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jueves, 28 de noviembre de 2024

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Testimonios de personas afectadas durante las protestas del 11 de julio…

Redacción Cubahora en Exclusivo 24/07/2021
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Entre la exposición de noticias falsas y la alteración del orden el día más preciado para las familias, se cuece un entramado de historias. “Lo real y lo maravilloso”, “lo que nunca”…

Aquel domingo de julio, a once días de iniciado el mes, quedará registrado de muchas formas en la memoria de los cubanos. Entre la exposición de noticias falsas y la alteración del orden el día más preciado para las familias, se cuece un entramado de historias. “Lo real y lo maravilloso”, “lo que nunca”…

Desde Cubahora compartimos algunos testimonios de personas afectadas durante las protestas, caracterizadas por el irrespeto, la indolencia y la violencia, hacia otros ciudadanos.

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El domingo 11 de julio, Mercedes Hernández Morgan renunció a las labores del hogar, o a ver una película reposada en el butacón de la sala. Para la delegada de la circunscripción 3 no hay tiempo de descanso en La Marina, uno de los barrios que presenta un elevado número de casos en la ciudad de Cárdenas; por eso pasó todo el día dedicada a su comunidad.


Mercedes Hernández Morgan. (Arnaldo Mirabal Hernández /Periódico Girón)

“Cuando llegamos a la casa recibimos a uno de los coordinadores para preparar lo que íbamos a hacer el lunes. Ahora que se retoman las pesquisas, hay que apoyarlas, debemos prevenir los contagios. Después, él salió a comunicar lo que hablamos”.

—Mercy, parece que van a hacer una manifestación en el policlínico —dice agitado cuando regresa.

—¿Cómo? Búscame detalles a ver qué es lo que está pasando —respondo sorprendida.

“Le aviso a la presidenta de mi Consejo de Defensa. Ahí me pongo en contacto con otros delegados. Me cambié de ropa y salí para el Partido en la calle Real. Respondieron rápido, uno de los coordinadores de la zona ya estaba en el lugar indicado antes que yo.

“Nos sumamos con más gente que había allí. La manifestación llegaba con gritos en contra de la Revolución, nos llamaban mentirosos. Entonces, desde nuestra posición, tratamos de responder con la frase que nació en medio de agresiones por parte del gobierno de los Estados Unidos, en el sepelio a las víctimas del vapor La Coubre: ¡Patria o Muerte, venceremos!, ¡Viva la Revolución!.

“Llegó un momento en que me dijeron, no grites más. Vamos a ver si ellos se logran calmar. Ahí fue cuando empezaron a tirar piedras, chancletas, cascos, calderos hacia donde estábamos; a virar carros.

“Entramos en un poquito más de calor, pero mantuvimos la calma. No hubo ninguna agresividad de nosotros hacia ellos, al contrario. Les dijimos que no se dejaran provocar por esos que incitan al odio entre cubanos. Teníamos que permanecer firmes y evitar que entraran a la sede del Partido y el Gobierno”.

A Mercy le parecía contradictorio que quienes gritaban “Patria y Vida” entonaran luego el Himno Nacional, que llama a la lucha por la independencia, esa libertad conquistada hace más 60 años y que se paga con un injusto bloqueo, por no servir la Patria en “bandeja de plata” a potencias extranjeras.

“Algunos apenas sabían la letra del himno. Continuaron gritando. En cuanto llegaron más fuerzas del orden salieron corriendo. Más tarde retornaron y lanzaron piedras aún más grandes.

Corrí a auxiliar a una muchachita que enfrentaba la agresión, le dije que se corriera porque estábamos desprotegidas allí. En ese momento siento que una parte de la cara se me adormeció, no sentí dolor, solo frío en la cabeza, me toqué y vi todo nublado, la mano mojada de sangre”.

***

De inmediato fue trasladada al hospital territorial de Cárdenas. Tenía una profunda herida en el rostro, causada por el impacto de un objeto. Allí un especialista maxilofacial la atendió, suturó la lesión con cinco puntos para contener la sangre. Llevaba la ropa manchada y quería regresar a defender su país.

—Ahora tienes que hacer reposo. No puedes coger sol, ni tener emociones fuertes porque te puede provocar un hematoma —le dijo el médico.

