Aunque no hace tantos años que comenzó el nacimiento de los nativos digitales, los avances en escaso tiempo, han hecho que a los mayores de 60 parezca una eternidad lo transcurrido desde que desplazaron los aparatos analógicos.
Decidí hacer estas confesiones a la vista pública tras ir comprobando que no son experiencias tan individuales, por lo cual aunque parezca un texto en primera persona, representa lo escuchado a otros inmigrantes digitales.
Cuando en la década de los 90 del siglo pasado el CIP (Centro de Información para la Prensa) entregó una computadora a cada medio de prensa, un entonces septuagenario periodista: Roberto González Quesada, de quien aprendió mucho su sobrino Pedro de la Hoz, se acercó con interés de usarla.
Poco después al ya desaparecido reportero le obsequiaron una computadora Celeron conectada a Internet y algunos sostenemos que debió ser el navegante más longevo del país en aquellos momentos iniciales de la llegada de tales nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones.
Los más jóvenes se entusiasmaron, y cuando las jovencitas Marelys Concepción y Rayma Elena Hernández comenzaron a usar aquellas
silenciosos medios, me apoderé durante más de una semana de una lap top a la cual le instalé unas clases virtuales sobre el sistema operativo Windows y del paquete de Oficce y me puse a la par de la mayoría y a unos pocos los aventajé.
Cuando salía de la localidad, iba con la portátil y un cable que conectaba a los teléfonos para entrar a internet mediante tecnología conmutada, lenta, pero que llegaba y así podía estar al tanto de los documentos que estaban en el flujo de la redacción.
Garantizaba estar comunicado con la oficina todo el tiempo por tener una Tarjeta Propia que permite llamadas desde teléfonos públicos y aunque tengan candado electrónico para impedir su uso para largas distancias.
Una herramienta que garantizaba estar conectado siempre era disfrutar de los pocos teléfonos fijos dotados del servicio de casilla vocal donde escuchaba desde cualquier lugar del país los mensajes grabados.
Con estas experiencias y la lectura de noticias sobre la existencia de software para informatizar el flujo de trabajo de las redacciones de medios de prensa en otros países, logramos una alianza con estudiantes de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas para hacer un CMS cubano.
Se hizo el content manager system que se instaló en los sitios antiterroristas, Cubadebate, Cubahora y el periódico Vanguardia desde donde se promovió sin usarlo a plenitud por incomprensiones que ya no vienen al caso tratar.
Lo cierto es que entre las frases que estimularon ese software están las de Francisnet Díaz Rondon quien al ser consultado sobre las características que debían tenerse en cuenta para el trabajo de los periodistas, dijo: “Que viajamos como loco… hay que hacerlo para poder usarlo donde quiera que estemos”.
Otra expresión inspiradora fue de Amado Soto, quien recomendó: “Hagan algo que sea como una mochila que usted le pone todo adentro para ir usándolo según necesite sin importar dónde esté”.
Han pasado más de 20 años en los cuales una cantidad de inmigrantes digitales llegamos a asimilar más o menos los
procederes de los nativos, y llegar a lo que pudiera ser hoy la posición más alta de este ámbito: ser nómada digital.
Practicar el nomadismo significa tener el centro de trabajo a 265 kilómetros de distancia, estar entre los que más tiempo dedica a las actividades laborales, recibir llamadas hasta montado en una bicicleta porque con el micrófono acoplado al celular este se descuelga automáticamente.
También significa no tener límites para viajar porque con una computadora portátil conectada a un celular con datos móviles desde el cual también se realizan las tareas, se puede trabajar lo mismo a bordo de un vehículo que en la orilla de una playa, y si bien es cierto que uno está ocupado todo el tiempo, el cambio de actividad constante evita el aburrimiento.
Los inmigrantes digitales que practican el nomadismo digital son escasos, pero también entre los nativos es bajo el número, sin embargo es un modo de vida que debe imponerse.
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