El trabajo social con los elementos más vulnerables del país es un proceso complejo que le compete a todos. Si bien existen leyes y mecanismos bien establecidos que norman todo el proceso de apoyo, la familia y la comunidad son insustituibles. La revolución se hizo primero a partir de un proyecto de expectativas y de ello se nutre todo proceso social que aspire a la humanización de la política. En los últimos años, se ha visto una modificación de las cuestiones referidas a la seguridad social. La actualización del modelo de construcción del sistema ha traído otros actores a la arena nacional. En este caso, se trata de las empresas privadas que poseen otra lógica y en las cuales tiene que respetarse la dignificación del trabajo.
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¿Cómo mejorar las condiciones de vida de todos los cubanos, pero, más aún de aquellos que aportaron y que hoy están jubilados? Los problemas surgidos con el ordenamiento monetario y las condiciones internacionales dificultan que se cumpla a cabalidad lo estipulado en los centros de atención y los comedores de la familia. En este tema, como en otros tantos referidos a la medicina y los servicios sociales, el país debe tomar cartas y dejar los romanticismos que no nos aporta y que en esta precisa hora no conectan con las demandas de la gente. A fin de cuentas, en los peores momentos, la esencia de este proceso ha sido no dejar a nadie atrás y avanzar solo con la condición de que la marcha sea colectiva e igualitaria. En el horizonte de la construcción de la seguridad social hay que privilegiar los mecanismos de prevención, que eliminan o minimizan los efectos de la vulnerabilidad de cara al aumento de la violencia y la marginalidad. La percepción de los grupos sociales más golpeados es algo que debe tenerse en cuenta no solo a la hora de elaborar las medidas, sino de comunicarlas.
El consenso sigue siendo la clave del éxito o del fracaso de toda pretensión en materia de política pública.
La seguridad social no es lo que va a salvar a la patria, pero la va a curar de oportunismos que exacerban las dificultades y colocan en crisis la cuestión de la credibilidad. Estamos, entonces, ante un asunto de seguridad social en el cual los cubanos tenemos el pleno protagonismo. No se trata de ganar tiempo para una política determinada, sino de hacer que la esencia no se pierda en la forma. Hay que hablar del papel de los trabajadores sociales, que en su momento surgen como un proyecto altamente esperanzador que no solo transformaban, sino que establecían una especie de sinergia con las comunidades. Quien ejerce como curador, también se cura a sí mismo. La sociedad que atiende a sus personas desfavorecidas lo hace porque de esta manera está incidiendo en sí misma. O sea, no solo se salva ese ser de forma aislada, sino que se está protegiendo la esencia y se le está colocando en un punto en el cual no va a desaparecer, ni caerse, ni estar en perenne crisis. Los trabajadores sociales suelen ser personas muy sensibles, que se implican y que saben que en ello les va la vida. He tenido la dicha de conocer a varios a lo largo de mi ejercicio como periodista. Hace unos años, en medio de la pandemia, visité las zonas más rurales del municipio de Remedios y trabé contacto con un equipo de personas, todas mujeres, que eran como las herramientas para el cambio y el avance en ese lugar. Solo una vez en el día pasaba el tren por una línea, ese era el único elemento de afuera que trastocaba la lógica ensimismada del campo. Pero en la tarea, las trabajadoras daban lo mejor de sus carreras, aunque no siempre fueran remuneradas materialmente.
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¿Qué puede hacer el país para salir de los errores, establecer pautas de rectificación y lograr estándares de satisfacción? Preservar lo que se alcanzó y no ser jamás conformistas. Si algo afecta los resultados de aquellos trabajos más humanos es el formalismo. No se entrega un bien material y ya, sino que se le debe dar seguimiento a la persona, otorgarle toda la dignidad posible, no minimizar nunca su dolor. La empatía posee además esa energía misteriosa que actúa de rebote y que se siente como un gozo en el pecho. Esa savia de Martí nos hace más cubanos y por supuesto hallamos la humanidad en la obra de bondad que se realiza. No todo es perfecto, las manchas existen y sobre todo en momentos en los cuales no es fácil sostener los proyectos sociales debido a la carestía de elementos materiales. Pero sin la esencia, dejaremos de ser nosotros y no valdría la pena un ser otro en el cual no estuvieran los valores, la ética, la construcción de espacios en los cuales habitar.
Aquella vez, cuando fui a los campos atravesados por la soledad y el silencio, conocí a un señor muy mayor, de unos más de 90 años, que me hablaba con lucidez. Era analfabeto porque en su época eso era lo común. Pero recuerdo que estuve toda una tarde oyendo sobre las calamidades de aquel campito en la era de los terratenientes y los desalojos. En los ojos del anciano había a veces un dolor que me daba hasta miedo. Pero toda aquella rabia se iba diluyendo en la medida que él ponía su vista en un ahora que es de urgente construcción. Se trataba de un sabio, que valoraba lo que estaba haciendo con él la seguridad social.
En la opinión de muchos, son esas las sonrisas que vale la pena sostener, son esos los rostros que nos dan vida. Y esperanza, que es lo más importante.
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