El XI Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba concluyó este viernes en el Palacio de las Convenciones de La Habana. Tras varios días de debates y propuestas de todo tipo, directores de medios de comunicación, periodistas y estudiantes universitarios dieron vida a una cita sumamente oportuna, marcada por los primeros meses de aplicación de la Ley de Comunicación Social y por la intención manifiesta de transformar el modelo de gestión de la prensa en todo el país.
“Sin una prensa crítica que apele a la conciencia y los valores humanos, no es posible la Revolución. Sin comunicación política, institucional y social transparente, eficiente y orientadora no hay Revolución. Sin periodismo comprometido, creíble, ético, exigente, crítico y educativo, no hay Revolución “, dijo el Presidente de la República y Primer Secretario del Partido Comunista, Miguel Díaz-Canel Bermúdez en su alocución.
Palabras que resumen, quizá, el espíritu y razón de ser, no solo de este, sino de, al menos, los últimos congresos. Y es que mientras se anunciaba como el de la “Transformación” se hacía imposible dejar de preguntarse qué ocurrió, cuánto se cumplió o solucionó de lo reflexionado y acordado en la edición anterior.
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Ahora se buscan alternativas de todo tipo para hacer del periodismo un ejercicio autosustentable desde lo económico. Una propuesta, tal y como la enuncian a día de hoy, polémica y con demasiadas sombras. Se trata de una apuesta que supone, como se ha reconocido, cambios sustanciales en las lógicas de producción y en los paradigmas de construcción de la agenda mediática. Una decisión, al fin y al cabo, que, sin restarle un ápice de urgencia o utilidad, comulga con problemas estructurales y culturales identificados hace cinco o diez años que siguen sin resolverse.
Para el futuro inmediato habrá que revisitar las intervenciones de mucho de los delegados que señalaron desde su experiencia y visión del periodismo aquellos elementos imprescindibles e impostergables para la materialización de un servicio público de calidad. Porque lo que nunca debe negociarse es el compromiso con las audiencias.
Se habla de crisis de credibilidad en el sistema de medios públicos en el país por causa de que sencillamente, como tendencia, dejamos de abordar la parte de la realidad que le interesa a nuestros lectores, oyentes o televidentes; y cuando lo hacemos, lo cubrimos con un discurso que nada o muy poco tiene que ver con ellos.
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La tan ansiada transformación ha de comenzar por la academia para transmutar planes de estudios minimalistas y anacrónicos. Para formar desde allí a los profesionales de la comunicación comprometidos, primero, con la vida política, económica, social y cultural de su nación y, luego, con las nuevas maneras de contar.
El apoyo de las distintas instancias partidistas y la legislación vigente se antoja, a priori, una extraordinaria ventaja, siempre y cuando el acompañamiento no se confunda con intromisión y la burocracia no desvirtúe una ley surgida por y para una mejor comuniccaión social, eje esencial de nuestro gobierno.
Que nadie crea lo contrario. Seguimos ejerciendo el oficio bajo el principio de plaza sitiada, en medio de una guerra contraehegemónica y simbólica de la que depende, chovinismos aparte, en buena medida el porvenir del país.
Por eso siempre se agradecerá cualquier pensamiento y acción en pos de un mejor escenario para la comunicación. Pero ello ha de implicar, de manera irremediable, andar con coherencia.
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