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viernes, 27 de diciembre de 2024

Los niños de Playa Girón

La primera derrota militar de la fuerza imperial estadounidense en América Latina guarda páginas heróicas sobre una generación de jóvenes combatientes que supieron defender los logros sociales alcanzados por la entonces naciente Revolución...

Haroldo Miguel Luis Castro en Exclusivo 19/04/2022
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Jóvenes en Playa Girón
Las Milicias Nacionales Revolucionarias asumieron un papel fundamnetal en la defensa del territorio y el posterior avance contra el enemigo (Foto:fidelcastro.cu)

Cuando en la tarde del día 19 de abril fuerzas del Ejército Rebelde y de las Milicias Nacionales Revolucionarias tomaron por asalto las últimas posiciones ocupadas por las tropas mercenarias en Playa Girón, se frustró, quizás, el más desesperado intento de frenar el avance del proceso revolucionario. La invasión— organizada por la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) y apoyada por el poderío naval estadounidense— vino a confirmar un secreto a voces: el naciente gobierno cubano preocupaba, y mucho, a los círculos de poder influyentes en la Casa Blanca.

No solo porque en él se encontraba la columna vertebral  que desmanteló el entramado neoliberal en el país, sino también porque representaba un precedente nefasto y un muy mal ejemplo para América Latina, donde había demasiados intereses en juego.

La radicalización de la Revolución, sustentada en la madurez política de sus dirigentes más importantes y en las propias acciones de respuesta a la actitud hostil asumida por Estados Unidos desde 1959, suponía un problema para quienes, en última instancia, podían “tolerar” un movimiento anticolonial y de liberación nacional a 90 millas de sus fronteras. Pero jamás la divulgación de un pensamiento que se opusiera a los preceptos imperiales y al Capitalismo como vía “natural” de desarrollo.

El plan de Bahía de Cochinos fue— y así lo han señalado durante décadas sus propios gestores y ejecutantes —un acto tremendamente arrogante de la CIA, que se basó en presupuestos errados y en el desconocimiento de una sociedad que, pese a sus contradicciones, había cambiado y peleaba por convertirse en algo diferente. ¿Cómo el pueblo no iba a apoyar a Fidel Castro si con él conoció la libertad plena? ¿Cómo no iba a pelear junto a los hombres y mujeres que hacía solo unos años le había dado la oportunidad de conquistar con sus esfuerzos la dignidad negada por siglos?

 

La Batalla de Playa Girón enfrentó, en definitiva, a los retazos de una Cuba pasada, representada en esencia por pequeños burgueses, latifundistas, casatenientes y exmilitares, con los protagonistas de la nueva nación, los obreros y campesinos. La reacción popular ante la agresión respondió a la necesidad vital de sostener a cualquier costo la soberanía y el proyecto que aunaba las transformaciones deseadas por millones de cubanos. Por eso se ha de confiar en testimonios como el de la escritora Dora Alonso, cuando en su rol de corresponsal de guerra narraba:

“Aquí nadie duda ni supone, ni ha pensado en ningún momento, que el invasor pueda salir, no ya victorioso, sino siquiera vivo de la aventura. Desde los chiquillos de 12 y 13 años, que también vienen a defender su tierra, hasta los ancianos campesinos de 70, que blanden el fusil junto a las canas y el corazón entero, están convencidos de ello.”

En aquellos chiquillos de 12 y 13 años y en otros jóvenes valerosos, recayó sobre todo la responsabilidad de la defensa. Cadetes de la escuela de milicianos y voluntarios inexpertos que, movidos por la “vergüenza” de no haber tenido la edad suficiente para subir a la Sierra Maestra, tenían ahora la oportunidad de probarse. ¿Eran conscientes de lo que defendían más allá de lo evidente? ¿A todos los guiaban los principios del recién proclamado Socialismo? Quizás no, y tampoco importa. Porque se sentían parte de algo mucho más grande y los movía esa satisfacción inexplicable de estar del lado correcto de la historia.  

La gesta de Playa Girón le debe mucho al sacrificio y la heroicidad de muchachos anónimos como Nelson González García, que allá por el 2015 le aseguraba a Juventud Rebelde no haber hecho nada extraordinario:

(…) La labor fundamental de los que se graduaron en el primer curso de aquella escuela (Escuela de Cadetes de Managua) fue ir a entrenar batallones para llevarlos a la lucha contra bandidos, y los del segundo curso, 893 combatientes, estaban destinados a formar unidades de milicias, cuando se produjo lo de Playa Girón.

La escuela estaba organizada en compañías de estudio, no de combate. Los alumnos salían de pase el día 15. Yo estaba de guardia en la escuela ese fin de semana. Y los alumnos regresaron sin que se les avisara. El 16, cuando Fidel declaró el carácter socialista de la Revolución, en su mayoría mis compañeros ya estaban en la escuela. Llegaron por sus propios medios.

