Cuando era niña y vivía en Guanabacoa con mis padres, me encantaba venir a pasar el fin de semana en casa de la abuela de Regla, mi vivienda actual. No solo por el patio para jugar y el parque cercano, sino porque aquí no había electricidad y los muebles del comedor eran (son) como de museo, y ese sabor a siglo antiguo me encantaba para avivar la imaginación.
Claro que el barrio tenía electricidad, pero mi abuela se había indignado con un cobro excesivo, y para probarle a la empresa su injusticia estuvo más de un año sin usar sus servicios. Tenía un radio de pilas, cocinaba a gas o con carbón y compraba el alimento perecedero para el día. Como la casa es alta y fresca sobraba luz de día, y a la noche, si hacía calor, dormíamos con las puertas del patio abiertas.
Yo me entretenía aprendiendo a coser, bordar o tejer, leía vorazmente, jugaba con botones-princesas y carreteles-castillos, o con toda impunidad machacaba notas en el piano (para dolor de mis vecinos, porque nunca aprendí… y ahora razono que tal vez las tandas de pésimo reguetón que me imponen sus hijos o nietos sean parte de mi karma).
- Consulte además: Viaje a la nostalgia
El mejor momento era siempre el inicio de la noche, porque mi abuela nos sentaba en la sala, ya bañados y comidos, y tomaba su guitarra para tocar bolerones, rancheras y música clásica. Yo recitaba poemas y mi hermano se adormecía en el sofá, hasta que llegara el momento de acostarnos.
Cuando nos mudamos todos para acá, ya con servicio eléctrico (ni idea de quién o cómo hizo entrar en razón a Julia Amaya), los días de apagón imprevisto se parecían mucho a los de mi infancia, pero entonces el piano sí sonaba armónicamente bajo las manos de mi madre y mi hermano mayor se sumaba a las desafinadas cantatas, mientras el más pequeño contemplaba embelesado las cuerdas de la guitarra.
Durante un tiempo, gracias a las habilidades técnicas de mi padre, tuvimos un cacharro que se conectaba a una batería de carro y podíamos ver muñes o aventuras, y no solo nosotros, sino todos los fiñes y mayores del barrio que quisieran sumarse, porque jamás nos permitieron disfrutar privilegios negados a otros por X circunstancias.
Incluso en el período más duro de los 90 organizamos la vida de tal forma que los largos apagones no nos quitaran la luz del alma ni nos llevaran a molestar a los demás… especialmente a la noche, cuando ya yo tenía un matrimonio y el resto de la familia andaba en furibundo celibato.
- Consulte además: Saboreando el bronce
Tal vez por esa manera de afrontar aquellas jornadas, cuando me toca hoy un apagón, ya sea planificado, por avería, ciclón o el descalabro de estos últimos días, reactivo estrategias para respirar tranquila y ocuparme de lo que siempre pospongo por estar prendida al trabajo frente a las pantallas.
Ah, pero cuando tengo corriente no intento gastar por lo que no tuve antes, como hace un montón de gente, porque esos electrones que no derrocho seguro le llegan a alguna familia amiga en cualquier otra parte de esta Isla. Así, con ahorro consciente, siento que soy más coherente con todos, incluso con mi difunta abuela.
Además, pienso en las personas que conocí en varias montañas, o en pueblitos y cabañas de pescadores en la ciénaga de Zapata, y recuerdo a los padres de mi amiga de universidad, cuando estudiábamos en su bohío a la luz de un farol chino. Puedo dar fe de que todas esas personas eran felices a su modo y desarrollaron la capacidad de resolver lo cotidiano y gozar de sus días (y noches) hasta bien avanzados sus años sin miedo a inconvenientes… ¿Por qué yo no podría?
- Consulte además: Tiempo, espacio, paz…
¿Que la electricidad hace falta? Nadie lo niega. Y tampoco que ahora es más dificil vivir al día o prescindir del fogón eléctrico, la cargadera de teléfonos, los ventiladores… (hay gente en el piquete de Senti2Cuba que sin airecito no “funciona”, según confesaron ayer).
Entonces leo que en Australia hay una crisis del Sistema Energético Nacional por falta de demanda (como en mi familia con el sexo, qué ironía). Resulta que una de cada tres viviendas tiene panel solar y entrega la energía que le sobra.
Entonces miro al Sol que se asoma hasta en el día más lluvioso en el Caribe a dar lo mejor de sí, y me pregunto en un desafinado tono de Re(iteración): Y mis paneles en Cubita, ¿pa cuándo?
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.