Visitar la Feria Internacional de Artesanía es como entrar a un museo de la destreza humana. Algunas obras interesantes, otras menos llamativas y las malas sin remedio. Pero ver cómo las personas ponen la imaginación y determinados recursos en función de las ganas de crear (o de vender) es una experiencia enriquecedora.
Para la mayoría de estos artesanos, la Feria es un espacio de publicidad, donde pueden darse a conocer y, con buena suerte, vender algunos productos. Para otros sí es la oportunidad de poner en el mercado una bisutería de mala calidad pero con precios astronómicos: aretes con las formas más disímiles, velas esculpidas como estatuas, anillos que aparentan ser hechos con los barrotes de la peor mazmorra; pero esto no es motivo para considerar a la Feria un mercado más donde el kitsch y la usura marcan el ritmo.
Allí mismo podemos encontrar trabajos preciosos. Una pandilla de gnomos alejados de su jardín, lámparas actuales simulando ser antiguas, trabajos de carpintería con detalles espectaculares, una hermosa cabaña de madera decorada con una mezcla de estilos, cajas de publicidad (y para guardar tabaco) de Vegas Robaina, joyeritos con espejos incluidos o lámparas y mesas elaboradas con piezas que habitualmente no veríamos en ellas.
También nos da la posibilidad de conocer artistas como Yakel Gómez Yrigoyen, espirituano que hace tres años participa en la Feria. Un reloj de madera gigante con parte de los engranajes descubiertos, un quinqué con una pecera donde debería estar la llama, o un teléfono gigante, sus obras están fuera de lo común y del tamaño convencional. Le pregunté cómo alimentaba los peces y me dijo “acércate, vamos a aprovechar que no hay nadie por acá”. Comenzó a mover la madera, en diferentes direcciones, como si fuesen los mecanismos de un artefacto ruso. Quitó la tapa y me la entregó, arrancó una pieza del farol y espolvoreó sobre el agua la comida de los peces. Era un fragmento de la base que cumplía una doble función: decorativa y alimenticia.
Afable y sonriente, me confesó con un espíritu optimista que en diez años solo había vendido una pieza. Todas las demás estaban en la sala de su casa. Aun así, disfrutaba de la Feria, esperando su momento, sus quince minutos de fama.
Pero no solo es la artesanía; FIART tiene un ambiente familiar. Es un espacio que no solo está pensado para los creadores, sino también para los mirones, para quienes disfrutan de una tarde caminando entre buenas obras y mercancía barata. Es esa combinación de museo, mercadillo, pizzería y restaurantes (porque los visitantes algo deben comer), familias, curiosos e interesados en comprar pero con el bolsillo corto lo que hace de FIART un evento más exclusivo que una Feria de Artesanía.
Buho con luz interior. Claudia Soto / Cubahora
Obra de Yakiel Gómez. Cluadia Soto / Cubahora
Obra de Yakiel Gómez. Claudia Soto / Cubahora
Gnomos en fuera de su jardín. Claudia Soto / Cubahora
Vitral de José Martí. Claudia Soto / Cubahora
Diferentes lámparas de en FIART. Claudia Soto / Cubahora
Torcedora de tabaco. Cluadia Soto / Cubahora
Obra de Yakiel Gómez. Claudia Soto / Cubahora
Fuente que recibe a los visitantes. Claudia Soto / Cubahora
Cabaña ubicada en el centro de la sede de FIART con una decoración interior muy variada. Claudia Soto / Cubahora
Obra del autor Yakiel Gómez. Claudia Soto / Cubahora
Adornos de barro. Claudia Soto / Cubahora
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