Dicen los agoreros del “caos cubano” y del “socialismo fallido” que este año se adelantó. Que se echó a correr con la “Revolución de los aplausos”, el 27 de noviembre del 2020, frente al Ministerio de Cultura. Por ello, quisieron darle, caos mediante, un cierre también en noviembre a su espectáculo (fallido). El mismo mes en que se iniciara la primera “Revolución de Colores”, la de Terciopelo, en la Checoslovaquia de 1989.
En su propósito de estancar la “inundación” revolucionaria lo han intentado todo, incluso de despojarla de su misticismo. Arrancarle al Triunfo de Enero de 1959 esa aureola milagrosa bajo la que se abrazaron, por vez primera, “Año Nuevo” y “Vida Nueva”. Con el que “años y años de espanto cesaban súbitamente”, cual describió el joven poeta Fernández Retamar. “Hombres sencillos de barbas arbóreas, que encarnan una nueva mitología americana, estudiantes e intelectuales puros, campesinos, profesionales, obreros, todo un pueblo en conmovedora unidad frente a la tiranía, habían hecho posible, con el aliento de un hombre de excepción, lo que parecía sino un milagro, hechizo del San Silvestre nocturno o anticipada epifanía”.
Aquel “hecho de veras insólito” venía a enriquecer la “patética reserva de símbolos históricos”, “llevándolos a extremos casi de acto naciente, de presencia auroral, en el instante más hermoso de nuestra historia republicana, cuando parece que todos los sueños de regeneración patria van a cumplirse, porque ha sido siempre el más vivo anhelo de los hombres creadores de nuestro país la vinculación entrañable de la historia y el espíritu”. Lo declararon un grupo de intelectuales y artistas el 28 de enero de 1959.
“La Revolución cubana significa que todos los conjuros negativos han sido decapitados. El anillo caído en el estanque, como en las antiguas mitologías, ha sido reencontrado”- apuntó José Lezama Lima en su ensayo A partir de la poesía, de enero de 1960. “Entre las mejores cosas de la Revolución cubana, reaccionando contra la era de la locura que fue la etapa de la disipación, de la falsa riqueza, está el haber traído de nuevo el espíritu de la pobreza irradiante, del pobre sobreabundante por los dones del espíritu”.
Aquel amanecer fue la irrupción bendita de nuevos soles y horizontes, la germinación de viejas utopías, la brotación de nuevos sentidos para la emancipación humana. La libertad, no más como una suerte, loca, sino como Mariana, haciéndose camino en la conciencia de la necesidad. Resultó así, no por obra del azar, sino por el trabajo previsor y la consagración de muchos hombres enfrentándose a gigantescos obstáculos: los “naturales que toda revolución encuentra en su camino, más los obstáculos que en el camino de toda la revolución siembran sus enemigos, más los obstáculos, que en el camino de toda revolución siembran los errores de su amigos”, como advirtió Fidel.
Una marcha escabrosa hacia toda la justicia, extendida con dignidad, por más de 60 años. Jornadas marcadas por esos obstáculos, y sobre todo, por el superarlos, sortearlos, o el arrancarle, cada día, un pedazo. Así fue el que termina, un año duro, muy duro, para mi pueblo, mi barrio y mi familia, que no pudo vencernos, ni detener nuestro andar.
Como en el 2020, nos tiraron a matar, con un Bloqueo recrudecido con 243 medidas adicionales y una Guerra de IV Generación, multidimensional y oportunista. Biden, incumpliendo con parte sus promesas electorales, calculó la posibilidad de anotarse, a lo Trump, la derrota de la Revolución Cubana.
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Con el nuevo año, llegó el Ordenamiento, pero obstaculizado por los mil demonios. La disminución de los ingresos en divisas, por un lado, con la prioridad otorgada al financiamiento de los gastos para enfrentar la Pandemia, por el otro, agravó el desabastecimiento. El poder adquisitivo de nuestro nuevo salarió se diluyó más rápido de lo estimado. En casa, se tornó más difícil hacernos de los productos de primera necesidad, como asegurarles la merienda a las niñas. Era una suerte librarse de los apagones, por estar una zona de hospitales o de hospedaje de sospechosos. Aun tuve que caminar kilómetros para ir a ver a mi vieja, con una mochila cargada de vianda y de frutas, que encontraba por aquí y por allá con mejores precios.
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En abril, tuvo lugar el Congreso del Partido de todos los cubanos, heredero del Partido Revolucionario Cubano. Durante tres jornadas de trabajos, se evaluaron y concertaron los mejores modos de “Propagar en Cuba el conocimiento del espíritu y los métodos de la revolución”, de cultivar “un pueblo nuevo y de sincera democracia”, “en el ejercicio franco y cordial de las capacidades legítimas del hombre”, con nuevas prácticas de participación política.
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Aprovechándose de las dificultades y carencias, se desató una campaña de descrédito, calumniosa vil, contra el Estado socialista de derecho y justicia social que la mayoría elegimos y refrendamos. No faltó la polémica en las redes sociales por cuestiones políticas, con viejos amigos con los que nunca interactuabas y que aparecieron solo después del 11 de julio, como con odiosos y resentidos que llegaba a tu muro a ofenderte y amenazarte, por no creer lo que ellos, por defender tu necedad en ser digno. Recabé a los afectos, a los recuerdos de mi abuelo, para diluir desencuentros con una prima residente en el exterior.
