Por: Félix Julio Alfonso López
En 2018 se conmemoraron 80 años de la creación de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, por el eminente historiador Emilio Roig de Leuchsenring, cuyos primeros recintos en la planta baja del Palacio Municipal fueron abiertos el 11 de junio de 1938. De ese lapso de tiempo, los últimos cincuenta años corresponden al liderazgo de dicha oficina por el Dr. Eusebio Leal Spengler, cumplidos el 11 de diciembre de 2017. Pocas veces en la historia de nuestro país se ha podido verificar una coincidencia tan absoluta entre una trayectoria personal y la vida de una institución, como en los casos de Roig y Leal con la Oficina del Historiador de la Ciudad.
En cierto modo, la Oficina fundada por el Dr. Roig debe verse como un resultado, en el plano de la política cultural, de los profundos cambios que tuvieron lugar en Cuba después de finalizada la revolución de los años 30, y que el ensayista cubano Fernando Martínez Heredia conceptualizó como de “nacionalización de la nación”.[1] En este sentido, Emilio Roig fue el creador y promotor, junto a un puñado de colaboradores y destacados intelectuales, de un original e inédito proyecto cultural que lo llevó no solo a escribir, difundir y preservar el patrimonio histórico y artístico habanero, sino que su luminosa obra fue esencialmente de rescate y reivindicación permanente de las raíces más hondas de la cubanía, con una inmarcesible vocación latinoamericana y universal. Los Cuadernos de historia habanera, los Congresos Nacionales de Historia, las Ferias del Libro y la labor de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales dan fe de lo anterior. De igual forma, los minuciosos tomos publicados en 1955, con el resumen de los primeros veinte años del trabajo de Roig como historiador de la ciudad, son reveladores de la gigantesca gestión del patrimonio histórico y cultural realizada por el autor de Historia de la Enmienda Platt, así como de los innumerables obstáculos que debió enfrentar, en un medio social y político no pocas veces hostil.[2]
“Pocas veces en la historia de nuestro país se ha podido verificar una coincidencia tan absoluta entre una trayectoria personal y la vida de una institución, como en los casos de Roig y Leal con la Oficina del Historiador de la Ciudad”.
El triunfo de la Revolución Cubana lo encontró ya anciano, pero lúcido y gallardo, y el reconocimiento de su obra quedó testimoniado en la espléndida foto donde se le ve, vestido con traje blanco y acompañado por su esposa María Benítez, en el momento de entregar unos libros a los comandantes Fidel Castro y Ernesto Che Guevara. Esa entrevista, efectuada a pocas semanas del triunfo revolucionario, tuvo lugar en el despacho de Fidel en el edificio del Instituto Nacional de Reforma Agraria, y allí Roig dedicó al guerrillero argentino un ejemplar, ajado por el uso, de su libro Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos.
- Consulte además: Leal en la memoria, y a través del tiempo
El 15 de enero de 1960, en el discurso pronunciado por Fidel en la Academia de Ciencias, en el vigésimo aniversario de la Sociedad Espeleológica de Cuba, el líder revolucionario dijo: “Aquí a nuestro lado está un verdadero maestro de nuestra historia, Roig de Leuchsenring (APLAUSOS), que ha escrito la historia de los esfuerzos de nuestra nación durante más de un siglo por ser una nación libre, por ser una nación soberana, donde pudiese desarrollarse un pueblo libre y feliz”.[3]
Como magnifico colofón a su larga vida, Roig pudo ver publicada la edición definitiva de su libro La Habana. Apuntes históricos, en tres volúmenes, cuyo último tomo cierra con los párrafos vibrantes de la Segunda Declaración de La Habana. Murió en su ciudad natal, el 8 de agosto de 1964. Pocos días más tarde, el 11 de septiembre, un sencillo trabajador del gobierno municipal cumpliría 22 años, y quizás no imaginaba que sería él, gracias a una devoción y un sentido del momento histórico admirables, el continuador de aquella magnífica labor intelectual.
