Las cobras esas, los majaes… Ahí nos metieron muela de que eso era lo más peligroso que había en Cabinda. Que si una cobra te picaba tenían que ponerte una inyección, pero si no estaba Reyecito, el médico, había que meterte un tajazo donde te picaba la tipa y exprimirte un poco para que saliera el veneno; eso si no estaba el médico, que siempre estaba.
Pero da la casualidad de que ese día que pican a Pedro, Reyecito estaba para el Estado Mayor. Muchacho ¿tú te imaginas a 17 gentes, todo el mundo con una bayoneta en la mano, queriendo picar a Pedro? Por suerte apareció Reyecito que venía en yipi. “¡Oye, aguanta!” ¿Tú te imaginas a todo el mundo queriéndote picar para ayudarte?
***
Yo no sabía ni que existía Angola, pa´ qué te voy a decir otra cosa. Había terminado el servicio militar hacía relativamente poco y firmé una carta en la que aseguraba estar dispuesto a…
Me decían Cabeza. Cuando aquello se usaba las motas orejeras, los pelos largos por acá al lado y rebajado arriba. Y con el cabezón mío, imagínate tú. Yo era guapo.
Estaba echándome unos tragos con un socio cerca de donde vivía, por allá por Puentes Grandes, cuando veo que aparece un yipi.
“Oscar Pérez Díaz, queremos hablar contigo. ¿Esta firma no es tuya?” Yo era guapo cuando aquello. Le digo que sí.
—Bueno, ¿qué volá? —me suelta.
—¿Qué volá de qué? ¿De qué tú me hablas?
—¿Estás de acuerdo?
—Compadre, si yo firmé es porque estoy de acuerdo, arranca.
El internacionalista Oscar Pérez Díaz, a sus 70 años (Pedro Pablo Chaviano/Cubahora)
Alabaoseadio. Yo andaba en chancletas, short y camiseta. La madre de mis hijos ya estaba embarazada. Asomo la cabeza y le grito al socio que se estaba echando un buche conmigo: “Dile a Catalina que vengo p’acá ahora”. Así: “Dile a Catalina que vengo p’acá”. Y arranca el yipi, uuuuuuaaaa…
Fuimos a parar a El Salao. Ahí mismo, en el arrecife, en una mesita bajo el sol, estaba el general Tomassevich . Sería como la una de la tarde.
La única pregunta: ¿Sí o no?
—¿Sí o no qué?
—Sí o no, lo que firmaste
Al que decía sí, lo ponían para acá; al que decía que no, para allá. Al que se ponía a dar vueltas con que “mira, que si mi abuela, mi mamá”, le respondían: “No, no, de tú mamá y de tu abuela nosotros nos encargamos.
—¿Sí o no?
—Sí. Dale. Si yo firmé es porque sí —imagínate tú, yo era guapo.
De El Salao nos llevaron para el Mariel. Por la noche, en chancleta, short y camiseta, tumba p’allá p’al medio del mar en una patana de esas. La patana caminando p’allá, p’allá, p’allá… y de repente el barco La Plata. Eran tres barcos, pero yo me fui en La Plata.
El barco estaba lleno de guaguas girón y de tanques de 55 galones. Ahí nos metieron p’allá abajo, púmbata, pa’ la bodega y, a todas estas, yo todavía en chancletas, short y camiseta.
Yo pensaba que todo eso era mentira, que era un aguaje. Les decía a los que estaban conmigo ahí que era un bojeo a Cuba, que era para probarnos.
Oscar cuenta la sorpresa de verse en África (Pedro Pablo Chaviano/Cubahora)
¡Veintidós días metidos en el barco! Cuando salgo y veo el mechón aquel, se me pareció al de la refinería de aquí. Pero de pronto veo un millón de mechones…
Ahí, con los ojos botados, digo: “Caballero, esto no es Cuba”. Date cuenta que en Cabinda nunca es de noche.
Catalina no supo mucho de mí. A los siete u ocho meses le dijeron: “Oscarito está bien, está cumpliendo una misión”. Ya ella había parido. Verdad que la atendieron bien. Estuve casi dos años allá.
Ahora, ¿tú quieres que te diga la verdad? Yo no sabía ni que existía Angola, nada de nada. Firmé la carta esa, pero yo no era más revolucionario que nadie. Yo no era ni pionero. Pero como yo era guapo… pal carajo. Yo firmé porque firmé y ya. Veinte años cuando aquello.
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