Podrá no saberse exactamente cuándo fue la primera cola en el mundo, pero tal vez no seamos pocos los que recordemos con cuál nos iniciamos, o la más larga, demorada y cansona, o la de mayores éxitos.
En lo individual, mi estreno fue en los comienzos de la década de los 60, en la localidad portuaria de Casilda, al sur de Sancti Spíritus, para comprar naranjas, y jamás olvido que dieron prioridad a una persona que se presentó con una receta médica.
Con esos recuerdos indagué en las redes sociales si consideran que la cola es una señal de orden y disciplina de los cubanos, o si, por el contrario, se suponen tumultos.
Hay excepciones, pero están concebidas para que no se ajusten a las definiciones de los diccionarios, en el sentido de que un tumulto es: “Agitación desordenada y ruidosa producida por una multitud”. Ni tampoco es: “Revuelta o agitación con la que un grupo más o menos numeroso de personas quiere mostrar su oposición contra una autoridad, utilizando para ello la protesta, la desobediencia o la violencia”.
La inmensa mayoría de los que conforman una cola desean que sea ordenada y exista una autoridad a la cual apoyar y obedecer para que la espera transcurra con disciplina y respeto a los derechos individuales. Quienes provocan la desorganización son los coleros, que aprovechan los desórdenes para violar los turnos o colocarse varias veces en la fila con el propósito de adquirir más productos de los establecidos.
Durante más de medio siglo, de manera espontánea y con iniciativas aprobadas por consenso, se han implementado procederes en constate cambio, como el de preguntar por el último y luego indagar por uno o varios de los que van delante. Aunque, generalmente, no interesa quiénes están detrás, los precavidos los identifican con el propósito de, si ocurre algún desajuste, poder decir hasta la hora en que llegaron con tal de que no se pongan delante indebidamente.
Para estar entre los primeros —siempre hay quien trata de llegar antes—, no faltan los que pasan noche y madrugada en espera de que el establecimiento abra al siguiente día, y si la espera demora varias jornadas han ideado tener que “rectificar el número” en horarios previamente acordados.
Las inventivas han sido múltiples y se ha sumado también en algunos lugares la participación de la entidad prestadora del servicio, que designa a un trabajador para organizar la entrada, lo cual han hecho con listas y hasta el reparto de tickets numerados.
Existen abundantes pruebas de que las colas son una muestra de organización, de la tendencia de las mayorías a la disciplina y al orden, y para nada resultan el problema, sino que forman parte de medidas ante la escasez de productos o servicios.
Cambia la tecnología, pero también los que hacen cola están a tono con los nuevos tiempos, pues ya se ve personas que celular en mano toman fotos de los que están delante y detrás de sus puestos para tener constancia gráfica y evitar confusiones causadas por ser mal fisonomista.
Los organizadores no se quedan atrás y ya existen aplicaciones informáticas que impiden hacer la cola varias veces o hacer más compras de las establecidas, pues escanean el carné de identidad, lo cual garantiza un estricto cumplimiento de las reglas.
Si no se hicieran colas habría tumultos, por tanto, bienvenidas las nuevas tecnologías a estas filas a las cuales acudimos todos alguna vez para satisfacer necesidades.
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