Como tantos miembros de su generación, el joven Eusebio Leal fue un entusiasta protagonista de la revolución victoriosa, a la que se sumó desde su condición de militante juvenil católico, y a la que abrazó por su origen humilde y por sus personales convicciones éticas y patrióticas. La revolución le permitió alcanzar el sexto grado en la educación obrera campesina, y lo convirtió rápidamente en educador de otros durante la campaña de alfabetización. En un acto que prefigura su destino, en 1959, comienza sus labores en las oficinas administrativas del Palacio de los Capitanes Generales, que rebautizado luego como Museo de la Ciudad, sería el origen y el alma de una épica personal, que comenzó el 11 de diciembre de 1967, fecha en que se trasladaron de allí las dependencias del gobierno de la ciudad, y que llega, con perdurables energías y renovados impulsos, hasta nuestros días.[4]
“Como tantos miembros de su generación, el joven Eusebio Leal fue un entusiasta protagonista de la revolución victoriosa, a la que se sumó desde su condición de militante juvenil católico, y a la que abrazó por su origen humilde y por sus personales convicciones éticas y patrióticas”.
Fue en aquellos días finales de 1967 que recibió la dirección de la Oficina del Historiador y junto con ella la encomienda de rehabilitar el antiguo palacio de gobierno, y a esa titánica obra se dedicó sin descanso. La restauración del museo lo puso en contacto con la disciplina arqueológica, y le permitió familiarizarse con el trabajo directo de las excavaciones en los pavimentos, donde se encontró la huella pretérita de los enterramientos de la desaparecida Parroquial Mayor, y las calas en paredes y muros le revelaron el universo de las pinturas murales hechas al fresco. En fotografías de aquella época se le ve, muy delgado y con unos espejuelos oscuros que le cubrían el rostro, con una espátula y un cincel dentro de una zanja, o dando pico y pala junto a los trabajadores que lo auxiliaban, ataviado ya con el traje gris que ha sido su prenda de vestir predilecta durante la mayor parte de su vida.
Pero aquella faena física era apenas el comienzo de una ambiciosa y extraordinaria aventura intelectual, que se anuncia y cobra vida dentro y fuera de los ámbitos del inmueble, y que se materializa en 1968 en el homenaje del Museo de la Ciudad por los cien años de lucha del pueblo cubano, en la promoción de miles de visitas populares a las salas para conocer el pasado glorioso de la nación, o en la creación de espacios para la difusión de la trova tradicional, como en el caso de la peña de Alfredo González Suazo, Sirique, en un temprano antecedente de preservación del patrimonio sonoro de Cuba.
Era necesario entonces atraer los fragmentos dispersos de la oficina de Roig, y a finales de los años 60 fueron rescatados la biblioteca Francisco González del Valle y el archivo antiguo de la ciudad, que contenía el enorme tesoro de las Actas Capitulares del Ayuntamiento. A partir de ese momento, Leal inicia una sistemática y paciente labor de comunicador del patrimonio, dictando incontables conferencias, mes tras mes, año tras año. En un acto cultural inédito, durante la Zafra de los Diez Millones, el joven museólogo trasladó exposiciones itinerantes por los centrales azucareros y ofreció charlas a los cortadores de caña de La Habana.
“En fotografías de aquella época se le ve, muy delgado y con unos espejuelos oscuros que le cubrían el rostro, con una espátula y un cincel dentro de una zanja, o dando pico y pala junto a los trabajadores que lo auxiliaban, ataviado ya con el traje gris que ha sido su prenda de vestir predilecta durante la mayor parte de su vida”.
