¡Enhorabuena! Este 4 de abril, la Unión de Jóvenes Comunistas cumplirá 50 años de existencia. Toda una vida que sostienen muchas otras vidas de la Isla.
Al llegar a la media rueda, la mayoría de los organismos vivos –y esta estructura lo es- auditan logros y retos. Sin embargo, preferiría que mi organización rompiera esquemas, como suelen hacer los jóvenes, y descartara esta presuntuosa costumbre.
La organización política más joven de Cuba debe encauzar sus esfuerzos hacia los desafíos que impone el presente, que es su futuro a la vez, y dejar a otros la satisfacción que provoca inventariar medio siglo de éxitos, pues si de algo están convencidos quienes militan en ella es de su trascendencia.
“Vamos por más”, asegura el lema que preside este aniversario, y no lo dudo. Pero el camino no es llano. El propósito que emerge de esta arenga tiene que rebasar el discurso y tornarse práctica. La UJC está obligada a ser inevitablemente rebelde, como en su génesis, para continuar impulsando la Revolución.
Tendrá que ir al frente de la juventud y nunca marchar a la zaga. Apelar a la razón, deseos e inquietudes de una generación que ama la libertad y que jamás se permitirá olvidar glorias pasadas, pero que deberá transformar y construir la realidad para hacer su propia historia.
Tiene que ser, y ser única. Y jamás reproducir metodologías de otras organizaciones que distan de su esencia. Enriquecerse con las individualidades de cada uno de sus miembros. Renunciar al igualitarismo, que tanto lacera el alma de la militancia, y servirse de la diversidad de opiniones, plural visión que jamás atentará contra sus principios raigales.
Sus filas han de nutrirse de seres humanos excepcionales, pero sobre todo de un hombre o una mujer con “vocación para ser un joven comunista”. En materia de ideas cantidad tampoco es sinónimo de fortaleza. Necesitamos muchachos de todas partes, por supuesto, siempre y cuando crean en los principios de la UJC. Si es importante que desde afuera nos reconozcan como una organización de vanguardia, lo esencial es cómo nos vemos nosotros.
Urge que reconozcamos e interioricemos que “la Juventud” no es el puñado de jóvenes que nos dirige, sino somos todos. Es inadmisible que dentro de las prioridades de un militante las tareas de la UJC ocupen el último escaño. Al ingresar a la organización se contrae un compromiso, indiscutiblemente, hay que “saber cumplir” y “ser los primeros en todo”.
¿Estarán mis contemporáneos convencidos de lo que implica ser jóvenes comunistas? Quizás todos podamos defender las razones que nos asisten como revolucionarios, pero cuántos conocemos en profundidad la doctrina teórica que nos une. Es preciso desechar el empirismo y pertrecharnos de las herramientas teórico-conceptuales del marxismo. Porque solo se ama y defiende aquello que conocemos y compartimos.
Tenemos el reto de convertir la reunión ordinaria en un espacio ameno, continuidad de las discusiones informales donde, “sin mirar para atrás”, se dice lo que se piensa. Esta es una cita ideal para intercambiar opiniones, fortalecer la unidad del comité base y planificar actividades de sano esparcimiento y diversión.
La UJC es mucho más que cotización y actas, del sentido de pertenencia, energías y responsabilidad política de sus miembros depende la continuidad del pensamiento revolucionario de esta Isla.
Desde el 4 de abril de 1962, mi organización contrajo el compromiso de salvaguardar “el sueño realizado de nuestras nobles luchas”. Y hoy, después de medio siglo de historia y acción, ha de asumir el reto de parecerse más a su tiempo y a sus jóvenes.
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