“En sus marcas, listos…”, y suena el silbato de la arrancada. Tres balsas, o al menos la nominan así los lugareños, salen desde unos 200 metros más allá del puente. El ganador, o ganadora, porque también compite una mujer, será quien pase primero por debajo de la ingenieril meta, ubicada en las inmediaciones de Paso del Toa, en Guantánamo. La competencia de cayuqueros, conocidos así en orientales parajes, es muy popular por la zona. No precisamente por la fortaleza y precisión de navegantes de sus protagonistas, sino por la peculiar embarcación.
La balsa, como insisten en llamarla, no es otra cosa que seis o siete palos de bambú de cinco metros de largo, unidos entre sí por diestros amarres de soga. Los llamados cayuqueros se valen de otro bambú de similares dimensiones que, como bordón, les sirve para direccionar e impulsar la rústica embarcación. Y la competencia, hay que reconocerlo, es divertida y, cuando menos, muy rara. Quizás también sea una visión occidentalizada en medio del Festival de Juegos Tradicionales de Montaña en el oriente cubano. Puede ser.
¿Lo incuestionable? La diversidad aún presente, a pesar de épocas tecnológicas y nativos digitales, en los modos y modas de esparcimiento de los pequeños y jóvenes en la isla grande, especialmente en los juegos tradicionales.
TIN MARÍN, EL JUEGO QUE FUE
En Cuba, con diferente presencia y estilo según las provincias y zonas del país, existieron y existen divertimentos costumbristas que acompañan la infancia y la juventud en sus múltiples estadios.
Según refiere Rolando Alfaro Torres, en su relación de Juegos cubanos, es posible nombrar varios, desde aquellos iniciales como “la tortica de manteca, pa´ mamá que da la teta”, hasta aquellos destinados a niños de seis o siete años de vida.
Aparece entonces el “piteo” como práctica eliminatoria, de sorteamiento rimado con “tin marín…”, o “la cuchara se pasea…”. Luego vienen El Burrito 21, El Pegado, Los Escondidos, La Gallinita Ciega, El Perrito Goloso, entre otros.
De igual forma, todavía se practican los juegos con rondas y cantos como los conocidos “A la rueda rueda”, “Alánimo”, “Amambroche ható”, “Pito pito”, “El patio de mi casa”, “Los pollos de mi cazuela”, “María moñitos”, ”La pájara pinta”, “Que llueva, que llueva”.
Ya en menor uso, aunque parte de estos anteriores están un tanto desaparecidos de las tardes infantiles, está la Quimbumbia, con algún parecido a la pelota, o béisbol, muy practicado por anteriores generaciones.
Tampoco se han de olvidar todas las modalidades de entretenimiento con bolas o chinatas, en dependencia de la localidad. Este es, sin dudas, un antiquísimo pasatiempo. “Todos los juegos no son tan viejos como las bolas…”, decía José Martí, en pleno siglo XIX. A pesar de que bastante ha llovido, resulta todavía como una de las pocas actividades lúdicas que resiste a la contemporaneidad.
Y qué decir de los trompos, los papalotes, las chivichanas, los yaquis, y la peregrina o tejo, también conocida como pon. O el juego de la pañoleta y el chucho escondido. Unos, en menor o mayor medida, ocupan el tiempo libre de chicos y no tan niños en parques u otras áreas urbanísticas, y hasta en las propias casas.
Aunque, ¿será igual la práctica de estas distracciones en las ciudades que en los espacios montañosos, en el Occidente o en el centro del país?
LOS BALSEROS DEL TOA
Su fama traspasa las inmediaciones del caudaloso río a los más recónditos parajes orientales. No por gusto el mismísimo Juan Almeida Bosque dedicó su música a una de las más añejas tradiciones de la región. “Por eso nos conocemos/tanto este río y yo. /Ya una balsa es mi destino. /Ligado a este río estoy”, le cantaba a quienes todavía hoy enaltecen esencias de vital arraigo en el alma baracoesa.
Pero cuando no transportan en sus balsas (que pueden ser las rústicas anteriormente descritas o comunes botes de madera) alimentos, enseres y personas… ocupan su tiempo en pequeñas regatas campestres, como uno de los principales entretenimientos idiosincrásicos de la zona.
A estas interesantes carreras se suman otros juegos tradicionales en la franja montañosa oriental, que de forma conjunta, como parte de varios niveles en una amplia competencia o por separado, sirven para las más atractivas travesuras.
Algunos exigen fuerza bruta y voluntad de equipo, como halar un tronco amarrado por la punta con una soga que empuñan dos o más chicos; o arrastrar una yagua con un joven montado en ella.
