Los micrófonos indiscretos que en Seúl grabaron la conversación privada entre el presidente norteamericano, Barack Obama, y su par ruso, Dimitri Medvedev, en torno a posibles negociaciones sobre el escudo antimisiles gringo y su agresivo despliegue en Europa, no fueron precisamente vehículos para la revelación del “secreto del siglo.”
De manera que cuando el mandatario norteamericano pidió “un margen” al dignatario ruso porque en un año electoral “no le será fácil” hablar de acuerdos sobre armas nucleares, no hizo otra cosa que exponer a las claras la mar de maniobras, compromisos, y cartas escondidas que un proceso comicial de esa envergadura ha supuesto siempre en el contexto político estadounidense.
Si lo sabrá bien Obama, que ha dejado a la opinión pública local a la espera de aquellas promesas de cuatro años atrás en las que aseguró, por ejemplo, el cierre sin demora del centro de torturas instalado en la ilegal base naval de Guantánamo; el fin inmediato de las guerras en Afganistán e Iraq; o la creación de una sociedad de clase media en los Estados Unidos.
Ahora se trata de que, en medio de las acusaciones, demandas y trapos sucios que caracterizan a las campañas electorales gringas, concretar compromisos ligados a programas tan controvertidos como el sistema antimisiles que apunta contra Moscú, sería hacer más densa y difícil la disputa por la Oficina Oval, teniendo en cuenta que el tema es de alta sensibilidad para los segmentos más belicistas dentro de la primera potencia imperial.
Vale recordar que el sueño de tales grupos es lograr, mediante dicha “cortina”, poder atacar a los oponentes con todo el poderío atómico posible, anulando por completo una réplica de los agredidos.
En pocas palabras, sería una “victoria militar asegurada de antemano”, aún cuando lo que se recoja sea un planeta hecho añicos y con niveles de contaminación radiactiva insoportables para toda manifestación de vida.
En consecuencia, Obama no quiere problemas. Prefiere dejar las cosas como están…y veremos si en el 2013 las condiciones permiten tocar al asunto.
De hecho el entorno electoral estadounidense se manifestó de inmediato, y Mitt Romney, el aspirante que dentro de los republicanos parecería tener mayores posibilidades de hacerse con la nominación por su partido, acusó de inmediato a su contrincante demócrata de ser demasiado condescendiente con Moscú.
Y para “darle peso” a sus inculpaciones, no dudó en poner en los oídos globales la percepción exacta que los políticos conservadores norteamericanos tienen sobre Rusia, y que Romney resumió en el manido calificativo de “enemigo número uno de los Estados Unidos.”
Una definición que, por demás, despeja toda posible duda de por qué Washington insiste en los conflictos en Asia Central y en la “limpieza” de gobiernos incómodos en Oriente Medio, operaciones que intentan apretar el cerco contra los colosos del Este, Rusia y China, capaces de disputarle el hegemonismo mundial a los “elegidos” para liderar eternamente a la especie humana.
De todas formas, de salir reelecto Obama, nadie esté muy seguro de que pueda o intente siquiera discernir el tema nuclear con Moscú, y que sencillamente el asunto siga la misma suerte que los restantes débitos de su primera administración.
Al fin y al cabo, el presidente norteamericano es apenas una ficha perfectamente anulable e intercambiable en manos de la maquinaria exclusivista que objetivamente detenta el poder en el “reino democrático” del Norte.
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