sábado, 20 de abril de 2024

¿Ser feliz o tener la razón?

Seguir la racionalidad o el sentimiento es una disyuntiva que afrontamos cada día en la vida...

Mayte María Jiménez
en Exclusivo 31/08/2012
4 comentarios
tener la razón o ser feliz
Tener la razón o ser feliz, esa es la cuestión.

La frase parecería shakespearena pero no. La afirmación me llegó recientemente del psicólogo cubano Pedro Mongeotti, profesor de la Universidad de La Habana, cuando le entrevistaba para un trabajo en el centro Comunitario de Salud Mental de la Habana Vieja, y por azares de la conversación terminamos hablando de algo tan sensible y cotidiano como las relaciones humanas, y las encrucijadas en las que, no pocas veces, nos pone la vida.

Para explicar la interrogante Mongeotti comentó que casi siempre las personas se empeñan más en tener la razón sobre un asunto o una situación particular, que en ver lo que realmente les haría feliz ante una decisión a tomar.

Es por eso que este terapeuta tiene como premisa, en su trabajo habitual, hacer este trabajo reflexivo para que los pacientes respondan si prefieren una vida en la que prime la racionalidad, o un presente en el que el sentimiento verdadero y la espontaneidad sean superiores.

Confieso que aún así al principio me resultaba un poco contradictorio el análisis, incluso con una extraña lógica, hasta que empecé a desprenderme de viejos rezagos de un cerebro puramente racional, y empezaron a llover en la mente los ejemplos que me ilustraron la sapiencia de estas palabras.

Desde que nacemos nos enseñan lo que es bueno y malo en la vida, nos indican cómo actuar adecuadamente, a quienes hacer caso, incluso, no pocas veces nos predisponen los gustos y necesidades, eso sí siempre desde el pensamiento más objetivo y aparentemente correcto, de lo racional.

Aprendemos de niños que siempre se debe decir la verdad, que la amistad verdadera es lealtad, que el amor es complicado y que no siempre responde a los ideales de eternidad porque, como todo en la vida, tiene su final.

Así, cuando empezamos a crecer se presenta, a cada paso, la paradoja de qué hacer frente a situaciones en las que la mente dice un camino y el sentimiento señala otro, como si estuvieran ambos en una constante disputa. Lo peor es que nadie, salvo nosotros mismos, puede encontrar la respuesta.

Entonces me pregunto, qué solución es la acertada: un concepto universal de lo "correcto", permeado por estereotipos, paradigmas y objetividades que la sociedad estableció por nosotros; o lo que el deseo instintivo nos empuja desde adentro.

Es como decirle a un niño que no juegue, brinque, corra, porque se puede hacer daño, si es eso lo que él anhela, porque le hace sentir feliz; o hacerle entender a un adolescente que su aspiración de ser músico, artista, maestro, piloto es una locura y que, lo más idóneo es lo que sus padres quieren.

Así, poco a poco, estas contradicciones se apoderan de cada espacio de nuestra cotidianidad, y por supuesto de la vida personal y las relaciones afectivas que establecemos en la familia y en la pareja.

BATALLAS INTERIORES

Apuntan los especialistas que no son las grandes batallas, sino las discusiones corrientes las que hacen naufragar las relaciones. Realmente es así, el día a día, la gota que cae y hace mella en el alma, la critica áspera, la mirada sentenciosa, el gesto frío, y los conflictos triviales, hacen que los momentos gratos y de alegría queden muchas veces en el pasado.

No en vano se establece la metáfora de que, un desacuerdo es como un corte en la piel, y por tanto se debe tratar con cuidado para que no se haga más grande. Es decir cuando las personas ven las cosas de forma diferente, la gentileza y la empatía deben guiar la mente y la actitud.

Los conflictos emocionales no se deben tanto a los asuntos que se presentan en la vida, sino a la manera en qué actuamos por su causa. Aprender a debatir, con amor y ternura, sin perder los estribos, es una habilidad necesaria para la convivencia y sobre todo para hacer de cada momento un motivo de crecimiento y no de angustia.

De hecho es muy importante tener presente siempre que no tenemos por que estar de acuerdo perennemente con todos los seres queridos, con los hijos, con la pareja o con los amigos, sino saber cómo asumir esas diferencias.

Una relación afectiva tiene como objetivo la felicidad, y como parte de ella que los proyectos puedan llegar a buen termino. Así sucede en todos los ámbitos de la vida.

Por ejemplo, en el trabajo hay que defender las posturas con respeto pero siempre defendiendo la razón y el sentido común. Cuando cada uno presenta sus distintos puntos de vista se produce un diálogo enriquecedor.

Aceptar que la otra parte no necesariamente tiene que estar de acuerdo con nuestros puntos de vista, con la manera particular de ver las distintas aristas de una situación evitará polémicas desgastantes.

Un desacuerdo no tiene por qué convertirse en una discusión cuando las personas implicadas poseen las habilidades personales para mantener una conciencia elevada, y hacer de cada crítica un análisis constructivo.

Cada uno debe ser capaz de ver la diferencia entre el reproche y el enfoque reflexivo y sincero, que genera un proceso creativo e incluso de colaboración.

FELICES POR CONVICCIÓN

Aunque muchas veces sentirse con la razón puede proporcionar consuelo, ello no significa una felicidad auténtica. Muchas veces las personas se aferran más a tratar de imponer su punto de vista que en buscar el camino que les haga sentirse plenos.

No es buena la radicalidad, por tanto no se debe ver el mundo tal cual lo sentimos y creernos con la verdad absoluta. Permitir la posibilidad de la duda ayuda a dar una tregua y con ello a un futuro entendimiento.

Tanto en la pareja como en las relaciones diarias con amigos, familiares y compañeros, surgen conflictos porque hay diferencias de puntos de vista, pues somos seres diferentes.

Entender esas divergencias y tolerarlas permitirá un ambiente de construcción y diálogo y evitará que, una vez que comencemos a intercambiar y conocer a una persona, cuando afloren las diferencias, el encanto no se rompa, y la razón abra paso a la felicidad.


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Mayte María Jiménez

Periodista del Diario Juventud Rebelde y editora del Suplemento En Red, dedicado a Ciencia, Salud, Tecnología y Medio Ambiente. Aborda temáticas relacionadas con juventud, sociedad, salud, ciencia, economía y otros tópicos de la actualidad nacional de Cuba. Coautora del libro Periodismo incómodo: la cuadratura del círculo, de la Editora Abril

Se han publicado 4 comentarios


Maria Mercedes Gonzalez Mesa
 1/4/14 15:35

Pienso que la felicidad nos puede llegar a cualquier edad de la vida. Lo importante es no perder la esperanza. La felicidad es querer lo que uno hace. Todos nos equivocamos y cometemos errores. Es la ley de la vida.

Cinthya
 31/8/12 9:13

Siempre quisiéramos tener la razón y a veces en la discusión de pareja nos aferramos a ello. Es preferible dejar pasar la tormenta si lo que más importa es conservar la felicidad al lado de lapersona que quieres.

Mercy
 31/8/12 9:08

Alfonso, con todo respeto, qué quiso decir exactamente?

Alfonso Amaya
 31/8/12 8:23

Se habla en algunos círculos psicológicos de derechos asertivos pero mi experiencia me indica que existe un sólo deber asertivo: la búsqueda de la alegría y la felicidad en la vida.

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