El Che lo calificó como un guerrillero insuperable; el mejor y más brillante de todos los soldados. Mientras Fidel, al referirse al Héroe de Yaguajay, al hombre de la sonrisa franca y sombrero alón, afirmó: “(…) lo único que nosotros podemos pedirle a nuestro pueblo es que cada vez que la patria se encuentre en una situación difícil, que cada vez que la patria se encuentre en un momento de peligro, se acuerde de Camilo”.
Fue Camilo el menor de los hijos de Ramón Cienfuegos y Emilia Gorriarán, dos españoles radicados en Cuba, y nació en La Habana el 6 de febrero de 1932, hace ahora exactamente nueve décadas. Desde pequeño mostró esas cualidades de cubano alegre, sonrisa fácil y amigo de las bromas conque todo nuestro pueblo lo recuerda. Su padre Ramón, al hablar del hijo desaparecido con apenas 27 años de edad, rememoraba que, aún en las limitaciones que imponía la humildad del hogar, fue un niño muy alegre: “Siempre sonreía. De vez en cuando hacía alguna trastada”.
Amante de la pelota, hizo de ella su pasión. Quiso ser escultor, pero le resultó imposible, más, como afirmara Raúl en el prólogo al libro Camilo Señor de la Vanguardia, de William Gálvez, ayudó a construir y dejar para la eternidad: “…la más hermosa y trascendente de las obras sociales, la Revolución que libra al hombre de la explotación, y le otorga y reconoce su plena dignidad”.
Trabajó de sastre y en busca de mejoras económicas marchó hacia los Estados Unidos, donde desempeñó disímiles empleos y sufrió en carne propia la explotación capitalista; de ahí que le gustara referirse a la frase martiana de que había vivido en el monstruo y le conocía sus entrañas.
De sus cartas desde Estados Unidos hay fragmentos que lo retratan de cuerpo entero. En una misiva a sus padres, fechada desde Chicago, el 26 de octubre de 1953, les decía: “Ustedes bien, yo como de escopeta”, y ante el insufrible frío, el que nunca soportó, escribía: “Esto está aquí de hielo, pero el que por su gusto muere…”.
Al despedirse, siempre firmaba: K 100 fuegos, en alusión a su nombre y apellidos. Y en no pocas cartas, preguntaba por Fulgencio, el nombre que le había puesto a su perro, en referencia al dictador Fulgencio Batista, que había dado el golpe de Estado, el 10 de marzo de 1952.
Junto a Raúl, a quien Camilo llamaba hermano, y viceversa (Foto: Perfecto Romero)
El 7 de diciembre de 1955, en una manifestación en homenaje al natalicio de Antonio Maceo, fue herido en una pierna. Al ser conducido a la Casa de Socorros, doña Emilia, su madre, como antes había hecho Mariana, la progenitora de los Maceo, afirmó con valentía: “Es sangre de mi hijo, pero es sangre para la Revolución”.
Convencido de que había que luchar contra la dictadura marchó de nuevo fuera de Cuba y en Miami hizo conexiones con los jóvenes del Movimiento 26 de Julio. En carta a un amigo, le decía: “Mi único deseo, mi única ambición es ir a Cuba a estar en la primera línea cuando se combata por el rescate de la libertad y de la hombría”.
Fue el último de los 82 expedicionarios del yate Granma y al inicio resultó ser un soldado indisciplinado, para luego convertirse en un combatiente brillante y ganarse, por derecho propio, el calificativo de Señor de la Vanguardia.
“Me cabe el orgullo de haberlo descubierto como guerrillero”, dijo el Che, cuya amistad mutua se forjó al calor de la lucha, en una noche fría después de la dispersión de Alegría de Pío, cuando compartieron a sorbos la única lata de leche condensada.
Hombre de las mil anécdotas, sobresale la del primer combate de Mal Verde, cuando al ser herido exigió que primero cargaran a otro soldado rebelde, y al negarse sus hombres, les dijo: “O lo cargan ustedes o lo cargo yo”.
Sentía una gran admiración por el Che y era el único capaz de bromear con el poco bromista comandante Ernesto Guevara, sus famosas “camiladas”. Era devoción lo que sentía por Fidel, por el Gigante, como gustaba llamarle a sus espaldas, y por el cual, reclamaba siempre a Celia, que lo cuidase en los combates, dada su temeridad.
Antológica fue su respuesta al recibir la orden que lo ascendía a Comandante del Ejército Rebelde: “Más fácil me será dejar de respirar que dejar de ser fiel a su confianza”, admiración que luego ratificaría, ya triunfada la Revolución, cuando afirmara que él no estaba contra Fidel ni en la pelota.
La invasión a Occidente, al frente de la Columna 2 “Antonio Maceo”, lo inmortalizó. En Las Villas fundó el Frente Norte y atacó y tomó, tras intensos combates que duraron unos diez días, el poblado de Yaguajay, por lo que es reconocido como el Héroe de Yaguajay.
El “¿Voy bien, Camilo?”, del 8 de enero de 1959, en la entrada triunfal de la Caravana de la Libertad a La Habana, y su “Vas bien, Fidel”, se ratifica la mutua confianza que existía entre ambos, pues a Camilo se le asignaron siempre las misiones más difíciles, las cuales cumplía con la mayor naturalidad, sin envanecimientos ni ambiciones personales.
Al producirse la traición de Hubert Matos en Camagüey recibe de Fidel la orden de aplacarla, la que cumplió de manera ejemplar, sin tirar un tiro. A sus hombres, les dijo: “Ha llegado el momento de hacer otros sacrificios por la patria. El que esté dispuesto que dé un paso adelante”.
Días antes de su lamentable desaparición física, ocurrida el 28 de octubre de 1959, la noche del día 26, desde el entonces Palacio Presidencial, pronunció uno de sus más emotivos discursos, en el cual evocó la poesía de Bonifacio Byrne, “Mi Bandera”, y afirmó que solo una vez nos pondríamos de rodillas e inclinaríamos la frente, y sería el día “…que lleguemos a la tierra cubana que guarda veinte mil cubanos, para decirles: ‘¡Hermanos, la Revolución está hecha, vuestra sangre no salió en vano!’”.
Entrada de Camilo a La Habana con la caballería campesina el 26 de julio de 1959, primero después del triunfo de la Revolución (Foto: Perfecto Romero)
Hoy, Camilo vive en la savia de ese pueblo, que lo recuerda siempre joven, siempre alegre, siempre dispuesto al sacrificio. Y cada 28 de octubre le rendimos homenaje con flores lanzadas al mar o a los ríos, en honor a su memoria, una tradición que tuvo en el propio Guevara a su iniciador.
A los noventa años de su nacimiento, como afirmara el Che, en su renuevo continuo e inmortal, Camilo es la imagen del pueblo. Ese pueblo que no lo olvida y lo mantiene vivo en su memoria, sabiendo que en sus filas hay muchos Camilos.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.