Para empezar, mi felicitación para Adrián, lector y colaborador de Senti2. Porque es el Día Internacional de la Fotografía y él es un gran artista de las emociones atrapadas en la luz, y porque finalmente ha logrado su sueño de pasar más tiempo en la capital que en su natal Camagüey, abriendo espacios a la búsqueda de su amor ideal.
Para seguir, una confesión: siento una profunda envidia por quienes tienen ese don de trascender un instante, congelar un estado de ánimo, perpetuar lo cotidiano desde una mirada provocadora, reflexiva, romántica… o dura y denunciante, si hace falta. P orque una foto logra decirlo todo en menos de un segundo, aunque no siempre cuente con la complicidad del ser atrapado en el inmóvil testimonio.
Hablo de fotos, y obligatoriamente tengo que mencionar a dos de mis hijos socioafectivos apasionados de ese arte, en especial si se trata de ambientes naturales y de sus propios cuerpos. Ambos son hermosos, pero en fotografía lo son más, porque logran una sinergia increíble, como si al retratar su feliz juventud le hicieran el amor al escenario.
Sofía y Dennis son puro Iananti: un alma en dos cuerpos, como dirían los antiguos seguidores del Tantra. Hay algo erótico en sus imágenes, en su manera de interactuar con lo que entra por sus ojos y sale de sus cámaras, no importa si es un equipo profesional o un celular con poca carga.
Fanáticos de Facebook, tienen miles de seguidores. Doy fe de que muchos se enganchan con su posteo diario, por ese modo especialísimo de mostrar su imagen en cualquier rincón de esta Cuba hiperfotografiable, con sus matices y sus sombras.
Siempre digo que la foto atrapa lo que lleva en el corazón quien la toma, y ellos lo han demostrado muchas veces. Hancapturado la esencia de personas y rincones hermosísimos en los que otros solo ven decadencia o tristeza.
Ahora, con este asunto de las selfies, hay mucho debate en el mundo. Yo también creí alguna vez que era exceso de ego, de yoísmo, pero un profesional del Cenesex me convenció de su valor como posicionamiento geopolítico. Las nuevas generaciones no se conforman con guardar postales del sitio que visitan, sino que se muestran a sí mismos partícipes de ese lugar, ese aquí y ahora, ese instante en sus vidas que, como en un juego de billar, transformará su modo de pensar el resto del trayecto.
Además, parafraseando a una vieja canción, ¿qué hay de malo en quererse (y dejar testimonio de eso)? No digo que abuses de filtros, ángulos y retoques. Sin embargo, si estás a gusto con tu imagen en 2D y quieres compartirla con quienes son capaces de alegrarse por tus travesuras, ¿quién puede impedirte hacerlo?
Mi única sugerencia es que no pierdas la cordura, ese concepto que deriva de cuerda, de no estirar las cosas más allá de lo que pueden soportar sin romperse.
Si no te importa que mañana alguien te vea en la calle y te reconozca de un gracioso gif de borrachera o violencia, o de un porno que enviaste a tu pareja de turno sin imaginar que lo compartiría con sus socios, pues avanti. Por derecho constitucional, eres responsable de tu imagen y sus reflejos en cualquier soporte.
Solo te cuento un par de anécdotas. Una me pasó en el tribunal municipal donde trabajo un mes al año. Hace más de un lustro, una abogada recusó de un casito porque la persona a quien debía defender le soltó en la cara que la conocía por fotos de cuando era más jovencita… Y por la expresión del cliente y el precipitado espanto de letrada, era fácil adivinar por dónde venía el asunto.
Luego ella me contó de sus alocados bailes en fiestas universitarias, cuando no pensaba para nada en el futuro ni en los flashes que atrapaban sus espontáneos stripteases frente a los condiscípulos y los amigos de sus amigos.
La segunda anécdota es personal. Con 25 años y un cuerpo de Selena, permití a mi pareja tomarme una foto de perfil a contraluz con nada más que una ventana al fondo. Cuando nos divorciamos la foto se perdió. Ni él ni yo la conservamos. Tampoco encuentro una que yo le hice en pleno invierno saliendo de la ducha… Ya se imaginarán en qué condiciones.
Entonces no nos importaba nada, pero ahora pensar en esos cabos sueltos me acelera el pulso de vez en cuando. No me gustaría abrir un día mi wasap y encontrarme decenas de mensajes preguntando, en tono escandaloso, divertido, pervertido o nostálgico: ¡¿De verdad eras tú?!
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