Esta brega febril lo llevó también a sufrir algunos tropiezos, como cuando negocia sin éxito el rescate de documentos pertenecientes a la orden franciscana. Pero su tenacidad es incansable, y logra que le sean entregados objetos religiosos de valor histórico excepcional. También desde fecha tan temprana comienza a gestionar acuerdos con instituciones extranjeras para recibir objetos y documentos relacionados con la historia de Cuba. La notoriedad del museo y el trabajo de su director crecen rápidamente, y a las conferencias, charlas, obras técnicas, de clasificación y restauración, se suman las visitas de importantes delegaciones internacionales, que llegan para conocer de primera mano, por boca de un testimoniante privilegiado, la historia de Cuba. Su primer viaje al extranjero lo efectúa en diciembre de 1971, a Moscú, donde recibe la condición de miembro del Museo de Historia de la capital soviética. En 1972 recibe a Fidel en el Museo de la Ciudad y realiza una importante visita a Praga, donde diserta sobre La Habana como centro comercial y político del siglo XVII.
Los años 70 fueron de una labor intelectual enorme como conferencista, dentro y fuera de Cuba, y prácticamente no existe un tema o periodo de la historia de la nación que no sea tema de una charla, un conversatorio, un discurso o una conferencia, impartidas en los más disimiles escenarios, desde ilustres universidades hasta centros de trabajo, fábricas, empresas, ministerios, bancos, hospitales y escuelas. Pero este singular y dinámico conferencista era un autodidacta, no había cursado estudios superiores y aun así podía, gracias al prestigio ganado, ser miembro de un tribunal de tesis, oponente de una obra científica o dictar conferencias en un aula de la Escuela de Artes y Letras de la Universidad de La Habana.
El próximo paso fue precisamente el de alcanzar su título como Licenciado en Historia, para poder legitimar ante el mundo académico una brillante ejecutoria como historiador empírico. En septiembre de 1975 matriculó en la modalidad de curso para trabajadores de la Escuela de Historia, y avalaron su ingreso, aun sin poseer la enseñanza media, las firmas de ilustres intelectuales como Juan Marinello, Raúl Roa, Antonio Nuñez Jimenez, José Luciano Franco, Francisco Pividal Padrón, Mariano Rodríguez Solveira y Manuel Rivero de la Calle. Durante el lustro que duraron sus estudios, fue numerosa la producción de Leal en cuanto a conferencias de la más diversa índole, y quizás muchas de ellas hubieran sido suficientes para aprobar las asignaturas del currículo.
Un hito importante acontece en vísperas del aniversario de la ciudad, el 15 de noviembre de 1977, cuando abre sus puertas al público El Templete, una vez concluidas sus obras de restauración. Otro peregrinar de gran trascendencia lo llevó a Italia, en el año 1979, con una beca de estudios del Ministerio de Asuntos Exteriores, para ampliar sus conocimientos sobre Historia del Arte. Finalmente, el 26 de diciembre de aquel año recibió su diploma como graduado de la Universidad de La Habana en la carrera de Historia. Desciende la escalinata con el pergamino bajo el brazo, pero antes, como me ha contado muchas veces, dejó una rama de laurel en el regazo del Alma Mater, madre protectora del conocimiento y la verdad.
“Este singular y dinámico conferencista era un autodidacta, no había cursado estudios superiores y aun así podía, gracias al prestigio ganado, ser miembro de un tribunal de tesis, oponente de una obra científica o dictar conferencias en un aula de la Escuela de Artes y Letras de la Universidad de La Habana”.
Los inicios de la década de 1980 lo encuentran en una cada vez más agitada vida de conferencista y promotor cultural, peregrinando por varios países donde diserta sobre temas de historia y cultura de Cuba y La Habana. La relación de la Oficina del Historiador con el ámbito latinoamericano se fortalece y amplía, como prólogo a la apertura que tendrán después las casas museo dedicadas en el centro histórico a México, Venezuela y Ecuador.
