Los días que siguieron al 26 de julio de 1953 fueron de odio y crímenes por parte de la dictadura, la cual se cebó con los jóvenes asaltantes y mató a 10 por cada soldado muerto en combate, hasta sobrepasar los 70 asesinatos.
Para Fidel representaron horas de una angustia infinita por sus compañeros muertos y por la imposibilidad de continuar la lucha, al ser sorprendido durmiendo en un vara en tierra por la soldadesca batistiana. Solo el honor del teniente Pedro Sarría Tartabull —jefe de aquellos hombres— hizo que salvara la vida, al pronunciar ante la tropa enardecida y sedienta de sangre la famosa frase: “Las ideas no se matan, no se matan” y protegerle así la integridad física al jefe rebelde.
En sus conversaciones con el periodista Ignacio Ramonet recordaría Fidel el incidente salvador: “Cuando yo veo a aquel hombre actuando con esa caballerosidad, me paro delante y le digo: ‘Yo soy Fulano de Tal’, y él me dice: ‘No lo diga, no lo diga’. Me salvó la vida como tres veces. Todo estaba previsto. Hasta habían anunciado la noticia de mi muerte por los periódicos. Me salvó la vida por tercera vez cuando se negó a conducirme al cuartel Moncada, y me llevó al Vivac”.
Luego vendría el famoso juicio contra los sobrevivientes: el Juicio del Moncada. Iniciado el 21 de septiembre de 1953 y que ha sido magistralmente narrado por la periodista Marta Rojas, testigo de aquellas sesiones históricas. Si queremos hablar de hidalguía, coraje y valor, basta con remitirnos a sus páginas para quedar admirados de la manera en que todos se comportaron, incluyendo a Melba y Haydée, las heroínas del Moncada.
Ninguno flaqueó, nadie traicionó el ideal que les llevara a la acción inigualable de aquella mañana dominical de la Santa Ana. Fidel asumió su propia defensa, en su condición de abogado, y dijo tantas verdades y reivindicó al Apóstol Martí, a quien calificó autor intelectual del asalto, y llegó a ser separado del juicio y hubo hasta intentos de envenenarlo en la cárcel de Boniato.
Fue así que el 16 de octubre de 1953, solo y esposado, asumió su propia autodefensa y durante dos horas fustigó al régimen de Batista y dio a conocer el programa de lucha conocido como La Historia me Absolverá, en alusión a su última frase del alegato: “En cuanto a mí, sé que la cárcel será dura como no lo ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la furia del tirano miserable que arrancó la vida a setenta hermanos míos. Condenadme, no importa, la Historia me absolverá”.
Así, de los muros del Moncada, de su ejemplo inspirador, surgiría el documento político-jurídico más importante de la segunda mitad del siglo XX cubano, como lo han calificado muchos. Una contundente denuncia de los crímenes de la dictadura y reivindicación de sus compañeros caídos, que no estaban ni olvidados ni muertos, y, sobre todo, detallada exposición de los seis grandes problemas que aquejaban a la República Neocolonial y las maneras de resolverlos, una vez que la Revolución llegara al poder:
“El problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud del pueblo; he ahí concretados los seis puntos a cuya solución se hubieran encaminado resueltamente nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política”.
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También Fidel define el concepto de pueblo. Una concepción marxista-leninista que excluye a los explotadores y burgueses e incluye a esa gran masa irredenta explotada, cansada de ser engañada, de ser vilipendiada, que obtendría todos los beneficios una vez llegado al poder los revolucionarios, que reivindicaría, entre otras cosas, la Constitución de 1940, pisoteada por el dictador, apenas un mes después de llegado al poder.
La Historia me Absolverá en su concepción, como el propio Fidel reconociera, no era, ni podía ser un programa marxista, pues las condiciones subjetivas no estaban creadas para ello, pero su aplicación le abriría las puertas al socialismo en Cuba.
Hoy, la Historia me Absolverá sigue vigente y ha cobrado nueva vida en la Constitución Socialista aprobada el pasado año y en la que participó todo el pueblo. En cada precepto constitucional, en cada artículo, está presente ese alegato de autodefensa, expuesto hace ya casi 67 años.
Un poeta boricua, Juan Camacho, resumió en versos, la significación de la Historia me Absolverá, cuya última estrofa afirma: “No hace falta colofón/a tan magistral discurso. La Historia siguió su curso/y Fidel fue a la prisión. Pero la Revolución/ya estaba en marcha y venció/y tal como prometió/en su discurso famoso/Fidel salió victorioso/y la Historia lo absolvió”.
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