En el momento en que Mercy se despedía, una parte del personal de Salud tuvo que dejar atrás sus labores para defender el hospital porque algunas de sus áreas también fueron agredidas con piedras. Luego supo que esos grupos violentos destrozaron varias tiendas.

“Salieron a la calle bajo el pretexto de la falta de salud y comida; sin embargo, los hechos mostraron otras intenciones. Si fuiste solo por falta de comida, ¿por qué saqueaste tiendas con refrigeradores y split? Si hay problemas con la salud y los medicamentos, ¿por qué fuiste a tirar piedras a un centro donde hay médicos que salvan vidas y enfermos, incluso niños pequeños?

“Pensar diferente es un derecho. Caer en violencia y robar, no. A eso le llamo terrorismo porque quieren desestabilizar socialmente al país y responden a convocatorias en redes sociales. Estas acciones con unas personas encima de otras, sin usar nasobuco, generan más contagios por COVID-19, más necesidad de medicinas en medio de una pandemia.

“Muchos solo se sumaron a mirar, sin tener en cuenta que podían salir dañados. Ante este tipo de vandalismo no se puede tener mano blanda, debe caer todo el peso de la ley, no por lo que me hicieron a mí, sino por lo que le hicieron al propio pueblo”.

***

Todos la conocen en La Marina. A cada rato algún vecino se asoma a su puerta y le pregunta por su salud. El domingo 18 de julio, en el policlínico, le retiraron las vendas y los puntos que cubren la herida, pero quedará la cicatriz como recuerdo de lo vivido.

“Me emocioné mucho en horas de la mañana. Un muchacho, que ni siquiera vive cerca, vino llorando a verme, indignado. Él se sumaba a defender lo que hiciera falta, no iba a permitir que esto pasara. Eso me emocionó mucho.

“Mi mamá tiene 81 años, no le he contado lo sucedido porque se va a poner muy triste. Necesito recuperarme para que ella pueda verme. Mi hija me llamó preocupada porque sabe todo.

“Nos hemos pasado estos días apoyando la vacunación. Quieren desviarnos del trabajo que hacemos para mejorar el control de la COVID-19; tenemos que lograr que los enfermos mantengan el aislamiento y reciban el tratamiento que merecen. Estoy momentáneamente fuera de combate, pero la puerta de mi casa sigue abierta para la comunidad, no tengo miedo, no voy a dejar que me amedrenten. Esta Revolución la hicimos para triunfar, no vamos a ceder ni un tantico”. (Anet Suárez/ Periódico Girón)

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Gasolinera de Cárdenas (Foto: Mario Ernesto Almeida Bacallao/ Cubadebate)

El local de la gasolinera está marcado ahora mismo por la sombra. El vidrio quebrado todavía se aprecia en las cercanías de los marcos –grandes marcos– que guardaban vidrieras que hoy no están.

Son cerca de las once de la mañana del sábado 17 de julio de 2021. Cuando salgamos de Cárdenas, entrada la tarde en canas, veremos cómo colocan los cristales nuevos pero, por ahora, permanecen los tablones y pallets rigiendo en la oquedad.

En la parte de afuera se advierten unos guardias. Cuando uno dice «guardias», no piensa en niños de 18 y 20 años, como Alién y Eliécer; uno se imagina otra cosa, en buena medida, porque nuestra propia televisión lleva años enseñándonos, en sus películas del sábado, que otra cosa son. Nosotros también hemos sido cómplices de la guerra cultural que se nos planta.

Pero Alién y Eliécer tienen gestos de chiquillos, como si fuesen los más jíbaros-nobles de la cuadra, y no son gordos, ni flacos, ni fuertes, ni débiles; toma al más común de los chamacos del barrio, ponle un uniforme verde y casi los estarías viendo; a fin de cuentas, ya lo hemos dicho, los rostros suelen repetirse.

Lo que me llevó a conversar con ellos no fue el porte de marcialidad que no tienen, sino el que, llegando al sitio, una mujer mayor se desvaneciese por completo, después de que una breve multitud le permitiese pasar sin hacer cola y tomar algo de aire y jugo en el frescor de la tienda. Alegaba fatiga.

