viernes, 19 de abril de 2024

La perversidad químicamente pura

El fascismo se expresa hoy en la persecución contra los trabajadores emigrantes, en la xenofobia y el racismo, en la exclusión de las mayorías, en los crímenes de odio, en los fundamentalismos y en la intolerancia frente a lo distinto. Hacer concesiones a esas desviaciones y dejar impunes los crímenes, puede conducir a nuevos y lamentables extravíos.

Jorge Gómez Barata en Exclusivo 10/06/2010
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Humanos y animales tienen en común la capacidad para adquirir experiencias. La diferencia radica en que unos son capaces de transmitirlas a sus descendientes y los otros no. Cincuenta años atrás, la humanidad fue estremecida por la barbarie nazi. Al horror de los hechos se sumó la alarma por el peligro que podía significar el renacer del fascismo.

La reacción fue apropiada. Por primera vez en occidente hubo consenso para proscribir una ideología y para definir como delitos la agresión, la promoción de la guerra, la persecución y el exterminio de razas y culturas, y los atentados contra la humanidad.

De aquella experiencia quedó Nuremberg, donde junto con los cabecillas hitlerianos se juzgaron las ideas fascistas y las organizaciones nazis. En aquellos procesos se rechazó la "razón de estado" y la "obediencia debida", como eximentes de responsabilidad, incluso como atenuantes, y además de a militares se enjuició a médicos por mala práctica, a jueces por prevaricar y hasta a industriales que lucraron con la explotación de mano de obra forzada.

Mucho de aquella enseñanza cayó en saco roto. Apenas terminados los juicios, la Guerra de Corea y la Guerra Fría asomaron sus rostros, y en lugar de la democracia se promovió el autoritarismo y la hipocresía; el aprendizaje no sirvió para poner fin a la explotación, la pobreza y la exclusión.

No obstante, en un minuto histórico de excepcional lucidez, a pesar de la opulencia del conflicto Este-Oeste, de la mano del nacionalismo afroasiático, de entre las ruinas del sistema colonial de los viejos imperios emergió un mundo casi nuevo, el Tercer Mundo, que trajo nuevas esperanzas al concierto internacional, donde ya actuaba la América Latina, aunque todavía con escuálidos aportes.

Al discurso independiente, realista, anticolonialista y en alguna medida no capitalista de Nehru, Nasser, Kwame Nkrumah, Patricio Lumumba, Sékou Touré, Léopold Senghor, Félix Houphouët-Boigny, Ben Bella y otros, se sumaron la Revolución Cubana y Fidel Castro, acogidos con entusiasmo por una impresionante vanguardia hecha de juventud, talento, madurez y ansias de justicia.

En América Latina, en respuesta a la insostenible situación de las mayorías explotadas por las oligarquías aliadas a Estados Unidos, que esquilmaban a sus propios pueblos como las metrópolis saquean a sus colonias, se desplegó la lucha de liberación nacional, confrontada con una ferocidad tal que auspició el renacer del fascismo.

Estados Unidos reaccionó frente a la revolución cubana brutalmente, como si Fidel Castro hubiera independizado a Illinois, y luego se enfrentó al movimiento revolucionario y progresista como si cada país fuera otra Cuba.

El término "castrismo" se acuñó como sucedáneo de comunismo y se demonizaron las actitudes progresistas. El imperio introdujo la inmoral concepción de que contra Cuba vale todo y la CIA suplantó las instancias políticas. Intentar asesinar a Fidel Castro, arruinar la economía cubana, atacar mercantes, dinamitar embajadas y aviones cubanos, eran hazañas celebradas en Miami y en la Casa Blanca.

De aquel clima de tolerancia criminal nacerían organizaciones como Alpha 66 y Omega 7, el CORU y la Fundación Nacional Cubano-Americana, así como criaturas retorcidas al estilo de Nazario Sargent, Orlando Bosh, Posada Carriles y los hermanos Novo, entre otros miles.

