La periodista Marta Rojas, una de los paradigmas de la prensa cubana contemporánea, ha contado en numerosas entrevistas las circunstancias casuales por las que se encontraba el 26 de julio de 1953 en Santiago de Cuba, donde nació. Muy simple: era estudiante de la Escuela de Periodismo Manuel Márquez Sterling, en La Habana, y pasaba sus vacaciones veraniegas junto a la familia. Pero, ¿cómo se enroló en lo que ha sido una de las experiencias más ricas de su vida profesional siendo apenas una jovencita, sin gran experiencia?
Aquella chica de 23 años, que esperaba su diploma como periodista, recibió una invitación del fotógrafo Panchito Cano –corresponsal de la revista Bohemia en Santiago- para hacer un reportaje sobre los carnavales que se celebran en julio. Enseguida le dijo que sí, pues los 50 pesos que le iban a pagar era una respetable cantidad de dinero en la época.
Santiaguera de pura estirpe, andaba en plena fiesta cuando se sintieron fuertes ruidos –que muchos confundieron con los llamados “voladores” típicos de esos días o trifulcas entre policías quizás borrachos- pero que en realidad eran disparos entre los jóvenes revolucionarios dirigidos por Fidel Castro que estaban atacando el cuartel Moncada con los uniformados acantonados en el recinto militar.
Marta, como el resto de la población, desconocía los hechos. Así que de buena gana aceptó la invitación de Panchito de ir al santiaguero Diario de Cuba para enterarse de qué ocurría en realidad, pero lejos de pensar en un ataque al bastión de Fulgencio Batista. Panchito era un fotógrafo con mucha chispa. Conocía a la policía de Santiago. Tenía 30 y pocos años y ya era muy popular. Una de las versiones era que el Jefe del Ejército, General José Eleuterio Pedraza, supuesto amigo del golpista Batista, le había traicionado y atacado el Moncada.
Cuando se conversa con Marta, 85 años, quien aún trabaja en el periódico Granma y es una excelente escritora de libros de ficción, capta la atención algo que falta mucho ahora en los reporteros: su sentido de la noticia y de buscarla, su insistencia ante las fuentes –militares y hostiles- su perseverancia por trasladar la información a la revista Bohemia, su valentía demostrada durante el proceso que vivió en aquellos días tanto el 26 de julio de 1953, como los posteriores.
Marta Rojas es el símbolo del reportero cubano. Sin graduarse, sin respaldo de órgano de prensa alguno, cuando andaba en funciones de escribir un reportaje de la fiesta santiaguera, se las agenció con su amigo fotógrafo para entrar en el Moncada, participó en la conferencia de prensa del coronel Alberto del Río Chaviano, viajó a La Habana y escribió no solo el reportaje del ataque –que nunca se publicó-, sino que también cubrió el juicio. Todo ello en espera de su diploma. Aquella muchacha hizo historia en el periodismo cubano.
Ya el director de la prestigiosa revista Bohemia, Miguel Ángel Quevedo, estaba enterado por Panchito de su contratación, pero fue escueto: espérate ahí, te voy a mandar un periodista bueno.
Ni Pancho ni Marta esperaron por el reportero experimentado para que escribiera sobre el tema carnavalesco, que en realidad pasó a segundo plano ante el devenir de los acontecimientos.
Lo que hicieron fue trasladarse hasta la llamada Posta de la Coca Cola, – por una envasadora de la compañía norteamericana de refrescos que funcionaba ahí- con entrada por la calle Sueño, donde había cantidad de periodistas santiagueros, miembros del club Rotario, de Los Leones. Y luego de un fuerte litigio con la soldadesca, “se coló” entre aquel heterogéneo grupo, sin identificación que la acreditara por algún órgano de prensa.
Poco antes de que Chaviano hiciera una conferencia con los periodistas, sobre las 12:00 hora local del 26 de julio, Marta se enteró en el cuartel que había dos mujeres presas, pero no sabía sus nombres. Eran, conoció después, Melba Hernández y Haydeé Santamaría, cuyo hermano Abel, y su novio Boris Luis Santa Coloma, fueron torturados y asesinados luego ser apresados.
Los dos reporteros observaban el tránsito continuo de personas que entraban y salían, y de vez en cuando algunos disparos. Panchito, conocido de los soldados, le dijo a un oficial que su compañera precisaba ir al baño, de la que los separaban unos 25 metros. En ese trayecto había una puerta abierta, y, de pasada, vio a Melba y a Haydee en una habitación. Pudo tomar agua y café, pues nada habían comido desde la noche anterior.
La confirmación de las muertes de los atacantes se las brindó el teniente Teodoro Rico, quien ordenó que no se podía recorrer el cuartel hasta que estuviera listo el teatro de los hechos, lo que en realidad significaba que estaban preparando el local para sus planes oficiales.
La conferencia de prensa fue un aprendizaje para la joven reportera. Durante la conferencia de prensa, el General Chaviano contó una sarta de mentiras, entre ellas que los revolucionarios habían matado a soldados con armas blancas, y leyó una nota oficial del gobierno. Los reporteros, al contrario de lo que imaginaba, empezaron a preguntarle sin darle tregua.
