Martha García Hernández llora y Leonardo la mira, lo hace atento, como escudriñándolo todo con sus pequeños ojos castaños. Arropado en su coche intenta vencer el sueño provocado por el ajetreo de la tarde, pero no lo logra. Desde sus cortos tres meses él también comprende la importancia del momento histórico que le tocó vivir.
«Desde que el pasado viernes supe la terrible noticia del deceso del Comandante en Jefe me dije que debía estar aquí, pero no sola, sino con el niño», aseguró conmovida. Cuando conoció que traería al mundo a un pequeño su primer pensamiento fue de agradecimiento para el líder eterno de la Revolución cubana.
«Ni un solo segundo de mi gestación me faltaron ni la atención médica especializada ni los recursos para preservar mi vida y la del bebé. Este es uno de los mayores logros de su inmensa obra y uno de los miles de motivos de agradecimiento eterno por los que debía venir este día», dijo.
«Quizás él demore varios años en comprender la magnitud de su obra, la grandeza de su figura, su inigualable lugar en la historia pasada, presente y futura de la nación, pero el hecho de que hoy esté aquí, tan tranquilo, como sumándose a los cientos que han llegado y seguirán llegando hasta aquí para rendirle un último tributo, es el primer paso. Por nuestra parte –la de sus padres– no pasará un día sin amarlo, valorarlo, y aprender de su infinito ejemplo», aseguró.
UN BESO PARA EL COMANDANTE
Vida Vergara González tiene solo ocho años y cursa su segundo grado en la capitalina escuela primaria Unión internacional de estudiantes, pero ya conoce muy bien a Fidel Castro.
«¿Cómo no hacerlo?», respondió ante mi pregunta de si conocía a quién le acaba de regalar la flor que traía en sus pequeñas manitas. «Él es el amigo de todos los niños», respondió con una sonrisa.
Al principio no quería hablar conmigo, le daba pena, confesó minutos más tarde. Pero antes de llegar a la explanada de la Plaza le dijo a la mamá que sí tenía algo que decir y regresó corriendo.
«Muchacha, muchacha, yo quiero mucho a Fidel», fueron sus palabras de su saludo. Palabras sencillas, cortas, pero sentidas. «Yo vine a darle un beso», confesó.
Y bastaron pocos segundos para que me contara el por qué. «Gracias a él los niños tenemos escuelas y libros y maestros», dijo. Además, contó, fue hasta ahí solo con su mamá, sus amiguitos también lo habían hecho con sus padres, así que mañana, en la escuela, todos le contarían a la maestra sobre Fidel, el Fidel de los niños. «Porque todos en Cuba deben quererlo mucho, como yo».
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