La década de los sesenta fue como un punto de no retorno.

Las dictaduras fueron la brutal respuesta de la oligarquía latinoamericana, que copió del fascismo y de la CIA la perversa idea del exterminio como forma de enfrentar a la oposición. La receta utilizada contra Cuba se aplicó a la "guerra interna" de las dictaduras contra sus propios pueblos. Con las experiencias se movilizaron los contrarrevolucionarios cubanos ponedores de bombas que aparecieron en Chile, Estados Unidos, Europa, América Latina.

Como acomplejados por su dependencia de la CIA y de los anticastristas, los represores latinoamericanos realizaron sus propios aportes, entre ellos la introducción del "desaparecido" y el robo de bebés. Nunca nadie había ideado prácticas tan perversas.

Todavía sicólogos y sociólogos se preguntan: ¿Cómo pudo ser?

Como en todas las culturas, en la occidental, incluyendo las de los pueblos originarios, la figura de la madre se venera por encima de cualquier otra. El embarazo y la maternidad son como milagros asociados al misterio de la vida y del dogma mariano. El nacimiento de un niño, su bautizo y la aventura de verlo crecer es la ratificación de la condición humana y contra ellos nadie debe ejercer la violencia.

El cristianismo y el catolicismo, religiones profesadas por los represores, algunos de ellos profundamente devotos, hicieron de la figura de María, la madre de Jesús, un elemento esencial del misterio de la creación, parte del dogma y eje de la devoción a Dios. En América Latina, faltarle a la madre es como faltarle a Dios.

No hay manera de comprender qué mecanismos operaron para que oficiales de inteligencia, surgidos de las capas medias de los pueblos, preparados para el cumplimiento de complejas misiones frente a ejércitos enemigos, utilizaran sus conocimientos y sus habilidades para secuestrar, cambiar de identidad y reubicar en la trama social a niños nacidos en cautiverio, hijos de mujeres embarazadas arrestadas o que resultaron preñadas como parte de las reiteradas violaciones a que fueron sometidas.

Por qué ocurrió todo aquello cuando ninguna ideología se conecta con semejante comportamiento, que tampoco se enseña en ninguna familia ni se aprende en las academias.

No se trata de que algunos militares, actuando individualmente, concibieran la idea de apoderarse de algunos niños, sino de convertir el robo de niños en una práctica institucionalizada, seguida durante 25 años y de la cual estaban al tanto todos los dictadores, los altos mandos militares y los jefes de los cuerpos de seguridad, que incluso torturaron a menores para presionar a sus padres.

Sólo en Argentina alrededor de 500 bebés fueron robados e integrados a otras familias, muchas veces de los propios militares, suficientemente sádicos como para convivir toda la vida con aquellas desdichadas criaturas, sin sentir remordimiento por su trágico destino.

Se llegó a extremos de crueldad, como fue el de entregar a abuelos sobrevivientes bebés nacidos como frutos del abuso cometido con sus hijas asesinadas, y hubo incluso casos en que familias profundamente quebrantadas prefirieron rechazar a criaturas concebidas de modo tan monstruoso.

El fascismo, excluido como opción ideológica y como alternativa política en occidente, estigmatizado por la iglesia como pecaminoso, pudo renacer en América Latina porque la ideología de la intransigencia envenenó las almas. La irresponsable tendencia a la impunidad del crimen de estado y del terrorismo es su caldo de cultivo.

El fascismo se expresa hoy en la persecución contra los trabajadores emigrantes, en la xenofobia y el racismo, en la exclusión de las mayorías, en los crímenes de odio, en los fundamentalismos y en la intolerancia frente a lo distinto.

Hacer concesiones a esas desviaciones y dejar impunes los crímenes, puede conducir a nuevos y lamentables extravíos.


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Jorge Gómez Barata

Profesor, investigador y periodista cubano, autor de numerosos estudios sobre EEUU. y especializado en temas de política internacional.


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