Cuando las más altas figuras oficiales de un Estado confiman que en sus vínculos globales se hace necesario obligar a otros a cambiar sus criterios a como dé lugar, entonces está claro que los fundamentos que sustentan su política externa se identifican con la imposición y no con una actuación civilizada, equilibrada y respetuosa.
De manera que, para gusto o disgusto de algunos (a tono con los criterios y percepciones de cada quien) el presidente norteamericano, Barack Obama, confirmó recientemente al portal digital Vox que “su gobierno a veces tiene que torcer el brazo” a aquellos países que no se subordinan a los deseos de Washington.
Según el mandatario, la política exterior norteamericana tiene una clara “dosis de realismo”, por lo que en ocasiones hay que apretar tuercas a aquellas naciones que “no hacen lo que queremos”.
Y esa “dosis de realismo y objetividad” tiene que ver –a partir de los pronunciamientos textuales de Obama- con el hecho de que “hay gente mala a nuestro alrededor”, de manera que a veces hay que aplicar “métodos económicos, diplomáticos y militares si se resisten a hacer lo que deseamos”.
En consecuencia, bajo tales presupuestos injerencistas, contar con una fuerza bélica poderosa sigue siendo una de las prioridades de la actuación externa de la primera potencia capitalista.
De ahí que los más recientes pedidos de recursos para el Pentágono no difieran sustancialmente de las elevadísimas cifras que han caracterizado ese rubro en los últimos decenios, y que se calculan muy superiores a la suma de los gastos castrenses de las diez naciones que siguen a los Estados Unidos en la lista de ese apartado.
Según el especialista Thierry Meyssan, en un artículo titulado El rearme de Obama, “durante los setenta últimos años el presupuesto militar estadounidense ha estado en constante aumento, con excepción del periodo 1991-1995, cuando Washington creyó poder conquistar el mundo sólo a través de los mecanismos económicos, y en 2013-2014, cuando tomó conciencia de su desorganización bélica.”
Para el estudioso, los sucesivos gobiernos de la potencia con ínfulas hegemónicas tendrán entonces que “seguir alimentando el monstruo, tanto en el plano presupuestario como inventando guerras para mantenerlo ocupado”.
De manera que en ese contexto es de esperar que en el futuro inmediato continúen siendo frecuentes los conflictos y contradicciones alentados por los círculos norteamericanos de poder, junto a las líneas de acción destinadas a reforzar o extender la influencia geopolítica Made in USA, con el objetivo de cumplir con el precepto de que los Estados Unidos no permitirá, bajo ningún concepto, la reestructuración o surgimiento de nuevas potencias de alcance mundial.
Todo ello supone entonces que no se debe tomar a la ligera, ni con razonamientos ingenuos, el reciente anuncio de la Oficina Oval en el sentido de que la nueva doctrina de Seguridad Nacional de los Estados Unidos va a privilegiar las vías diplomáticas a las castrenses, lo que debería implicar –en primera instancia- empezar a poner límites al fortalecimiento bélico lejos de otorgarle nuevos y masivos recursos, tal como sigue sucediendo.
Eso sin contar que de forma desmedida y en alta voz, influyentes legisladores y altos cargos del Pentágono no cesan de crear alarma entre la opinión pública en torno a la presunta “debilidad militar del país” frente a los retos que le imponen la denominada “lucha contra el terrorismo”, el interés “demoníaco” de quienes aspiran a poseer armas nucleares, y el avance “agresivamente expansionista” del titulado “Moscú de Vladímir Putin” y de China.
Por lo tanto, ni pensar que por un buen tiempo estaremos en presencia de un estadista norteamericano que pueda afirmar, con meridiana sinceridad, que los poderes políticos nacionales van a respetar de una vez la autodeterminación y la integridad de otros países, así como las opciones políticas, económicas y sociales que de manera soberana elijan sus respectivos ciudadanos.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.