Mucho tiempo ha pasado desde que en la antigua Grecia había una paradoja muy popular, la de Epiménides, un cretense que afirmaba que todos los cretenses eran unos mentirosos.
Apoyado en tal criterio podía sostenerse que no es cierto que todos los cretenses son unos mentirosos, pues, de serlo, entonces Epiménides estaría mintiendo, pues él mismo era de Creta. Y si tal personaje mintiera, entonces no sería verdad que los cretenses eran mentirosos, lo que daría lugar a que el susodicho estaría mintiendo.
Tal vez por la misma popularidad que aquella paradoja tiene hoy en nuestra isla caribeña, lo de quién fue primero, si el huevo o la gallina; pero, de todos modos, cualquiera de las dos vienen al caso con un acto criticado por un número de personas que pudiéramos calificar de mayoritarias.
Desde hace un tiempo prolongado, demasiado prolongado, las ilegalidades han ido ganando terreno, en unos lugares más que en otros, pero se extienden hasta ser parte de la imagen de determinados sitios cuando pensamos en ellos.
Y hasta sobrenombres han ganado tales espacios, donde el eslogan comercial más conocido es: “…allí hay de todo, desde un tornillito hasta la pieza de un avión, y si no lo tienen, lo encargan y te lo traen”.
Lo más elemental, alguna puntilla o la cinta adhesiva conocida como “téipe”, necesario hasta para el más sencillo arreglo de un cable eléctrico, puede adquirirse en esos mercados, pero al precio multiplicado, aunque hay otro costo del cual se habla una y otra vez sin que haya una acción efectiva.
La ilegalidad desorganiza el sistema de ventas, que aplica medidas para ser justo y equitativo en un contexto de bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por el gobierno de Estados Unidos contra el pueblo de Cuba, su gobierno y su sistema económico social socialista.
Los que participan en esa, hasta ahora intocable red delictiva embutida dentro de la red del comercio estatal, se convierten en los mejores aliados de las pretensiones exteriores de destruir la Revolución, pero lo hacen desde adentro.
Hay un bloqueo externo apoyado por el interno, los dos son reales. El primero puede ser denunciado, pero su levantamiento depende de una potencia extranjera; en cuanto al segundo (el bloqueo interno que imponen los ilegales), ese sí depende de la voluntad de los ciudadanos encabezados por sus dirigentes.
Si invocamos la paradoja de Epiménides podríamos plantearnos que quienes acuden al comercio ilegal es porque solo pueden hallar soluciones en él y, por tanto, todo el que quiera resolver su problema no estará en contra de la existencia del susodicho comercio ilícito.
Una mirada desde el punto de vista de las paradojas ayuda a la reflexión, pues una vez que chocamos con la contradicción, nos encontramos con la posibilidad de profundizar en el asunto.
En próximos viernes volveremos sobre el tema. Y si usted se anima a comentar, lo tendremos en cuenta.
Elio Antonio
7/3/20 11:16
Hola :-)
No solo mafia (el delito organizado), la actividad económica ilícita también funciona al libre albedrío por cualquier ciudadano. En feisbuk, las personas anuncian la venta de productos de la canasta básica con precios astronómicos, así como el número de teléfono y/o dirección para los interesados en comprar. ¿Y cuándo las autoridades competentes van a estar interesadas en atraparlos?
En Guantánamo, cerca de donde vivo, hay una callejuela en las que todas las noches se exhiben personas para prostituirse. Son adultos y cada cual hace con su cuerpo lo que le dé la gana. ¿Pero este acto público, pudiera traer otras deformaciones más allá de las aparentes?
Saludos #DesdeGuantánamo ;-)
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