Muchos planes sucumbieron ante picos escalofriantes de contagiados y fallecidos. La inmensa mayoría perdimos un ser querido, un familiar o un amigo que nos arrebató el virus SarsCov2. Otros, vencedores de la COVID, los perdimos por otras causas, y los extrañamos igual.
Pero las últimas madrugadas de julio y las primeras de agosto fueron condecoradas con el arrojo de nuestros 69 atletas en Tokio. Remamos hasta el último suspiro, junto a la dupla de Serguey Torres y Fernando Dayán en el C-2 a mil metros, para nuestro primer oro olímpico en el canotaje. Qué tan alto levantó nuestro orgullo el gigante Mijaín López con su cuarta escalada a lo más alto del podio. Cuba ocupó el cuarto escaño en el ranking continental, detrás de Estados Unidos, Canadá y Brasil (estos dos últimos con igual cantidad de oros que los nuestros).
Fue la premonición de lo que vendría. Otro Girón, contra la epidemia de la COVID 19 y contra el “acto teatral interrupto” de doblegados y patrioteros, etiquetados con las marcas de la temporada (MSI, 27N, Patria y Vida, Archipiélago….).
Como apunté en otro texto, mi Cuba resiliente llegó al 15 de noviembre con sus propias metas, y como que renació en su expandir de sueños. Nos merecemos aplausos, sí, pero por resistir y vencer, por controlar el bicho y salvar siete veces más vidas que la calculada por los que nos subestiman, los que recrudecen y justifican la más grande violación de los derechos humanos en Cuba, el Bloqueo estadounidense. Por sostener, la única salida viable del subdesarrollo y el mejor de los resguardos de nuestra identidad, la Revolución Socialista; auténtica y trasformadora, por completarse aún, con nuestra participación consciente y soberana.
La Revolución permanente conlleva la permanente concientización e identificación colectiva de un “nosotros”, mediante una selección y reproducción intencionada de representaciones y de marcos de significaciones nuevas, distintas a las del Capitalismo. Ha de ser un espiral continuo, en el que cada consenso intersubjetivo que se alcance, sea punto de llegada y de despegue, en nueva pauta para la búsqueda de nuevos horizontes de democracia y libertad, plenas, que llegue a cada barrio y a cada corazón.
En el 2021, se demostró un vez más, que la Revolución es un acto de sacrificio. No la sostienen los “enfermos de voluntad”, ni los “enemigos de la capacidad probada” de los cubanos. Un buen cubano es el que contribuye a alimentar su propia fe y la de su gente; quien cultiva la esperanza en sus propios consensos, en lo conquistado como patrón de dicha, en su capacidad de ser y concretar sus sueños compartidos, y quien enfrenta al que la ataca.
Para José Martí, “El deber de un patriota que ve lo verdadero está en ayudar a sus compatriotas, sin soberbia y sin ira, a ver la verdad”. El acto utópico de “asaltar el cielo”, recaba de la capacidad de percibir y socializar todos los significados, las intensidades del devenir cubano, en un frasco de Soberana o Abdala, en el logro de cerrar el año con la población mayoritariamente inmunizada.
Mas, esa utopía revolucionaria no ha de ser trasmutada por voluntarismos, ni asumida como fe ciega en sueños sin raíces, ni como fiebre nostálgica por un pasado mejor. Tales actitudes lastran la crítica y la autocrítica revolucionaria. Solo el hacer cercano al sacrificio, aquilata la capacidad de oscultar en el subsuelo de la historia los latidos de un futuro mejor. La potencialidad movilizativa de una utopía radica tanto en la crítica del presente como en la capacidad de hallar la posibilidad futura en el devenir, las intensidades precedentes, eternamente iluminadoras.
Asumamos con Cintio Vitier que el pasado deviene en la medida en que sepamos enriquecerlo e iluminarlo con su propia futuridad. Para proyectar nuevos amaneceres, se hace imprescindible revistar nuestra Historia, las grandes conquistas, los desafíos y las grandes victorias de este pueblo, hijo de mambises y rebeldes. Pero como nos convocó el Presidente Díaz-Canel, “No imitando, no copiando, no esperando que las soluciones broten solamente de la historia; porque lo que la historia tiene para darnos es un acumulado de originalidad, de soluciones osadas y de creación heroica”.
Acabamos de recordar y de honrar a los protagonistas de la Campaña de Alfabetización, “un paso gigantesco en un proceso que es diferente y es mil veces más valioso: el de la liberación de las relaciones sociales, el reparto masivo de poder social y el ascenso de la condición humana a escala de toda la sociedad”, al decir de Fernando Martínez Heredia.
Ese el sentido revolucionario que deberá prevalecer; de la noche al día, del diciembre batistiano al enero fidelista, de la represión a la expresión constante de la naturaleza humana. Revolucionemos, por 63 años más, con el sentido germinal de los amaneceres.
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