En esos años se iniciaron los trabajos de restauración de inmuebles de gran valor patrimonial en la calle Obispo y Mercaderes. En 1982 la Habana Vieja y su sistema defensivo fueron declarados Patrimonio Cultural de la Humanidad, y en buena medida ese reconocimiento se debió a la labor desplegada por Leal y sus colaboradores desde hacía 15 años. Periódicamente presentaba informes al gobierno municipal sobre la restauración de inmuebles históricos en la Habana Vieja, que lentamente descubrió su hermoso rostro de ciudad ecléctica debajo de las ruinas y los escombros. Para 1984, el Museo de la Ciudad recibe anualmente 400 000 visitantes, y ese mismo año acoge la visita del comandante Fidel Castro, de tantas que tendrían lugar, para conocer la marcha de las obras de restauración. En estos años, ninguna de las grandes personalidades del mundo político o cultural que visitó La Habana dejaba de pasar por el Museo de la Ciudad.
Asimismo, la influencia mediática de Leal traspasó las ondas de Radio Habana Cuba, donde había venido grabando el programa Andar La Habana, y se adueña de un espacio estelar en el canal principal de la televisión cubana, ganando una creciente audiencia. Sus relaciones con el ámbito académico se estrecharon al ser declarado el Museo unidad docente de la Universidad de La Habana y al integrar el comité asesor de la cátedra bolivariana fundado por Francisco Pividal Padrón. Dos volúmenes recopilatorios de conferencias y ensayos, Regresar en el tiempo (1986) y La Habana: ciudad antigua (1988), afianzaron su prestigio como investigador del pasado habanero y cubano.
En 1987, al cumplirse dos décadas de su gestión al frente de la Oficina, Leal se involucró en acciones constructivas de gran envergadura y participó en la coordinación de las obras que se realizaban en los castillos del Morro y La Cabaña. A estas labores de rescate patrimonial se sumaron otras en diversos lugares de la Habana Vieja: la Casa de los Franchi Alfaro, el Gabinete de Arqueología, la Casa de México, la Iglesia de San Francisco de Asís, la Cortina de Valdés y el Convento de Santa Clara. Los planes de restauración, financiados por el presupuesto estatal, siguieron una estrategia de concentración de las acciones en dos de las plazas principales: Plaza de Armas y Plaza de la Catedral, así como en los ejes de las calles Oficios, Mercaderes, Tacón y Obispo. En diez años fueron rehabilitadas más de sesenta edificaciones que, en su conjunto, mostraron la potencialidad de los monumentos recuperados. En 1989 el Museo de la Ciudad recibió la Orden Félix Varela de Primer Grado, y Leal fue designado miembro del consejo científico de la Facultad de Artes y Letras y de la Comisión Nacional de Patrimonio Cultural.
Para Eusebio Leal los 90 fueron años de febriles trabajos y sueños compartidos con un creciente equipo de colaboradores, que fueron conformando un tejido institucional de gran valía profesional y calidades humanas.