Algunos propusieron llamar una ambulancia, pero en un territorio donde los servicios médicos han sido llevados al límite –y más– por la COVID-19, la opción pronto fue abortada. Entonces, uno de los soldados llamó al chofer del primer carro que vio en la cola de la gasolinera.

Juntos, cargamos a la señora hasta el lada, con algo de trabajo la colocamos en el asiento trasero y, acto seguido, el más alto de todos me dijo, como tanteando el terreno:“Hace falta que alguien vaya atrás para que la aguante; será usted… ¿verdad?”.

Fuimos al hospital, llegamos hasta donde pudimos, dejamos a la convaleciente en las buenas manos que salieron corriendo de la Emergencia. El chofer iba para Varadero; su madre, ingresada por COVID-19 en un hotel convertido en hospital.

Regresamos a la gasolinera donde los jóvenes soldados le explicaron al conductor que le habían guardado el turno y que pasara directo a llenar su tanque de combustible.

Uno, que anda tan acostumbrado a escuchar el “eso a mí no me toca” y a ver como las manos 'se lavan' con facilidades de espanto, presencia aquel breve ejercicio de autoridad desarrollado por chiquillos 'del verde', y lo menos que siente es feliz extrañeza.

“Soy periodista –les digo. Me gustaría conversar con ustedes sobre lo que pasó el domingo. ¿Puede ser?”.

Desenvueltos, dicen creer que no hay problema, pero que, de todas formas, van a preguntarle al jefe. Sigo los pasos del que se adelanta a buscar al «superior». Por el camino, se cruza con otro soldado y el saludo entre ambos se resume a una sobredosis de «aguaje» en el movimiento de manos y pies, justo en el instante en que sus cuerpos se interceptan. Chiquilladas…

Así es como llego al subteniente Ariel Pulido Ortega. Le cuento que quiero escribir sobre los acontecimientos del once de julio en Cárdenas y que me interesa conocer la visión de los muchachos que tiene bajo su mando.

Cuando alguien te dice que va a consultar con el superior, uno se sugestiona y piensa que el superior también tendrá que consultar con un jefe, y ese jefe con el suyo, hasta llegar al mismísimo presidente de la República.

Sin embargo, Ariel, que es policía, espeta que no hay lío, pero que tengo que mostrarle mi identificación de reportero. Saco un bono en que se lee prensa, un bono de cartón prácticamente de mentira, tan fácil de falsificar como fotocopiarlo e imprimirlo, un bono casi virgen, sin nada…

Al ver su cara de incredulidad, le doy mi carnet de la Universidad de La Habana, que tiene mi nombre, mi imagen de hace casi cinco años y, en letras bien grandes, el único título del que me precio: Estudiante de Periodismo. Ariel asiente.

“Mejor empiezo por usted, estoy grabando…”

Ariel califica lo que vivió el once de julio como triste. Cuando Ariel habla de ese domingo y dice 'triste', no se refiere a lo que ha visto en Facebook ni a los pronunciamientos de ningún político. Ariel habla de esa esquina cardenense donde se muerden los labios las calles Calzada y Palma, donde estamos ahora mismo, donde estuvo él y también ellos… los 'guardias'.

Esta esquina a la que llegaron tarde, como reconoce Eliécer luego, y donde solo pudieron proteger la tienda mayorista. Aquí, donde las piedras hicieron trizas los cristales de la gasolinera y alguien resquebrajó contra el suelo la caja registradora tras comprobar su vacío.

Donde las piedras también destruyeron las vidrieras del mercado adyacente, ese en el que se comercia con el dichoso MLC que nos jode y salva, y de donde unos cuantos salieron tomando refrescos y cerveza.

“No miedo… pero es una mala impresión que te da”, explica Alién.

Las manifestaciones pacíficas por aquí no pasaron, como tampoco lo hicieron por la sala de pediatría del hospital, cuyos ventanales también fueron asaltados a pedradas. Mi colega, Enrique Ubieta, pudo constatarlo con sus propios ojos. No satanizo las protestas, no sería coherente, no sería justo; solo digo que las pacíficas no pasaron por aquí.

Uno camina por las calles de Cárdenas y pocos quieren referirse al día de los acontecimientos. El ambiente es tenso. En los alrededores del parque José Antonio Echeverría, en especial frente a la CTC Municipal, los trabajadores montan guardia y nos miran raro –porque extraños somos– y tal parece que Cárdenas, desde el pasado once de julio, le ha subido diez grados de temperatura a su umbral de desconfianza.

