Por ahí hay pasillos con adornos exóticos: bañaderas antiguas, macetas, grafitis, escaleras coloniales, pinturas. El pasillo en el que vivo ostenta unos cambiantes sacos llenos de latas vacías. Huele a cerveza, siempre a cerveza.
No sé si Marta desprende un olor diferente. Mide poco más de un metro con cincuenta, usa ropa holgada y siempre trae sus canas atadas con una felpa. Tiene alrededor de ochenta años, una hija, dos nietos y una bisnieta.
Casi todos los días, Marta recorre el barrio, con un improvisado carrito de carga y dos o tres sacos viejos. Algunos vecinos le guardan latas de la fiesta de anoche o aquella del refresco que compraron, antier, en el quiosquito de la esquina. Toda esa materia que inunda el pasillo irá a parar a la Empresa de Recuperación de Materias Primas, a cambio de unos pocos pesos.
*
Es jueves, 16 de mayo, pasadas las 4:00 de la tarde. La esquina de 27 y K es una escena sin música: hay apagón.
―¡Compro pomos vacíos!― grita un señor de pulóver blanco y gorra roja, empujando una estructura de hierro con cuatro ruedas: rústico soporte de un tanque picado a la mitad.
―¡Compro pomos vacíos! ¡Compro pomos vacíos! ―Lo vocea unas cuatro veces, parado a la sombra del mismo árbol. A los pocos minutos, sale una señora con dos sacos llenos de «pepinos» de litro y medio, dignos de un solo uso. Se saludan como quienes sostienen una antigua relación de negocios. Y más de tres veces la mujer entra en la casa y sale con otro saco lleno de pomos.
Yo, mientras tanto, formulo teorías inexactas recostada en un muro. Tal vez, recolectan los pomos en las cafeterías y bares de la zona. Tal vez, no van a parar a la Oficina de Recuperación de Materias Primas, sino a manos de quienes fabrican pozuelos de los que venden en La Cuevita.
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Son las 4:22 de la madrugada. Al olor de la cerveza, todos duermen. Mañana, cuando regrese de la universidad, seguro me encuentro con Marta entrando el carrito improvisado o aplastando latas frente a la puerta de su casa.
―Buenas tardes, Marta, ¿qué tal está?― le diré.
Y la conversación morirá con un: «Todo bien». Aunque, realmente, «Todo» es una palabra muy grande.
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