No hay que hurgar mucho en la memoria para encontrar casos de personas que son como las aguas que mientras no haya un factor de contención van fluyendo hacia todas partes y solo se detienen para ir subiendo el nivel en busca de cualquier resquicio para volverse a desbordar.
El fenómeno no es del pasado, sino de actualidad en la vida humana o en el devenir de cualquier institución, pero no solo es del presente, sino también de los futuros mediatos, inmediatos y muy lejanos, por lo cual conviene siempre estar preparados.
Hay muchos conceptos que pueden evitar esas situaciones, pero es muy efectivo atender el dicho de que lo que mal empieza, mal acaba; también formulado, en otras palabras, con que árbol que torcido crece, jamás su tronco endereza, este último con una acotación: y hay que cortarlo por lo sano.
A la mente viene de inmediato algo imposible de eludir, que es el tema de los precios, tanto los abusivos y especulativos como los de otras categorías si existieran, pues suben, suben hasta las nubes y más si no se aplican mecanismos reguladores junto con las autorregulaciones que siempre existen en el terreno de la espiritualidad.
Seguramente todos tenemos anécdotas que contar sobre quienes dicen que sacan a pasear a sus mascotas y que de paso hagan sus necesidades fisiológicas, pero en realidad, son los queridos animalitos quienes nos llevan a recorrer los alrededores de la casa, pues nos tiran de la cuerda a su antojo hacia un rumbo u otro a la velocidad que decidan.
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Los conflictos de los precios y el de las mascotas no tiene comparación, pues en el segundo caso, con el más cariñosos de los gestos los cargamos y gustosamente los controlamos, pero con el primero el asunto es diferente porque faltan los buenos sentimientos y sobra la fiereza salvaje del sálvese quien pueda que el interés de los vendedores y revendedores es ganar, ganar, ganar.
Si bien a las mascotas podemos crearles reflejos condicionados de manera cariñosa para que nos sigan y no afloren sus costumbres de la manada, donde el jefe va delante para guiar a los demás, a los poseedores de lo que queremos comprar, hay que aplicarle integralmente un paquete que incluye todo.
Por cierto, dicen los expertos en comportamiento humano que nosotros mismos somos la consecuencia de cómo nos enseñaron a tener sentido de los límites en los primeros años de vida, y atribuyen esa causa a los adultos que hasta hacen daño cuando aman.
Cuando de pequeños damos las llamadas perretas y no nos aplican medidas para encauzar la situación por buenos caminos, esos llantos sin lágrimas, pataleteos y tirarse en el piso a gritar y hacer cuanto llame la atención, en la adultez se manifiestan de otras maneras.
Por ejemplo: tenemos un problema real que humanamente los colegas debemos de contribuir a resolver, pero en vez de plantear la situación y solicitar el apoyo, nos creemos con el derecho a decidir que primero debemos de solucionar nuestra dificultad y que el trabajo es secundario, con lo cual recargamos a los demás y no lo hacemos bien.
Otro ejemplo: nos falta el dinero o deseamos atesorar más y más, tenemos un producto deficitario, y en vez de conseguir su aumento poco a poco, queremos que sea cuanto antes y si los demás no nos ponen límites, mientras haya quien lo compre, lo venderemos cada vez más caro.
Los viejos vegueros de las plantaciones tabacaleras de Pinar del Río y Sancti Spíritus tenían frase escuchada desde que los primeros cultivadores de la aromática hoja llegaron desde las Islas Canarias: dar los golpes a tiempo, lo cual aludía a realizar las faenas antes que condiciones climatológicas los obstaculizaran.
Y cuando los golpes no se dieron a tiempo, que es el caso de los precios, ¡a cortar por lo sano! o como también dicen por los campos de Cuba: ¡hacer cura de caballos!
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