“Este es el país más incomunicado del mundo”, se quejaba en la década de los años 90 del siglo pasado una cubana radicada desde hacía mucho tiempo en una nación centroamericana, donde según ella sólo tenía que apelar al celular para hablar con cualquiera donde sea que estuviera.
Llena de asombro, al cabo de varios días, empezó a indagar cómo todos lograban saber, incluso hasta lo que unos u otros harían próximamente, y tenían los elementos necesarios para decidir qué hacer en cada momento y que los demás estuvieran de acuerdo.
Quedó desconcertada cuando el sobrino le dijo que si la prima no esperaba en el lugar acordado, podrían verla de todos modos, pues aunque se estuviera trasladando la encontrarían y entonces sería posible realizar las gestiones con su imprescindible presencia.
Y así fue porque los miembros de la familia sabían qué camino tomaba cada uno para ir a determinado sitio, tanto al ir como al regresar, y por supuesto que también conocían a dónde dirigirse si alguien se desviaba de la ruta o hacía alguna visita o algo durante el trayecto.
Su asombro fue total cuando se percató de que personas con las cuales no había comunicación desde hacía meses y en algunos casos, años, eran fácilmente localizadas y capaces de actuar como si se hubieran puesto de acuerdo minutos antes.
Apenas pasada una semana, comprendió los protocolos de comunicación de su familia, sobre todo, cuando su tía hasta opinó sobre lo que ella debía hacer en su país de residencia sin haber estado nunca en el lugar pero, aun así, reconoció la lógica de los criterios.
“Aquí todo el mundo se cuenta todo, aquí si no uno no pregunta, el otro te dice... pero qué va... yo no me acostumbro a eso... si yo tengo que averiguar algo, agarro el celular y si alguien tiene que saber algo de mí, me llama y así de fácil se resuelve todo”, explicaba.
En una reciente charla a través del chat tuve que explicarle el escenario que se presenta ahora, más de dos décadas después de su visita, pues la telefonía celular mantiene la tendencia al incremento, y el acceso a Internet también es creciente, tanto en las zonas Wifi como la navegación por datos o desde el hogar.
Dijo que le gustaría volver a vivir esa rareza de la comunicación, pero indagó si era cierto lo que le contaban sus familiares cuando los recibía de visita, que las cosas han ido cambiando, pues tanta proliferación de celulares estaba entorpeciendo los procesos en los cuales unos dialogan con otros.
La charla quedó inconclusa, pero en la próxima ocasión tendré que contarle cómo hay personas de cualquier edad ensimismadas en una pantalla, aisladas del medio circundante, y empleados que no atienden a los clientes hasta que no concluyen la conversación a través del celular, ya sea mediante voz o por SMS.
El desarrollo tecnológico no debe negarse, pero debemos conservar lo mejor de las técnicas de comunicación primitivas, donde seguramente también había ruidos e interferencias que pudieron haber sido menores y tal vez más fáciles de resolver.
Sobre cómo evitar esos obstáculos habrá que referirse en próximas semanas, pues esta ocasión solo fue para presentar un tema ya abordado por otros colegas: los recursos más modernos de comunicación también pueden incomunicar, pues a cada recurso corresponde un modo de utilización.
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