Es costumbre de la localidad, igualmente, emular en el agarre y ensarte de cangrejos, en un enfrentamiento donde los concursantes pueden sumar hasta 40 crustáceos atrapados a “mano limpia”. O aquella competencia que reconoce el esfuerzo de quienes con mayor destreza pelen cocos con la coa en punta. ¿Y qué es la coa? Pues un aditamento filoso empotrado en un soporte. Se entierra el coco de manera que, con cada empujón hacia el mecanismo cortante, el fruto salga lo más limpio posible y sin abrirse. ¡Peligroso!, piensa aquel que por primera vez presencia tal ¿juego?, pero la duda se disipa cuando corrobora la maña de los lugareños en semejante manualidad.
Porque un Festival de Juegos Tradicionales en el macizo montañoso guantanamero no se parece a nada visto en el occidente del país. Antonio Arcia, profesor de Recreación Física, y coordinador de dicha actividad recalca el costumbrismo de tales encuentros deportivos. “Responden a las características de la zona y explotan las habilidades de la gente”, resalta.
Entonces, aparecen los juegos acuáticos, donde se incluye la mencionada carrera de balsas, seguida por competencias de nado con relevo, o encontrar el tesoro escondido en el lecho del río.
Sin descartar el no menos sugerente encuentro de lucha libre sobre un colchón flotante, que consiste, no más, que en el amarre de varias balsas de bambú con colchones encima, tapados por una inmensa lona amarrilla y ¡a fajarse se ha dicho! O al menos eso intentan los muchos chicos y chicas que se divierten con agarres e inmovilizaciones, en un alarde de lucha al estilo baracoense.
Es un espectáculo sin par en Paso del Toa, en el Consejo Popular de Cayo Güin. Es una muestra de cuánto se preserva en estos espacios de los juegos tradicionales de cada emplazamiento.
Pero esta realidad no resulta multiplicada en todo el país, y cada vez más la cultura tradicional se resiente de la pérdida de sus más autóctonas recreaciones infanto-juveniles.
SIN LA PÁJARA PINTA
Para analizar el fenómeno, el antropólogo Rodrigo Espina insiste en que la ausencia o poca usanza de estos modos de esparcimiento no resulta un fenómeno privativo cubano.
En su artículo “Los juegos infantiles tradicionales: algunas causas de su pérdida; algunas razones para su rescate”, el especialista insiste en las causas de la ruptura en la trasmisión de los juegos infantiles tradicionales: “cambios en la orientación de las funciones familiares, incorporación masiva de la mujer al trabajo, participación etaria más amplia en las tareas sociales, universalización de la enseñanza y el urgente aumento del personal docente, modernización y agilización de los procesos educacionales para dar respuesta a las necesidades crecientes del desarrollo económico; lo que implicó un pedagogismo a ultranza”, entre otras.
En este sentido, varios estudios coinciden, entre estos el del propio Espina e investigaciones de las ciencias deportivas, que la infancia y adolescencia de hoy no emplean los juegos que divirtieron a padres y abuelos. Pero el rescate de estas prácticas es imprescindible pensarlo desde sus aportes sociales y funciones, y no solo como una reivindicación nostálgica.
En pos de ilustrar su valía y necesidad de preservación, Espina explica que constituyen un “sistema creado por la sabiduría popular para propiciar el desarrollo de habilidades físicas (el control muscular, la motricidad fina y gruesa, la lateralidad) e intelectuales (percepción, imaginación, memoria, pensamiento, lenguaje) en el niño, en tanto incrementan la socialización”.
En cada uno de los juegos tradicionales hay encerrada una sabiduría, una experiencia acumulada que debería trasmitirse de forma natural de generación en generación, no solo como mecanismos de distracción sino como entorno que potencia la cooperación y el aprendizaje de normas de conducta colectiva, de una disciplina.
Por tanto, para llevar adelante el empeño de rescatar socialmente estos recreos costumbristas urge potenciar la relación tripartita escuela-comunidad-familia, que incluya cambios en la concepción de la enseñanza, el empleo de las vías informales de comunicación y el trabajo comunitario e intrafamiliar. Todo ello sin atacar ninguna avanzada tecnológica, sino permitir la coexistencia de ambas opciones.
Es esta una noble intención harto importante para la preservación de la identidad cultural, para no olvidar quiénes hemos sido y somos, para que hablar sobre juegos tradicionales no forme parte de la desmemoria o sea un símbolo de extrema rareza.
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