La década de los años 90, marcada por la desaparición del campo socialista y el inicio del periodo especial, trajo para la Oficina del Historiador un cambio radical en su manera de enfrentar los trabajos de restauración del Centro Histórico habanero, y se puso en marcha un modelo de gestión original e inédito, donde se articulaban integralmente los mecanismos de autofinanciamiento, preservación de los valores patrimoniales, mejoramiento de las condiciones de vida de la gente y sostenibilidad medioambiental.[5]
Para Eusebio Leal fueron años de febriles trabajos y sueños compartidos con un creciente equipo de colaboradores, que fueron conformando un tejido institucional de gran valía profesional y calidades humanas en el Plan Maestro, la Dirección de Inversiones, el Gabinete de Arqueología, la Escuela Taller, la Oficina de Asuntos Humanitarios, la Dirección de Cooperación Internacional, la Dirección de Arquitectura Patrimonial, los centros de atención médica y nuevos museos. La Habana Vieja se convierte así en un apasionado laboratorio de ideas y proyectos sobre el futuro de la ciudad histórica, teniendo siempre como eje vertebrador a la cultura y como inspiración principal al ser humano. Se buscaba preservar no solo la integridad o autenticidad de los edificios antiguos, sino de devolverle su dignidad al tejido urbano con todas las funciones públicas, cívicas y domésticas en su interior.[6]
En lo personal, el ritmo de sus intervenciones, viajes y conferencias es vertiginoso. Estamos en presencia de un intelectual en plena madurez y dueño de un señorío verbal incontestable. Y así como Emilio Roig logró colocar la estatua de Céspedes en la Plaza de Armas, tras décadas de arduo esfuerzo personal, la publicación por Leal en 1992 del Diario perdido de Carlos Manuel de Céspedes, corona un antiguo anhelo de dar a conocer esta pieza, clave para comprender el pensamiento político y la humanidad del Padre de la Patria. En 1993 fue nombrado Académico de Número de la Academia Cubana de la Lengua, y su discurso de ingreso versó sobre la figura del ilustre patriota bayamés. En 1995 es electo Presidente de la Unión de Historiadores de Cuba, al año siguiente se le concede el título de Maestro en estudios sobre América Latina, el Caribe y Cuba, y ve la luz su libro de ensayos La luz sobre el espejo. También en ese año surge la revista que dará testimonio de la obra de la restauración, Opus Habana. A la revista se sumarán otros dos importantes medios de comunicación, la emisora Habana Radio en 1999 y el Programa cultural en 2002, los que cubren para públicos diferenciados todo el quehacer de rescate patrimonial en el centro histórico.
En 1997, en el año de su trigésimo aniversario como Historiador de La Habana, defiende con éxito su doctorado en Ciencias Históricas, ante un prestigioso tribunal académico universitario. Diez años más tarde, al quedar abierto el curso 2007-2008, otro sueño se cumple con la inauguración del Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana, que por mandato del jefe de la Revolución restituyó al antiguo edificio de Santo Domingo sus funciones académicas y culturales, y donde hoy se conservan los archivos y bibliotecas de la Oficina del Historiador, las academias cubanas de la Lengua y de la Historia, los talleres de restauración del patrimonio, galerías de arte, salas de cine y los proyectos musicológicos Gabinete Esteban Salas y el conjunto de música antigua Ars Longa. En 2010, gracias a su gestión personal junto a un puñado de ilustres historiadores, refunda la Academia de Historia de Cuba, institución encargada de las más altas funciones relacionadas con esa disciplina en nuestro país.
“Estamos en presencia de un intelectual en plena madurez y dueño de un señorío verbal incontestable”.
El siglo XXI recibió una Oficina del Historiador pujante y en constante renovación y perfeccionamiento, con programas educativos y culturales reconocidos internacionalmente, como los proyectos Aula en el museo o Rutas y andares en los meses de verano, destinados a practicar un turismo cultural en familia.
Asimismo tiene lugar la terminación de obras de un gran impacto edilicio, comunitario y patrimonial, como la rehabilitación de la calles Tacón, Amargura y Teniente Rey; el proyecto del Castillo de la Fuerza, hoy Museo Naval y de la Arqueología Submarina; la excavación de las murallas de mar; la Casa de los Marqueses de Prado Ameno, hoy Casa de la Poesía y Liceo Literario de La Habana; el Museo de la Pintura Mural; el Museo de los Bomberos; la Casa de los Condes de Fernandina, dedicado al Gabinete de Restauración; el centro de rehabilitación pediátrica; las residencias protegidas para la tercera edad; el planetario astronómico; la sede del Ballet de Lizt Alfonso; el centro comunitario de salud mental; el museo de la Farmacia Sarrá; el museo de la cerámica; el centro cultural y artesanal Almacenes de San José; la sala teatro de La Colmenita; el Casino Español de La Habana, la Alianza Francesa de Cuba; el Teatro Martí; la Casa de las Tejas Verdes, centro promotor de la arquitectura moderna y contemporánea; el Convento de Belén y su observatorio museo meteorológico; el museo y teatro de títeres El Arca; el Centro para Adolescentes y el Palacio del Segundo Cabo, Centro para la Interpretación de las Relaciones Culturales entre Europa y Cuba. La culminación en 2019 de la magna obra del Capitolio Nacional, sede del parlamento cubano, fue uno de los hitos fundamentales que marcó la efeméride del aniversario 500 de la villa de San Cristóbal de La Habana.
