Jorge Mañach, el autor de la biografía más leída sobre nuestro Héroe Nacional: Martí, el Apóstol, consideraba que las palabras más usadas en el vocabulario martiano fueron «ala» y «raíz». Ala porque supo levantar a un pueblo tras de sí y llevarlo a lo más alto del firmamento patrio y raíz, porque afianzó más que nadie el sentimiento de cubanía, y supo, predestinado como era, morir peleando de cara al sol por la independencia de su amada patria.
Hace 168 años vino al mundo en cuna humilde, y ya a los 16, puso su existencia a favor de los pobres de la tierra, al preferir la Yara insurrecta, al Madrid colonial español. Fue el Abdala cubano que luchó por su Nubia (Cuba) oprimida y encontró en el amor a la patria, «el odio invencible a quien la oprime y «el rencor eterno a quien la ataca».
A los 18 años fue desterrado a España, e inició una vida errante, que le hiciera conocer la culta Europa, la sufrida América, con su indio dormido y la tarea de Bolívar aún sin realizar, y la pujante Norteamérica, a quien le viera las entrañas y conociera el monstruo que llevaba adentro.
Pero nada de eso le hizo perder su cubanía, su raíz; al contrario. No por gusto, su primer impulso, al pisar suelo cubano tras un exilio de más de 15 años en los Estados Unidos fue besar la tierra baraconese de Playitas de Cajobabo: «Arribamos a una playa de piedras, la playita al pie del Cajobabo, me quedo en el bote el último vaciándolo. Salto. Dicha grande», escribe en su Diario de Campaña.
Al decir del propio Mañach, allí, en la manigua insurrecta, se sintió «puro y leve», con pureza de raíz y levedad de ala. Contempló con amor las palmas, quizás, recordando que en Nueva York, en su pequeña oficina de Front Street, donde cumplía su deber de revolucionario y desde donde redactaba el periódico Patria, tenía un cuadro con la pintura de una palmera: «Era su árbol favorito, no solo porque era el símbolo de Cuba, sino también de sí mismo: porque tenía su muchedumbre de raicillas hundidas en las entrañas de Cuba, y después, allá arriba, allá arriba, un lujo de penachos, como un gran vuelo de alas»
Amelia Martí, resaltaba en su hermano Pepe su hermosa sonrisa y en su humilde casa habanera conservaba el retrato que el pintor sueco Herman Norman le hiciera al Apóstol; el más conocido y famoso de todos, hoy en el Museo Casa Natal de José Martí.
Un Martí con aire pensativo, rodeado de libros y en pose de escribiente, como cada cubano de hoy imagina a nuestro Héroe Nacional. Y si nos fijamos en la pintura, en la mano izquierda del Apóstol, el anillo que se hiciera con el hierro de sus viejos grilletes de las canteras de San Lázaro, en el presidio doliente, de donde salió con el alma herida, pero sin rencor en su corazón, pues nunca supo odiar.
Martí es uno y son millones. Se trata del más universal de los cubanos. El hombre que sacrificó su vida por una causa mayor: la independencia de Cuba. No puede ser usado para mancillar la Patria que tanto amó, ni debiera ser usado tampoco su aniversario para campañas insidiosas contra la Revolución.
Vivimos un 2021 convulso, en plena pandemia. Para la cual, este hombre sabio y bueno, también nos dejó escritas varias recetas, que lo hacen un adelantado igualmente en el campo de la salubridad. Escribió Martí: «La medicina pasa al médico, que ya con serlo, cura, y con su sonrisa suele abatir la fiebre» y esta otra aleccionadora cita: «La higiene va siendo la verdadera medicina, y con un tanto de atención, cada cual puede ser un poco médico de sí mismo».
En estos doce meses habrá muchos momentos para mantener vivo a nuestro Martí. Y entre tantos hechos significativos, conmemoraremos el aniversario 130 de dos de sus discursos más trascendentales: Con todos y para el bien de todos y Los Pinos Nuevos.
En el primero, pronunciado el 26 de noviembre de 1891 en el Liceo de Tampa, llama a la unidad de los cubanos y propone poner alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: «Con todos y para el bien de todos»
En tanto, en el segundo, apenas un día después, traza el puente generacional, ese que hoy quieren ver truncos entre las nuevas y viejas generaciones de cubanos: «...y allí, al centelleo de la luz súbita, vi por sobre la yerba amarillenta erguirse, en torno al tronco negro de los pinos caídos, los racimos gozosos de los pinos nuevos: ¡Eso somos nosotros: pinos nuevos!»
Las circunstancias no nos permitieron reeditar la tradicional Marcha de las Antorchas, pero estas volvieron a brillar de manera virtual en toda Cuba.
Martí, nuestro Martí. El Martí ala, el Martí raíz, está vivo y presente en el corazón cubano. En su dimensión universal el mensaje ético de José Martí, tiene hoy más vigencia que nunca.
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