Poco antes de la madrugada, el subdirector de la escuela recibió una llamada del capitán José Ramón Fernández, en la que este le dijo que preparara la escuela como batallón de combate. Eso fue en la noche del domingo 16.

El centro se organizó en seis compañías y una batería de morteros de 82 milímetros. No había transporte, pero recibimos la orden de parar todos los vehículos que pasaran por la Carretera Central: se les bajaba la carga que llevaran y se ponían a nuestra disposición.

En horas de la madrugada salimos de la ciudad de Matanzas. Yo iba al frente de la primera compañía. Cruzamos Limonar, Coliseo, Jovellanos, Perico, Agramonte, Jagüey Grande, hasta llegar al central Australia.

Ya Fernández había recibido la orden de Fidel de quedarse allí, de esperarlo. Fernández me ordena continuar la marcha rumbo a la playa. Los primeros que se enfrentan con los mercenarios fueron los del batallón 339 de Cienfuegos, pero estaban dispersos en puntos de observación o de guardia costera, no como una unidad para sostener combate.

Recuerdo que Fernández le dio una arenga a la tropa y le dijo que el teniente González iría al frente del grupo hasta que él se incorporara.

No teníamos ninguna comunicación, eso no existía.Estaba la Red oficial de comunicaciones por microondas y por esa vía Fidel se comunicaba con Fernández, además de usar los teléfonos de magneto de los centrales. Todas aquellas cosas me marcaron con mucha fortaleza.

Un poco más adelante del lugar donde estaba el punto de peaje, nos bajamos de los camiones porque un avión nos ametralló. A veces hay confusión y se dice que los aviones atacaron en la mañana del 17. Realmente primero fue un solo avión. Los bombardeos fuertes comenzaron pasada la una de la tarde de ese día.

Cuando llegamos a Pálpite, nos apoderamos del poblado. Yo había recibido esa orden de Fernández. Uso el término de apoderarnos, y no tomar, porque no fue a la brava. Ellos habían lanzado a sus paracaidistas, pero al ver la masa de gente que avanzaba, empezaron a replegarse.

Después de estar en Pálpite le indiqué a la segunda compañía que siguiera para Soplillar, que tomara ese poblado e inutilizara una pista aérea pequeña que había allí.Un pelotón se quedó en Pálpite, mientras que la primera y la tercera compañía siguieron para atacar Playa Larga. Ahí iba yo.

Le hice saber a Fernández que Pálpite y Soplillar estaban en nuestras manos. Posteriormente recibimos la orden de seguir hacia la playa. Se realizó un ataque a Playa Larga. Fue muy difícil, porque había solo una carretera con ciénaga a ambos lados. No podías desplegar a las tropas y tenías que avanzar en columnas. Ahí fue cuando llegó la aviación, fueron momentos espantosos.

Por la madrugada del 18 volvimos a atacar Playa Larga. Aquello fue terrible. Acometimos la acción con la primera y tercera compañías, que fueron las que más bajas tuvieron. En esos enfrentamientos hubo 21 muertos, 19 del segundo curso, uno del primero y el oficial jefe de la tercera compañía, mi amigo, el primer teniente Juan Alberto Díaz González, de solo 24 años de edad.

Los soldados de la Escuela de Responsables de Milicias llegaron hasta Playa Larga.Al amanecer del 18 recibimos la orden de retirarnos hacia el central Australia. Los combatientes estaban encabronados, querían seguir la avanzada. Fidel pasa por el central y le dice a mis compañeros —yo no estaba en ese momento— que la misión era volver para la escuela, graduarse y seguir preparando unidades de milicias.

Yo creo que hicimos lo que hubieran hecho otros. Los verdaderos héroes fueron todos aquellos jóvenes que participaron en la acción, que terminó el 19 con la victoria. Ese día estábamos todavía exaltados por lo sucedido, tensos y tristes por los que habían caído, pero en el fondo contentos porque demostramos que con nosotros no se juega.

En abril de 2011 el Comandante en Jefe conversó conmigo vía telefónica. Hablamos durante cinco horas y media. Y, evocando la epopeya, me dijo: “Yo me hago una pregunta realmente, por qué ustedes avanzaron a aquella hora y atacaron sin protección aérea ni antiaérea, ni artillería ni nada”.

Y le respondí: “Bueno, Jefe, solamente con el curso de los años le he hallado una explicación a eso. Fue el entusiasmo, el deseo de victoria y la elevadísima moral que tenían aquellas tropas. Los mercenarios se preguntaban cómo era posible que los hombres de las camisas azules y boinas verdes cayeran y los demás siguieran avanzando”.

Fidel me contestó: “Creo que esa es una explicación real, porque a mí ni por la mente me pasó mandar a la gente a avanzar a aquella hora, entre la una y las tres de la tarde. Todavía no habían llegado los tanques ni la artillería antiaérea. Para mí fue una sorpresa, ahora es que yo lo entiendo”.Después de esa conversación telefónica creo que ya puedo morir tranquilo.


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Haroldo Miguel Luis Castro

Periodista y podcaster


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