En el libro tercero de la obra Para no olvidar, una copiosa recopilación fotográfica y documental de la obra realizada en los más diversos ámbitos, Leal realiza un puñado de reflexiones personales que me parecen de capital importancia:
He escuchado decir que el proceso de restauración de la Habana Vieja es romántico, idealista. (…) Si así fuera, no hemos de tener vergüenza, pues pobres de aquellos que excluyan a la poesía de cualquier acto creador. (…) Así, cual araña que teje su tela, atamos día a día las relaciones internacionales, tocamos a diario los corazones de nuestros conciudadanos, impregnando un alto contenido humano, solidario y enaltecedor a cada iniciativa, soplando vida sobre lo que parece muerto u olvidado. (…) El subdesarrollo no genera memoria, sino soledad y desesperanza. Produce la sensación de que siempre hay que comenzar de nuevo y que solo algunas instituciones o individuos se salvan de esta ley fatal inexorable. La virtud y la inteligencia —unidas ambas— han de guiarnos en la necesidad de volver a indagar en la historia para reencontrar lo que ya antes fue descubierto. (…) Fuimos formados en el rigor de la arqueología, la arquitectura, la museografía, la archivística, la bibliotecología, entre otras múltiples disciplinas de las ciencias sociales o de la historia del arte. Asimismo, ejercimos diversos oficios: carpintería, albañilería, vidriería, cantería, (…) pero era tan complejo el panorama que nos deparaba la precariedad de la ciudadela habitada, que sería un acto de vanidad afirmar que nosotros la hemos restaurado. Mas bien ella contribuyó decisivamente a modelar el carácter y el estilo de nuestro quehacer, nos indujo a preservar la pátina del tiempo y a sortear las dificultades del presente.[7]
Fidelísimo al legado de su predecesor Emilio Roig, jamás ninguna de las tradiciones de la Oficina ha sido olvidada o relegada, con especial destaque para las fechas patrias del 10 de octubre en el monumento a Céspedes de la Plaza de Armas o el dedicado al 27 de noviembre en recordación de Nicolás Estévanez en la Acera del Louvre. Su devoción a Roig ha sido permanente y sincera, y de él ha dicho: “Sin el legado, es imposible hacer, por lo menos para mí, absolutamente nada. Roig es y será siempre el eterno y paradigmático Historiador de la Ciudad de La Habana. (…) Sin Emilio Roig no existiría Eusebio Leal. (…) Hemos contribuido con un grano de arena a levantar el pedestal de su monumento”.[8]
Quiero terminar estas palabras de homenaje a mi maestro y mentor, con la evocación de dos grandes criaturas, hijas cubanísimas de la poesía, que dedicaron a Eusebio Leal su amistad y su admirado elogio. El primero es Cintio Vitier, que lo llamó “recreador del poema de todos los tiempos de la Habana Vieja”.[9] La segunda es Fina García Marruz, quien afirmó con vehemencia: “Cuando lo olviden los hombres, todavía lo recordarán las piedras”.[10]
Pero a Eusebio Leal Spengler, amante de su patria y apasionado de su ciudad, hijo ilustre de su tiempo y admirador de la belleza, devoto de la memoria y espléndido adalid de la esperanza, agrego yo, los hombres y mujeres agradecidos del reino de este mundo no lo olvidarán jamás.
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