Si el planeta Tierra fuera una pelota de fútbol, toda el agua del mundo cabría en una bola de pingpong y, de ella, la potable en una perla marina. Es poca y valiosa, de ahí la necesidad de protegerla como un tesoro.
De acuerdo con un informe en el que participaron más de 30 instituciones y organizaciones internacionales, para el 2030 los seres humanos tendrán un déficit de agua de un 40 %, lo que significa no solo más sed, sino también menos alimentos.
Cuba, por su condición de ínsula y su posición geográfica, en el mismo cinturón de los más grandes desiertos del mundo (el Sahara, por ejemplo), es un país vulnerable ante este fenómeno, que se ha agudizado por la influencia del cambio climático. En estos momentos el país se adentra en la que está considerada como la peor sequía de los últimos 115 años.
De acuerdo con las perspectivas climáticas del Instituto de Meteorología, la segunda etapa del período húmedo en Cuba se comportará con mucho calor y déficit en los totales de precipitación en diferentes zonas de todas las regiones del país. Los especialistas explican que la situación es consecuencia del fortalecimiento del El Niño-Oscilación del Sur, que ha provocado en el Pacífico el calentamiento de las aguas y la modificación de los patrones de circulación oceánica y atmosférica.
Habrá menos lluvias, pero también la temporada ciclónica será más tranquila de lo habitual, por lo que cuando comience la etapa de seca, en el mes de noviembre, los embalses tendrán una gran deuda de agua con las consecuentes tensiones entre la demanda y la disponibilidad del preciado líquido.
Sin embargo, y parafraseando el proverbio popular, nos acordamos de San Pedro ahora que no llueve, pero la agudización de este comportamiento del clima coincide con el incremento de la presión humana sobre los recursos acuíferos y su uso indiscriminado. De acuerdo con datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información, en 2014 se extrajeron más de 8 000 millones de metros cúbicos de agua, 671 millones más que en 2013. La mayor parte de ese volumen se destinó a la actividad agrícola.
Por sus características, la sequía es un desastre natural para el cual existe una baja percepción de riesgo en la sociedad, que comienza a tomar medidas cuando ya es inminente su impacto. Cambiar esta apreciación es un desafío que no solo corresponde a la población, también implica la aplicación de políticas públicas y modelos productivos que propicien el ahorro del agua y la eficiencia en su explotación.
En ese sentido ya se implementa la instalación de hidrocontadores en el sector residencial, lo que debiera acompañarse del aseguramiento material para que la población pueda hacer más eficiente sus instalaciones hidráulicas. También es perentoria la comercialización de reservorios de aguas a precios asequibles y el rescate de tradiciones como la construcción de aljibes.
Todo ello puede ser la base material para una mayor conciencia del público sobre la necesidad de ahorrar el preciado líquido. Contrastan las imágenes de embalses por debajo de su punto muerto con las de cisternas que se desbordan e inundan las calles desconsideradamente. Algo tan sencillo como cerrar la llave cuando nos cepillamos los dientes puede representar la diferencia entre una presa colapsada o la posibilidad de extender su uso hasta la llegada de las lluvias.
En el caso de las industrias, aunque se han aplicado medidas para hacerlas más eficientes, algunas, como la azucarera, no solo demanda grandes cantidades de agua, sino que además se convierte en fuente contaminante por la ineficacia de sus sistemas de tratamiento de residuales.
La agricultura aún tiene pendiente la inclusión de clones y semillas con mayor resistencia a la seca, y reorientarse hacia cultivos que no demanden gran cantidad de agua, así como también la aplicación de técnicas agroecológicas. Mientras que la ganadería, una de las actividades productivas más afectadas por el desastre, no acaba de concretar la extensión de tecnologías para la siembra de pastos y forrajes que garanticen la alimentación durante la seca.
La construcción de grandes obras hidráulicas, como el trasvase de Oriente a Occidente y las millonarias inversiones en los sistemas de acueducto de las grandes ciudades, son la continuidad de la voluntad hidráulica que en la década de 1970 a 1980 se desarrolló en el país, pero que no bastarán para enfrentar las nuevas circunstancias climáticas. En provincias como Camagüey, Holguín, Granma y Las Tunas se explora la posibilidad de bombardear químicamente las nubes para provocar lluvias, y en otras como Santiago de Cuba se evalúa la construcción de una planta desalinizadora en la bahía.
Parecería que son empresas constructivas dignas de un relato de ciencia ficción, pero hay grandes posibilidades de que se conviertan en una realidad. Ahora que la sequía es un hecho, no bastará con mirar al cielo y pedirle a San Pedro que abra la llave.
TSE
19/8/15 10:25
José, interesante y preoupante el contenido de su artículo, pero a eso súmele que sin temor a equivocarme, cerca del 50 % (y cuidado), de los metros cúbicos extraídos se escapa por salideros de las redes, van a parar a los alcantarillados y en muchos casos son añejos, en infinidades de ellos formando lagunas como potenciales focos de mosquitos.
El tema de los salideros incide sobre manera en la imposibilidad del uso racional del preciado líquido, por cuanto influyen en la potencia con que llega a los hogares y por consiguiente se prolonga la posibilidad de almacenamiento rápido durante los ciclos de entrega para las necesidades de los habitantes. los cuales ante la situación de los embalses, cada día se prolongan más.
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