Tres décadas habían pasado desde la muerte de José Martí. La Patria, sin ver solucionadas las principales causas de su dolor, tendría que dar a luz a otro mesías, uno que edificara sobre la ideología del anterior los fundamentos de su lucha. Y eran las dos de la madrugada del 13 de agosto de 1926. Insistían revueltos los murmullos del monte cuando salía, del vientre de una mujer de “esbeltez de cedro”, el niño Fidel Alejandro Castro Ruz.
Nació en Birán, tan cerca de Mangos de Baraguá como de Travesía. Tan cerca de las luchas independentistas como lo estuvo siempre de José Martí. Pero hay hombres que les quedan muy grandes a su pueblo natal, y aunque regresen una y otra vez, habitarán como protagonistas un espacio de tiempo tan útil e incalculable que los hombres del pueblo le llamarán divino.
Hoy, cuando se cumplen 8 años de la noticia tenebrosa de que había muerto, no quiero recordarles lo que fue para todos nosotros ese día. Les hablo de un Fidel que insiste vivo, que necesita insistir vivo, que sigue respirado con los pulmones de todos los que apuestan por una Patria donde sea culto la dignidad plena del hombre.
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Fidel Castro le fue útil a Cuba. En una época donde existía un doctor por cada 960 habitantes; donde la salud pública rural era casi inexistente, pues más del 60% de los galenos radicaban en la capital; donde el 90% de los niños campesinos eran invadidos por parásitos y el analfabetismo más abrupto rompía el 41% de nuestros campos; Fidel, nuestro Fidel, fue capaz de renunciar a sus comodidades de hijo rico para procurarse, a cualquier precio, la solución a esos males.
Nació en Birán, un sitio tan rítmico como lo es Belén, donde nació el Cristo: 5 letras, el mismo acento diacrítico del español, el campo libre poblado de gente humilde y floresta. Rondaría la edad de 30 años cuando se enfrasca sin retorno en una lucha por defender los intereses de los oprimidos... o es esta la edad en que suelen aparecer los Mesías o es que los hombres a esa edad suelen calcular cuantas cosas realmente les pertenecen. Y Fidel calculó que sí, que a él le pertenecían muchas cosas, pero más allá del perímetro familiar permanecía hambriento y enfermo un pueblo de poco más de 6 millones de personas.
Y se fue a pelear, y con él todos los que sintieron como suyo el dolor de Cuba, porque cuando llora un hombre justo, un solo hombre justo, han de llorar junto a él todos los hombres de la tierra.
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Un día Fidel pidió a su pueblo irse a la zafra azucarera. Y en el pueblo cortó caña desde el más chico hasta el más grande. Y lo que pedía Fidel era como una ley dictada al corazón de la gente, que le aplaudía porque no era capaz de pedir algo que él mismo no estuviera dispuesto a hacer. Y allí estaba, desmontando el cañaveral. Así era siempre. Por poco se ahoga en las aguas crecidas de La Rioja. ¿Quién se atrevía a decirle a Fidel que no acompañara a la gente cuando azotaba un ciclón o le dolía algún mal a la Patria? Le era impensable estar lejos de esas circunstancias.
Razón suficiente encontró Cuba para ovacionarlo cuando, en 2004, en un discurso contra la política de George W. Bush, acentuó: “Salve, César, los que van a morir te saludan. Solo lamento que no podría verle la cara, porque en ese caso usted estaría a miles de Kilómetros de distancia y yo estaré en la primera línea para morir combatiendo en defensa de mi patria”.
En Fidel se junta el hombre y lo divino, porque la prédica del ejemplo es la prédica del espíritu, es raíz impostergable de la ética martiana, de la que fue leal discípulo. Por eso no dudamos ni un segundo cuando nos dijo que el niño Elián Gonzales sería devuelto a Cuba. Jamás se ha hecho en el mundo una campaña tan multitudinaria por ningún ser humano. Me enorgullece haber participado en lo que pasará a la Historia como Batalla de Ideas.
Por Fidel tuvimos Revolución Energética; mi casa de campo tuvo techo, refrigerador y ollas eléctricas. Y como si fuera un regalo divino a la verdad que profetizaba, regresaron a su abrazo los Cinco Héroes antimperialistas. Sus discursos jamás fueron pedestales para excusarse o para mentirnos. Recuerdo bien el silencio que se hacía por horas en mi casa cuando en la radio o el televisor se oía su voz. Y mi papá, que era herrero de caballos, apagaba el sonido del martillo para escucharlo… y todos nosotros con él. Porque si al sol de la isla le faltaba un centímetro de luz, teníamos la certeza de que Fidel aparecería para explicarnos la razón.
De la batalla de Ideas insisten, como bandera, la Brigada José Martí de Instructores de Arte, que arribó recientemente a 20 años de fundada. Ninguna otra organización juvenil le ha aportado tanto a la salud espiritual de Cuba como esta. Eso es gracias a Fidel.
¿Recuerdan la avanzada de Trabajadores Sociales? "Los niños de Fidel", decían. Y donde estaba un Trabajador Social hacía una pausa la ilegalidad y la injusticia. Recordar esos años da un poco de nostalgia, pero nos emite el discurso fehaciente de que la juventud puede, si se lo propone, remediar los males que azotan nuestro país.
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Y no vengo a hablarles de un Fidel que dejó de respirar un día como hoy, sino del Fidel que sigue respirando con los pulmones de todos nosotros. Y tanto nos amó, que en un tiempo donde se le criticó por usar los recursos para crear ejes de investigación, fue el ideólogo de los centros que nos aportarían las vacunas contra la COVID-19. Un visionario, un hombre que sabía mirar al futuro sin ingenuidad y diseñar estrategias para mantener a salvo a su gente.
Ahora que se acerca como un beso el centenario de su nacimiento, se imponen las preguntas: ¿qué vamos a hacer por Fidel en su centenario? ¿Como pagarán su deuda las generaciones que no le conocieron?
Algunas decisiones, que nosotros a veces tomamos como al volido de un ave, a Fidel le costaron décadas idear estrategias para retardarlas un poco. Otras, en las que nos sentamos a identificar las causas, como se sientan los turistas mientras se toman un café, a Fidel le duraban el chasquido de un minuto. Porque Fidel no dormía cuando a Cuba le dolían sus hijos. Se sentía responsable y gestor de la solución, sentía en la experiencia propia la afectación de todos.
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Necesitamos traer a Fidel a nuestras actitudes, a nuestra manera de soñar a Cuba; desde la sensibilidad artística hasta la dureza del trabajo, necesitamos profundizar en su pensamiento, porque su pensamiento es la traducción sensible de la narrativa nacional.
Que los enemigos no se hagan ilusiones; Fidel no murió aquel 25 de noviembre. ¡Ni la muerte pudo creérselo! Miren, anda como el Cid Campeador, que aún lo lleva el pueblo a caballo ganando batallas.
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