“Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, (…) sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormido engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. (…) Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”.
Con estos conceptos de honda raíz latinoamericanista, comienza José Martí su visionario ensayo Nuestra América, publicado el 1ro. de enero de 1891, hace ahora 131 años en la Revista Ilustrada de Nueva York y el 30 de enero del mismo año en El Partido Liberal, de México.
Un texto considerado por Cintio Vitier como cenital de la obra martiana, el cual describe, como un mapa vivo, y cito: “(…) los problemas fundamentales de la América nuestra: problemas cuyas raíces históricas ya había analizado magistralmente en el discurso “Madre América”; problemas que, en esencia, llegan hasta nuestros días, dramáticamente agravados, en el contexto de lo que hoy llamamos Tercer Mundo, por la creciente codicia, prepotencia y agresividad del imperialismo norteamericano”.
Para los estudiosos de tan colosal análisis, “Nuestra América” expresa, en síntesis, la enorme riqueza y radicalidad de la posición y el proyecto revolucionarios de Martí, en su dimensión latinoamericana, tal y como lo calificara Fernando Martínez Heredia; en tanto, para Pedro Pablo Rodríguez, otro de los más profundos conocedores de los textos martianos, representa una de sus obras fundamentales por contribuir decisivamente a la comprensión y defensa de la identidad latinoamericana y de la soberanía de nuestros pueblos.
Son apenas once párrafos, pero que sintetizan de manera magistral una realidad que debía ser cambiada y el reconocimiento de un peligro que debía ser sorteado y evitado a toda costa; el del gigante de las siete leguas, como Martí afirmara; al tiempo que hacía una llamado a la unidad de los pueblos del Bravo hasta la Patagonia, pues el día de la visita estaba cerca.
“¡Los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”.
De igual manera, el considerado por Fidel como el más genial y universal de los políticos cubanos, escribía con total justeza: “No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados. Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos”.
Martí reconoce los problemas heredados de la colonia en las naciones liberadas del yugo español y convoca a erradicarlos: “El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país”.
Y más adelante afirmaba: “No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza. (…) Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador”.
Otra de sus ideas medulares, expuestas como modos de actuación que llegan a nuestros días, nos dice: “El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu”.
En tanto, con juicios valorativos que pueden ser ajustados al hoy que vivimos, el Apóstol de nuestra independencia, nos decía: “Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino! Se entiende que las formas de gobierno de un país han de acomodarse a sus elementos naturales; que las ideas absolutas, para no caer por un yerro de forma, han de ponerse en formas relativas; que la libertad, para ser viable, tiene que ser sincera y plena; que si la república no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la república”.
El antimperialismo martiano también sale a relucir de manera diáfana en “Nuestra América”. Clara advertencia del peligro que para nuestros pueblos siempre ha representado la codicia imperial: “El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe. Por ignorancia llegaría, tal vez, a poner en ella la codicia. Por el respeto, luego que la conociese, sacaría de ella las manos. Se ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece”.
Igualmente, en tan formidable ensayo destaca el antirracismo martiano: “No hay odio de razas, porque no hay razas. (…) El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color. Peca contra la humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas”.
El cierre del ensayo es tan poético y bello, como premonitorio de una América unida: “¡Porque ya suena el himno unánime; la generación actual lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Zemí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!”.
Esa América nueva se busca hoy, con una izquierda, que con altibajos, se consolida con el triunfo y llegada al poder de Lula da Silva en Brasil; la existencia de un López Obrador en México, siempre antimperialista y latinoamericanista; de un Daniel Ortega en Nicaragua, una Xiomara Castro, en Honduras; una Venezuela que continúa fiel al legado de Hugo Chávez, junto a un Caribe alejado de los dictados imperiales, y una Cuba irredenta que sigue de faro y guía de América Latina y de los desposeídos de esta tierra.
Fidel, nuestro Comandante en Jefe y continuador del ideario martiano y bolivariano, nos sigue mostrando el camino: “ Ayer fuimos enorme colonia; podemos ser mañana una gran comunidad de pueblos estrechamente unidos. La naturaleza nos dio riquezas insuperables, y la historia nos dio raíces, idioma, cultura y vínculos comunes como no tiene ninguna otra región de la Tierra”.
Fieles a ese legado, el camino de la unidad latinoamericana se muestra promisorio. Martí, Bolívar, San Martín, Sucre, Sandino, Fidel, Chávez nos muestran la senda; el ALBA es fruto de esa unión. Seguirla es nuestra meta final.
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