Ya a esa hora se sabía que el joven abogado Fidel Castro era el jefe del ataque al Moncada. Marta, absolutamente desprotegida como periodista, salió y le pidió autorización a Carlos Nicot, presidente del Colegio de Periodistas de Santiago para hacer su información, y él la autorizó, aunque se sentía subestimada por los restantes colegas, para quienes era una desconocida.
Pero no se calló la boca en la conferencia de prensa, y con absoluta tranquilidad le preguntó a Chaviano quiénes eran las dos mujeres que estaban presas. La respuesta la dejó atónita: “aquí no hay presos, todos los que vinieron a combatir cayeron”… Hasta que se le acercó un oficial y le habló al oído.
Bueno, es posible que haya dos mujeres, respondió entonces, como al que cogen in fraganti, pues seguramente iban a matarlas también.
Luego Marta se enroló en el grupo de periodistas que a las 16:00 hora local de ese día llevaron a recorrer el cuartel. Allí se dio cuenta de que los muertos vestían uniformes nuevos, acabados de poner, lo cual le sugirió que los habían ultimado sin combatir.
Panchito se entera por otros colegas de que les van a quitar los rollos de las fotos tomadas dentro del asentamiento militar, con el pretexto de que el gobierno quería revelarlos a La Habana.
Marta tenía puesta una saya de piqué blanco, con una sayuela de crenolina (tela que se almidonaba y ampliaba la prenda) y una blusita de piqué de rayitas verdes. Los espejuelos los guardaba en un bolsillo. Entonces Panchito se ocultó en los chasis de los camiones, y le comentó: me quedo con los rollos que tiré de los Carnavales, y se las echó en un bolsillo, en tanto le pasaba a la muchacha las del cuartel para que la envolviera y lo guardara en la saya.
El Coronel Chaviano incluso le pide a Panchito, porque lo conocía, que abriera la cámara, pero los rollos con las fotografías del Moncada estaban en la ropa de Marta. Salieron del cuartel hasta el estudio de Panchito. De ahí siguieron a la Fotografía de Senén Carabia, quien se especializaba en fotos para carnés de soldados y bomberos.
A Carabia lo habían llamado la mañana del 26 de julio para que tomara las fotos de los soldados heridos o muertos. El interés de los reporteros era comparar las de unos y otros. Todos los muertos eran los revolucionarios. Pide que se los revele para mandarlos para Bohemia, con pago por parte de Quevedo, pero la respuesta fue negativa.
Carabia comenta que en sus fotos aparecía un soldado vivo a quien el no conocía del cuartel. Resultó ser José Luis Tassende, uno de los revolucionarios fotografiado por equivocación como uno de los soldados heridos. Luego fue asesinado en el propio patio de la instalación militar y aquella fotografía se convirtió en prueba irrefutable de la sangrienta represalia de los sicarios batistianos. Panchito se llevó las fotos y las reveló en su estudio.
Ya a esas alturas se sabía que los hombres no podían salir de Santiago de Cuba. Sólo mujeres y niños. Y su compañero le dice a Marta: Llévale esto a Quevedo a La Habana.
Al siguiente día sale el primer avión y en una fajita tubular bajo la ropa Marta se colocó los rollos e hizo el viaje para entregar su valiosa información a Bohemia, sita entonces en la calle Trocadero casi llegando a la de Galiano.
Llegó a la recepción de Bohemia y le comunico a la recepcionista: Dígale a Quevedo que llegué de Santiago de Cuba, de parte de Panchito Cano.
Salió Quevedo en persona a recibirla. Se le presentó: Yo soy fulana de tal y traigo los negativos de Santiago de Cuba. Y entonces el director le pregunta: ¿pero para qué quiero yo ahora las fotografías del Carnaval, después de todo lo que ha pasado?. Marta le respondió: No son las del Carnaval, son las del Cuartel.
Evidentemente, Quevedo habló con algunas personas y al acuerdo que llegó es que iban a publicar las fotos, pero no textos, sino la nota oficial del ejército.
Ahí no terminó su odisea periodística, pues Enrique de la Osa, otro periodista insigne, le pregunta si es muy conocida en Santiago de Cuba y ella respondió que no, por lo que Quevedo le indica que le darían 200 pesos para que retornara a aquella ciudad oriental, pues ya estaban persiguiendo a Panchito, mientras ella no aparecía vinculada al fotógrafo. No obstante, y para protegerla, le advirtió que si veía movimientos extraños cogiera un vehículo y desapareciera.
Ahí comenzó otro histórico episodio en la vida de esta joven alumna de periodismo, quien con similar entusiasmo y responsabilidad continuó su vida –que aquel 26 de julio cambió para siempre- unida para siempre a los revolucionarios del Moncada y al proceso que siguió al triunfo de la Revolución el 1 de enero de 1959.
adam
25/7/13 21:15
bueno
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