José Martí se conmovió cuando de niño tuvo que presenciar los horrores de la esclavitud. No solo porque fue educado en las ideas humanistas de Mendive, sino que además el muchacho poseía esa luz espiritual que lo llevaba a trascender su era y las oscuridades inherentes. El amor entre los seres humanos y las ansias de justicia e igualdad poseen su origen en la propia esencia de la especie. Hemos crecido como colectivo entre el dolor creado por los malos y la ternura de los buenos. El movimiento contradictorio de la Historia hace que las personas nos acerquemos o alejemos de la utopía. Sin embargo, persisten las sombras. Como mismo hay hombres como Martí, existen otros que llevan la marca de la bestia y hacen del mundo un sitio peor. El racismo es una huella de atraso, de inequidad, de monstruosa data.
En una realidad global cada vez más mediatizada, interconectada e inmediata, aún no se ha llevado lo mejor de la especie a dichos planos de la tecnología. El metaverso creado por Zuckerberg busca que viajemos a Europa virtualmente para compartir los valores occidentales de la gente blanca, pero nada nos dice de ir a Ruanda para tomar conciencia de cómo una guerra civil racial y étnica cobró miles de vidas y la lección que ello pudiera implicar para todos. La globalización neoliberal se pensó para mercadear, pero no para la educación de las multitudes las cuales permanecen en guetos marginalizados en la periferia. Para las narrativas de Internet, en las zonas no favorecidas no existe historia. Esa es la novísima forma del racismo expresado por las trasnacionales de la informatización y la comunicación que han normalizado un neocolonialismo más sutil y penetrante, una especie de virus que hace que los oprimidos compartan las lógicas de los opresores.
Llegado a este punto hay que analizar el racismo como un fenómeno derivado de las sociedades clasistas que requieren de la alienación de la fuerza de trabajo para expropiar la riqueza de su estado inerte y convertirla en mercancía. Si bien en las sociedades antiguas y medievales hubo diferentes formas de servidumbre, fue con el inicio del comercio tripartito entre Europa, América y África cuando surgió el sistema mundo del capital y por ende el uso de los esclavos con fines industriales en las plantaciones.
La ignominia tiene su causa en la ambición del burgués que de pronto se cree con el derecho de declarar quién es y quién no es humano y a partir de ahí repartir privilegios y cargas universales según sus intereses. Marx explicó muy bien cómo ese trabajo enajenado es la causa de la acumulación originaria del capital y que a partir de ahí se da no solo la producción de riquezas, sino la reproducción de desigualdades. No hay pues una raza “mala” y una “buena”, sino que la condición de la especie es alienada por las relaciones de apropiación dictaminadas por el sistema del capital desde el uso de la fuerza y con la política como herramienta de control social y de ingeniería.
- Consulte además: En Cuba hay un solo color, el cubano (+Infografía)
Por ende, en la lucha contra el racismo no hay que hacer uso de las cuestiones identitarias, sino marxistas y desalienadoras. O sea, en la medida en que produzca un trabajo humanizado, que satisfaga al ser y que le permita su crecimiento material y espiritual, se van limando las diferencias creadas por el burgués en su propio beneficio. Pareciera utópico, pero fue descrito de esta forma a partir de las categorías de la economía política clásica que basa su cientificidad en el trabajo como fuente de riqueza.
Lo que se usaba de los esclavos era su fuerza para producir y luego se justificaba la explotación a partir del color de la piel. El fetichismo de la mercancía halló en las falacias culturales de la época su perfecta justificación. Pero ya desde Fernando Ortiz sabemos que no existen tales diferencias, sino que todos conformamos un mismo universo humano cargado de derechos y de equidades necesarias. El engaño de las razas y de las identidades, no obstante, sigue siendo usado para dividir a la humanidad y hacernos pelear entre nosotros. La agenda burguesa posee la capacidad del camaleón y hoy existen numerosas maneras de hacer que persistan las desigualdades. La mayor arma a favor de los opresores está en los medios de prensa y en cómo encubren y ocultan la realidad de millones de seres humanos. Mientras que las noticias sobre Europa no paran de salir en todas las agencias, África apenas es mencionada. No existen informaciones fiables sobre su gobernabilidad o su situación política. Hay un acuerdo tácito en el sistema internacional para soslayar y subestimar la capacidad de los africanos para su autodeterminación y prosperidad. Pareciera que, como mismo pasa en las redes y el metaverso, no hay historia en Tombuctú, en Luanda, en Argel…
Esos sitios silenciados no son silenciosos, sino que bullen en deseos de vivir y de retomar la gloria de las viejas civilizaciones. El mundo está llamado a un despertar de las culturas milenarias que haga que la globalización de la uniformidad no gane en sus objetivos alienadores y de uniformidad mercantilista. No hay un continente del atraso, ni uno del progreso, sino que los sitios no deberían determinar nuestras expectativas de vida, nuestros dolores y alegrías. Para hablar de igualdad, hay que hacerlo desde la realidad de la expropiación del trabajo y de las materias primas. ¿O acaso no sabemos acerca de las guerras por el coltán que están desangrando por ejemplo al Congo?
