En 1978 no pude participar en la celebración del Día internacional de los Trabajadores en Cuba, pero el primero de mayo de ese año estuve en la conmemoración de la efeméride en dos países.
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El último día de abril creí que habría algún vehículo para llevarme desde el Vedado hasta el aeropuerto José Martí, pero todo parecía indicar que lo olvidaron en medio del ajetreo para participar al siguiente día en el desfile en la Plaza de la Revolución.
Venía desde Sancti Spiritus y para no perder el vuelo, sin averiguar nada más, continué manejando hasta la terminal aérea habanera, donde busqué el lugar que creí más seguro para dejar el auto hasta el regreso.
No eran tiempos de celulares ni redes sociales, por lo cual fue imposible contactar a alguien para encargarle el cuidado del vehículo.
Durante la escala para abordar otro avión en Moscú, la amable traductora soviética, Irina, me invitó a salir algunas horas antes hacia el aeropuerto, sin descansar, para pasar primero por la Plaza Roja y ver el desfile, una manifestación increíblemente única.
Al llegar al aeropuerto de Pionyang, en Corea del Norte ocurrieron confusiones que después de suceder, ahora parecen simpáticas, pero ninguna gracia tenía llegar por primera vez a la península coreana y no ver a nadie esperando.
Como disculpa, quienes estaban encargados de atenderme encontraron una explicación jocosa: que ellos no tenían la culpa de que este periodista cubano fuera de origen chino por parte de madre y padre y pensaran que yo era un visitante de otro país asiático.
Aunque los anfitriones se saltaron partes ceremoniales para darme la bienvenida, no llegamos a tiempo para incorporarme a las delegaciones extranjeras invitadas a participar en los festejos por el Primero de Mayo.
Sin embargo, sí pude disfrutar de los momentos finales del maravilloso espectáculo con el cual quedé tan satisfecho que casi me alegré de no estar en el grupo que seguramente por cumplir protocolos no pudo caminar como hice entre la gente.
Este año 2024, con los pies enraizado en Cuba, andaré como mis compatriotas, y no quiero saber por qué van los demás, pero yo sí sé por qué lo hago, convencido de mis motivaciones.
Cada vez que dé un paso, quiero poder volver a encontrar intacto, sin que le robaran nada, al Peugeot 404 de fabricación argentina que dejé abandonado a su suerte casi un mes, con el seguro de las cuatro puertas sin poner porque lo olvidé por tanto apuro.
También quiero que después de tanto trabajar para merecer la adquisición del vehículo, no lo tenga que vender para usar el dinero en la cobertura de otras urgencias que no pueda satisfacer con el salario.
Y mientras me concentro o desfilo quiero que otra vez con mi salario de entonces de 231 pesos pueda comprar un carro a plazo con pagos mensuales de 104 pesos y poder cubrir las restantes necesidades sin colosales esfuerzos, sino simplemente con medidas de ahorro.
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Cada momento que esté en la celebración de este duro 2024, quiero que volvamos a empezar desde el principio la obra de Lenin guíada por la teoría de Marx y Engels, que él mismo enriqueció y que el recorrido del fantasma logre otro campo como el derrumbado en Europa del este y desmerengado en territorio soviético.
Este primero de mayo y seguramente el de otros más que vendrán, tendremos que ir con ánimos renovados para lograr metas que sólo se consiguen cuando el trabajo es necesidad vital, cuando hasta somos capaces de sembrar un árbol a los 73 años de edad y lo plantamos para que sus frutos se lo coman quienes no conoceremos.
Quiero que todos participemos en la celebración para ratificar compromisos de desterrar el ausentismo, para considerar que la jornada laboral es sagrada, y que quien trabaja, y trabaja bien, hace revolución.
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