El carnicero de enfrente a la gasolinera alega que era domingo y él estaba descansando y que a la mujer de adentro ni le pregunte, porque ella tampoco sabe nada.

“No sé, no sé, eso no tuvo por qué pasar”, dice brevemente un viejo que va a pagar con tarjeta de combustible.

“Yo estaba enferma con COVID-19”, explica la jefa de piso del Grocery.

“Opté por salvaguardar mi vida. Cerré la puerta, subí la escalera del fondo y caminé por los tejados hasta la casa de un vecino. Cuando todo acabó, volví… otra vez por los techos; por la calle nunca”, dice el jefe de turno de la gasolinera.

“Ay, hijo, nosotros lo que necesitamos es paz y tranquilidad, aunque tengamos, como se dice vulgarmente, un boniato para comer. ¿Verdad? Paz y tranquilidad”, asegura con tono de cansancio Bárbara Hernández, señora de 87 años que vive frente al Cupet.


Ariel Toledo, joven policía cardenense (Foto: Mario Ernesto Almeida/ Cubadebate)

Ariel camina con notable dificultad por la pedrada que le asestaron aquel día en la pierna izquierda. Le pregunto por los encontronazos físicos y reconoce que tuvieron que “reducir a algunos ciudadanos a la obediencia, porque muchos compañeros nuestros cayeron al suelo de los golpes que recibieron”.

Ariel me dice algo que yo mismo llevo masticando en la cabeza desde hace meses, porque desde hace meses estoy leyendo, una y otra vez, construcciones mediáticas simplistas que nos terminan convirtiendo al policía en el villano por antonomasia.

“Se sintió algo incómodo. Hay muchachos de nosotros que están pasando el servicio y vieron del otro lado a sus mismos familiares en contra suya. Fue algo incómodo, porque somos también del pueblo, pertenecemos a él, aunque algunos de ellos, no fueron la mayoría, no sentían eso, que nosotros somos parte de ellos también, que estamos pasando los mismos trabajos.

“No es una cuestión de que lo que ellos están pasando no lo estemos pasando nosotros. No. Es lo mismo por esa parte. Todos conformamos un mismo pueblo, lo que no un mismo ideal ni un mismo criterio. Las formas de resolver las cosas no son esas”.

¿Qué edad usted tiene?

“Veintitrés”, dice Ariel y se retira, cojeando, hacia su silla. (“Chiquillos”. Mario Ernesto Almeida/ Cubadebate)

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“Fue aterrador, arremetieron contra el hospital como si fuésemos responsables de la situación epidemiológica, fue muy desagradable, pero lo importante es que no hubo lesionados y que ningún niño fue afectado”.

Líber Brito es cuentapropista, tiene a sus dos hijos ingresados, de 11 y 12 años, uno es hipertenso y convulsionó, “fue una pesadilla”, me dijo; el otro ha tenido fiebre alta y dolores musculares.

“Vivimos un momento tenso –recuerda–, los padres corrían con sus niños; tiraron piedras por aquel lado, esas cosas hay que repudiarlas, son asesinos, eso no se le hace a un hospital ni a los enfermos, ¡el que quiera combatir, que se alce en una loma!”

“Yo estaba cuidando al niño cuando salí con otros padres a defender el lugar para evitar que entraran, fue un acto de cobardía por parte de ellos”.

“Cuando comenzaron a lanzar piedras, las madres entraron en pánico, aquello fue horrible. Se refugiaron en el baño con los niños, algunos chiquillos y algunas madres tropezaron y se cayeron, otros lanzaron piedras por la parte de los adultos, hasta que los militares salieron”. (Leticia Martínez/ Presidencia de Cuba).

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Los videos de la patrulla apedreada en la Calzada de 10 de Octubre en La Habana en la tarde del domingo 11 de julio son virales. Pero, ¿quiénes eran los policías que iba dentro? Esta es la historia de los dos jóvenes agentes del orden público que fueron atacados por vándalos ese día. (Abdiel Bermúdez/ Sistema Informativo de la Televisión Cubana)


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