Dicho mineral, usado para tecnologías informáticas, ha hecho que los grupos étnicos batallen entre sí y le vendan al opresor su tiempo, fuerza de trabajo y sangre. El silencio que surge en los campos llenos de cadáveres cae como una mancha encima de la frente de los mercaderes que azuzan a los hombres contra los hombres. África ha estado así por la fuerza, aunque siempre hubo hijos suyos que se sublevaron y que pagaron muy caro el gesto. Más que identidades, urge que retomemos el enfoque socioclasista de estos asuntos y hagamos análisis realistas desde las contradicciones concretas. No podemos perdernos en la mitificación del racismo, pues entonces nuestro antirracismo sería de cartulina, un simple juguete, un inocente instrumento ornamental.
En el mundo neoliberal existe una banalización incluso de las luchas por la igualdad que es la nueva forma de frenarlas. Desde el identitartismo se crean “discriminaciones positivas”, perspectivas que se dicen incluyentes pero que no cambian ninguna realidad excluyente. A eso quiere el burgués que se conduzca la humanidad, a la pelea entre los oprimidos, blancos contra negros, asiáticos contra africanos, pobres contra pobres. Marx ya dijo que el mundo ha sido interpretado de diversas maneras, pero de lo que se trata es de cambiarlo.
Con esto, el pensador establece la categoría de lo activo como elemento central de la dialéctica y sobre todo desde el punto de vista de la conciencia política y social. Estar despiertos no es elaborar listas de identidades ni establecer otras discriminaciones culturales paralelas a las que ya existen como parte del sistema mundo, sino interpretar el mundo para cambiarlo, asumir la parte activa de la dialéctica dentro de la historia, conformar el proceso desde dentro lo cual implica un humanismo por encima de las diferencias de identidad ya sea raza, sexo, orientación sexual, etnia, credo u otras divergencias.
El odio identitario posee las pieles del camaleón y sabe camuflarse para que la esencia alienante del sistema no se denuncia y mucho menos decaiga. Está presente en Facebook y Twitter y extiende sus brazos alargados para perpetuar el control social de las mentes críticas y de quienes se niegan al coloniaje de la cultura occidental avasalladora y cuyo núcleo es la cancelación.
Las luchas identitarias, si no poseen un enfoque de clases, son peleas entre las mismas facciones del neoliberalismo para ganar adeptos en la pugna electorera. Un vistazo a los derechos laborales y el estado de los sindicatos en los países occidentales nos ofrecerá una visión de cómo –tras la caída de la URSS– el capital desmontó las ayudas sociales, los seguros médicos y las formas de administración racionales, para lanzarse a un nuevo pillaje global que nos coloca al borde de una crisis civilizatoria. La humanidad debe salvarse toda y tiene que hacerlo desde la real inclusión.
El racismo siempre se vistió de moralidad para ser aceptado. Si en el siglo XIX se hablaba de la pesada carga del hombre blanco, cantada por Kipling, en el XXI hay un replanteo que justifica la inequidad a partir de la cancelación y del dominio mediático tecnológico. En ambas dimensiones de invisibilizaba el dolor. La lógica del opresor se perpetúa a partir de estos artefactos políticos e ingenieriles que poseen la capacidad de adaptarse como si fuesen virus. Más allá de que este entorno mundial nuestro requiere de otras tantas inmunizaciones, solo la razón y su derivado más humanista podrán instaurar un nuevo orden en el cual se globalice el amor. Martí, como otros tantos adelantados, observa desde su altura y nos ofrece su conciencia abierta y crítica para que nos adentremos en la era activa y transformadora de la Historia.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.