Esta crónica la escribo con pies de hierro… No los míos, claro (aunque Jojo diría que está muy cerca de la verdad). Ando camino a Guaracabulla, al centro de la isla, y cuando salgan estas letras el próximo martes ya debo estar por Holguín, visitando a la madre que me regaló la práctica de un periodismo pegado a los lectores, con el honor de dormir bajo sus techos y beber de sus jícaras de amor y café mezclado.
Será un viaje alocado, ya lo sé; sobre todo porque el 13 en la noche debo estar de vuelta en el Cotorro para un taller-piyamada sobre sexualidad y espiritualidad que promete estar buenísimo, por el carisma y los saberes de los invitados. (Es abierto al público, en el patio de Oristela; escríbeme al 52164148 si te motiva participar).
El caso es que hoy tecleo de noche y casi a oscuras en la mesita de un asiento de tren, y el ruido de las ruedas sobre los rieles, más el vaivén del coche y el frecuente paseteo de la gente me tienen la nostalgia revuelta.
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Qué lejos quedaron las etapas de temprana adultez, cuando corrí a los cuatro confines por limosnas de amor y raticos de placer… y más lejos aún las de montarme en lo que fuera para pasar tiempo con la familia de mi primer esposo, una escuela en muchos sentidos, creo que todos para bien.
A mi lado va una pareja que refuerza ese recuerdo. La veo a ella semidormida y recostada sobre su muy delgado compañero, y no puedo evitar cuestionarme, con esa filosófica manía de relativizarlo todo que nos dan los años, cuánto tiempo más tendrá por delante esa bonita relación.
La existencia es un viaje sin garantías. Todo lo vivo puede dejar de estarlo, en su sentido físico, espiritual o práctico. Si por aquel entonces alguien me hubiera dicho que viajaría en mejores trenes, pero con otros destinos, otro oficio, otras premuras… la Milo de 20 años no lo hubiera creído.
Me gusta viajar, aunque apenas duerma. Me gusta recordar que en estos tropelajes he conocido amigos, lectores, oyentes de Oasis, enamorados, incluso amantes de corto o mediano plazo. Y sí: he probado las mieles de un escarceo erótico apuradito en tren, guagua, camiones, la lanchita de Regla, carros ligeros de tacaños sin imaginación… ¡Hasta viajando en motos y bicis, lo crean o no!
El asunto es complicado, y simple a la vez. Para los inconvenientes físicos de esos intercambios mis elásticas articulaciones siempre tienen respuesta; para el temor de que alguien te sorprenda no hay antídoto (a menos que el descaro cuente), pero esa adrenalina ayuda a potenciar el momento.
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Eso sí, como en un buen viaje, lo importante no es la meta, sino lo que aprendes en el camino, y si no hay orgasmos no pasa nada: la experiencia se convierte en un potente disparador de deseos para cuando estás en casa y nada te motiva a empezar.
Bastaría un “Te acuerdas de…” para que la sangre coja el trillo, diligente, para que pase lo que deba pasar, y con ese inicio tropeloso y mágico lograrás tener muchos buenos finales.
¿Que ya no es la misma pareja? ¿Y eso qué? Si la persona no es celosa le cuentas el suceso con algunos detalles (sobre todo los fallos, para que intente superarlos), y si es mucho para tu relación, pues le dices que lo soñaste o lo viste en una peli, y ahí sí va el milagro completo, pero sin mentar al santo, y tal vez con final inconcluso para que aporte ideas y se anime a organizar una nueva aventura.
Con ganas de seguir, me detengo: la batería dice hasta aquí, los bichitos compiten por la luz de la pantalla y hay gente buscando la salida del coche…
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Hora de aterrizar en Santa Clara, dice la ferromoza, encendiendo la luz. Río en voz alta y la pareja me mira, recelosa. Los veo con el rabito del ojo, porque si son como yo era a esa edad, este oscuro y cómodo trayecto lo aprovecharon bien, y la sorpresa luminosa puede haberlos tomado en mal momento.
Posdata: ¡Ya estoy en Holguín! Regresar a esta ciudad es desandar un sinfín de ternuras. Aún no sé como regresar, pero confío en la buenaventura de estos impulsos que te sacan de la queja rutinaria.
En el taller del sábado conocerías un montón de recursos para hacer de tu sexo un viaje sin igual… ¿Que el Cotorro está lejos? Más parecía estarlo esta provincia, y aquí estoy, saboreando saudades y conspirando para nuevas aventuras…
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