Considerado uno de los grandes aciertos del sistema sanitario de Cuba, el Programa Materno Infantil (PAMI) se distingue desde hace décadas no solo por su carácter gratuito y de acceso universal, sino también por contar con una estrategia principal centrada en la atención primaria de salud y en la prevención.
Surgido en 1983 con el objetivo de erradicar de manera definitiva los altos índices de mortalidad materna e infantil heredados de la época prerrevolucionaria, para su materialización el PAMI se basó en las mejores experiencias médicas desarrolladas durante la década de 1960 y 1970, las cuales incluyeron el programa de lucha contra la gastroenteritis en edades pediátricas, la primera campaña de vacunación antipoliomelítica y las campañas contra el tétanos, la difteria y la tos ferina.
De esta forma se convirtió en la plataforma programática centralizada y dirigida por el Ministerio de Salud Pública para planificar, organizar, aplicar y controlar las acciones y normativas relacionadas con la salud reproductiva, así como de la infancia y la adolescencia con el fin de garantizar el acceso equitativo la atención médica especializada. Se trata, en definitiva, de un sistema único que, pese a las significativas limitaciones económicas, ha pretendido contar con una infraestructura y capital humano y tecnológico en constante evolución.
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Tras varias décadas de aplicación, este programa ha permitido ubicar al país entre los mejores de la región de América, con indicadores muy superiores a que exhiben, incluso, naciones del llamado primer mundo.
Para ello se ha incidido, sobre todo, en la atención a niños y adolescentes a partir del desarrollo de la puericultura, que garantiza consultas especializadas desde la etapa de recién nacidos hasta la adolescencia. Asimismo, dispone de protocolos de actuación para el seguimiento de enfermedades transmisibles y crónicas en la infancia.
De igual manera se prioriza el cuidado de la mujer a través de servicios que comienzan desde los estudios iniciales en las embarazadas para detectar infecciones, enfermedades crónicas, riesgo genético y otros trastornos relacionados con la gestación.
Pasos preventivos que se realizan y perfeccionan, en buena medida, por las investigaciones científicas que se ejecutan sistemáticamente con diseños metodológicos similares para comparar e identificar tendencias en los comportamientos.
Sin embargo, retos como aumentar la tasa de lactancia materna exclusiva, reducir la prevalencia de anemia ligera o fortalecer las normas de prevención de accidentes persisten y atentan contra el PMI. Una realidad que, junto al impacto de la pandemia de la Covid-19, desde el 2021 ha incidido en la obtención de resultados favorables, pero muy lejos de lo esperado.
A decir por el propio ministro de Salud Pública, José Ángel Portal Miranda, se antoja imposible hablar del programa sin tener en cuenta los retos que impuso la crisis sanitaria. Aun así, permaneció una férrea atención del sistema sobre esta área, lográndose un muy alto porcentaje de supervivencia de menores de edad contagiados.
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En el país fueron habilitadas 13 mil camas para la atención a infantes y adolescentes sospechosos y confirmados con Covid-19 y contaron con los productos seguros y efectivos de la industria biotecnológica nacional. Más de 30 investigaciones sobre Covid-19 se realizaron en edades pediátricas y al menos siete estudiaron temas relacionados con el embarazo durante este período, lo que brindó seguridad sobre las decisiones que se tomaban y allanó el camino para los ensayos clínicos con los entonces candidatos vacunales.
Con relación a la mortalidad materna, si bien Cuba ostenta una de las cifras más bajas de la región, el propio Portal Miranda ha reconocido en reiteradas ocasiones cuánto queda por hacer.
Priorizar el cumplimiento de ejercicios encaminados a lograr la dispensarización del riesgo reproductivo preconcepcional, reducir errores en el diagnóstico prenatal de defectos congénitos que son diagnosticables, así como incidencia del bajo peso al nacer, implementar las guías de actuación para las consultas de planificación familiar y actualizar las guías de actuación para una cesárea segura y la atención a la paciente obstétrica grave son solo algunas de las líneas de trabajo que se han identificado para fortalecer el PMI en el contexto actual.
Lo que también debe revertirse en la disminución del número de embarazos en la adolescencia y el uso del aborto como método anticonceptivo, la reducción del déficit de medicamentos, gastables y una mayor garantía en el cumplimiento de las normas y procedimientos higiénicos-sanitarios que condicionan la aparición de infecciones asociadas a la asistencia sanitaria y la ocurrencia de brotes institucionales.
Sin dejar de reconocer el complejo escenario socioeconómico que se atraviesa, resulta imprescindible cerrar brechas en un tema de tanta sensibilidad. La voluntad política que desde hace décadas marca nuestro sistema de salud y que ha permitido enfrentar los más inesperados contratiempos sanitarios, tiene ahora el compromiso de trabajar en pos de consolidar la atención materno-infantil como elemento fundamental para el desarrollo futuro de nuestra nación
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