un sistema de precios y valores que incluye, pero sobrepasa por mucho, la metáfora nauseabunda del dinero.
El Fide no va a cambiar determinadas costumbres a estas horas de la vida, por eso va de aquí para allá, jugándose en ruleta rojinegra la suerte, el nombre, la vergüenza, la razón, la garganta y el grito, las cuerdas de la guitarra, el verso, el beso, las líneas y el abrazo.
De lo que fue hace años, de lo que hizo o no, hablarán quienes entonces lo vieron y alegarán, tal vez, que siempre fue la misma cosa. Yo lo conocí ya con canas cantando en un banco sombrío, prácticamente para él mismo, en una noche que de seguro no recuerda.
Y es que Fidelito no es cantante de estrados llenos de luces y micrófonos ni de noches “memorables”. Todo lo contrario. Se trata del trovador de la sombra, del patio chico, del encuentro casual, de la tertulia sin té, de la chispa pequeña y casi anónima, del destello diminuto que a pesar de todo quema. Tal vez por eso canta poco de lo que ha escrito y se encasquilla con la canción de Silvio que más se le parezca al escalofrío de turno.
Periodista sin ínfulas, escritor de lo sublime, director por años de "caimanes", está en todas partes Fidelito, con una modestia franca que se conjuga con la indolencia de no guardar formas. En una discusión será probable que grite y en la cara le dirá macabro a quien lo sea. Si te quiere brindará su ron, besará tu mejilla y te dará por nombre “hijo”, aunque no esté de acuerdo con lo que llevas horas conversando.
Meses llevamos fajados, Fidelito y yo, sobre lo que es arte, sobre si el arte “de verdad” es verdad. Nos hemos regalado gritos, atacando o defendiendo al reggaetón cubano, nuestro reparto, o por lo menos atacando o defendiendo las maneras en las que lo miran. Pero con gritos y todo, ha sido siempre un diálogo, fundamentalmente por el hecho de que en los diálogos se escucha. Fidelito sabe escuchar y sabe también, en medio de su ira, quedar meditabundo ante argumentos y asumir: eso no te lo responderé ahora, me quedaré pensando…
He aprendido a entender algunas de sus cosas, a entender que cuando habla de lo pseudoartístico no se llena el pecho de racismo o de clase, sino que ataca y odia a todo lo que pretende tocar alma y al mismo tiempo se deja poner precio y se vende. Y el Fide podrá equivocarse mucho o poco, pero precio no tiene y en venta, definitivamente, no está.
La voz de Fidelito nunca llenará las plazas, más bien será él parte de quienes loen a los otros. Se le verá en cada concierto, casi siempre de pie, recostado a una pared con ojos fijos en la escena, desde abajo, haciéndose a un lado sin pretender la gloria frágil y peligrosa del tumulto que aplaude. Pero cuando los artistas se cansen y se vayan quedará él y cuando los artistas decidan no llegar él llegará.
Cuando el mundo decida no embarrarse de política, Fide se enfangará hasta la cintura, hasta el pelo si hace falta, hundiéndose con sus verdades; cuando la vulnerabilidad de los barrios deje de ser tendencia, Fide seguirá recogiendo sus escombros y se sentará junto a los niños y las viejas que ya nadie recuerde, sacará su guitarra, cantará hasta que lo manden a callar y, encima de todo, sin altisonancias, prometerá volver. “A cambio de nada”, pensarán algunos, pero será a cambio de vida, que es bastante, de la vida conspirable y construible en la que cree y confía.
Ante quien le tema o le desprecie por ser como es, hacer lo que hace, estar donde está y pensar como piensa, pedirá irónicos perdones… por no ser simpático o no hallar rosas para los sintéticos.
Yo he visto a Fidelito cantar hasta quedarse ronco y amar mientras canta, amar cantando… Ama demasiado el hecho de la canción, le exige demasiado a ella y quizás por eso no permite que falte, aunque solo tenga a una persona enfrente, aunque el banco donde atraque se antoje oscuro, olvidable y hasta frío.
Una amiga me dice que lo respeta a lo tremendo porque, en tiempos donde el mercado se las arregla para marcar tantas pautas, Fidelito Díaz asume la ruta temeraria de vivir como piensa. Le escribo de vuelta que, además de respetarlo, yo también lo quiero.
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