El presidente de Estados Unidos (EE.UU.) Joseph R. Biden tendría intenciones de pedirle al Congreso que financie armas para Taiwán en el marco del presupuesto para Ucrania. De acuerdo con la información y fuentes citadas por The Financial Times, el mandatario demócrata valora la opción tras haber aprobado a finales de julio otro paquete de ayuda militar para ese territorio estimado en 345 millones de dólares, en el que se emplearon partes de la reserva de la nación.
Si la información del diario es correcta y se llega a validar la iniciativa, se trataría de la primera vez que Taiwán recibiría armas a través de un sistema financiado por los contribuyentes. Un dato para nada menor teniendo en cuenta que el Congreso ya autorizó en el presupuesto de 2023 una ayuda armamentística de hasta mil millones de dólares.
Por su parte, la República Popular de China ha calificado a esta y a las anteriores contribuciones militares estadounidense como una grave injerencia en los asuntos internos. Desde el Ministerio de Defensa han declarado que el tema afecta los intereses fundamentales del país y supone una línea roja en las relaciones con EE.UU.
Pekín exige que la actual gestión acate el principio de una sola China, cese inmediatamente la venta de armas, ponga fin a cualquier tipo de vínculo militar en Taiwán y cumpla su compromiso de no apoyar la independencia de ese territorio.
Enrolados en una disputa histórica que se remonta a la guerra civil de 1949, las tensiones entre Taiwán y China crecieron a principios de agosto de 2022, cuando la entonces presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, realizó una visita a la isla a pesar de las advertencias del gobierno de Xi Jinpin.
Durante décadas EE.UU. ha utilizado a Taiwán de manera más o menos manifiesta para promover sus objetivos y generar tensiones en el área. Sin embargo, la creciente importancia estratégica de la región Asia- Pacífico en las relaciones políticas y económicas internacionales, así como la amenaza que percibe Washington de China en un contexto de transición geopolítica ha incidido en la decisión de asumir esta zona geográfica como una prioridad para su política exterior.
El incumplimiento de las metas establecidas con anteriores estrategias, unido a la consolidación de China en diferentes esferas, ha llevado a una radicalización de la Casa Blanca, sumamente interesada en contener al gigante asiático a partir de la inestabilidad económica y las alianzas regionales.
La administración de Biden ha mantenido el mismo discurso y accionar hostil hacia China de Donald J. Trump, incluyendo el diferendo comercial, la guerra mediática y el incremento de la presencia militar en Asia. Pero ha apostado por mantener las tensiones en niveles manejables.
De ahí que en febrero de 2022 haya hecho pública la Nueva Estrategia sobre el Indopacífico. Dicho documento tiene como antecedente la política Pivot to Asia de Barack Obama y como referente más cercano el Marco Estratégico Indopacífico de Trump, aunque se antoja más atemperado a las características del escenario regional actual y a la correlación de fuerzas en el plano doméstico e internacional.
Si bien no existe una versión consensuada sobre qué entender por Indopacífico entre los actores implicados, la génesis del concepto la estableció el ex primer ministro japonés Shinzo Abe en el congreso indio en 2007.
Para la Asosiación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) este constructo emergió como una necesaria respuesta a las proyecciones de EE.UU, Japón, India y Australia a partir de la integración y la interconexión regional. Aunque, al menos desde la perspectiva estadounidense, se antoja un clásico mecanismo de contención de China.
La Nueva Estrategia sobre el Indopacífico, configurada para ejecutarse a corto, mediano y largo plazo, contiene una gran carga político –ideológica basada en la promoción de los valores y la cultura estadounidense. Y descansa, sobre todo, en la obtención de legitimidad y apoyo a través de alianzas regionales como el Diálogo Cuadrilátero de Seguridad, el Foro de Cooperación Económica Asia- Pacífico, la mencionada ASEAN o la alianza militar Australia-Reino Unido-EE.UU. (AUKUS, por sus siglas en inglés)
También le otorga al poder militar una función principal entre los componentes de su estrategia e introduce el concepto de “disuasión integrada “como piedra angular de su enfoque, que consiste en el establecimiento de un límite multidireccional a cualquier acción de fuerzas armadas enemigas. Además, prevé la creación de dos nuevos mecanismos de concertación regional en materia de defensa: La Iniciativa de Disuasión del Pacífico y la Iniciativa de Seguridad Marítima. Todo ello, sin contar la intención de Washington de proporcionarle a Australia submarinos nucleares en el marco del AUKUS:
Asistiendo a Taiwán— un territorio reconocido ampliamente por la comunidad internacional como parte de China—con arsenal bélico e instrucción militar, EE.UU. busca defender sus intereses de política exterior y crear caldo de cultivo para la futura inestabilidad de la región desde una posición geográfica que completa, junto a aliados como Japón, Corea del Sur o Filipinas, una especie de barrera geográfica y controla la influencia del Mar de China Meridional.
Sin descartar tampoco las ventajas que traería ejercer dominio sobre una economía que lidera a nivel mundial el mercado de la tecnología y la producción de chips y semiconductores, la estrategia estadounidense apunta hacia un osado— o desesperado— intento por mantener su hegemonía global en medio de un escenario que apunta hacia el multilateralismo.
Mientras todos observan expectantes las fricciones entre dos grandes potencias, una en ascenso y otros con grandes síntomas de debilitamiento, rechina cada vez con más fuerza lo escrito alguna vez por el historiador griego Teucícides: “El creciente poder de Atenas y el temor que esto infundía en Esparta fueron las causas de la guera del Peloponeso”. Siglos después, la comparación se hace inevitable. Que la cordura nos libre de esa trampa.
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